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Entre montañas, desierto y el mar Mascate, la capital portuaria del sultanato de Omán aloja a las delegaciones de Irán y Estados Unidos (EE. UU.). Ese ejercicio diplomático intenta superar 46 años de hostilidad entre dos Estados cuyos intereses y visión geopolítica se cruzan en Medio Oriente.
El eje de ese diálogo es definir si Washington “permite” o no, que recobre su vigencia el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) de 2015, conocido como Acuerdo Nuclear P5+1 , con beneplácito de EE. UU., Reino Unido, China, Rusia, Francia y la ONU.
Con ese pacto multilateral, Irán garantizaba el uso pacífico de su programa nuclear y, por tanto, Occidente prometía levantar las sanciones. Por tres años todo funcionó según lo planeado, pero se descarriló en 2018 cuando Donald Trump retiró a su país del Acuerdo y así escaló las hostilidades contra Teherán.
Siete años más tarde, ambos actores negocian en un país árabe; aspecto significativo que ilustra el interés regional en alcanzar garantías de seguridad. Para Washington, esta negociación le da más margen de maniobra en esa zona y se ostenta ante el mundo como “negociador”. Con el diálogo, Teherán genera mayor confianza regional y exhibe su capacidad diplomática ante la superpotencia.
No obstante, el radical magnate en la Casa Blanca exhibe su usual política de intimidación y presiona para llegar a un resultado en dos meses. Tan estrecho límite impide explorar minuciosamente los detalles del asunto y aumenta el riesgo de errores de cálculo o medidas apresuradas.
Tal apuro de los estrategas estadounidenses parte de una visión errónea: que es momento de “ablandar” a un Irán debilitado por el declive de su economía tras décadas de sanciones. Influye su percepción de que Hamás ha sido aniquilado en Gaza, Hezbolá “decapitado” en Líbano y que fue “contundente” el ataque sionista de octubre a las defensas iraníes.
Esa estrecha visión les impide percatarse de una realidad innegable: las fuerzas se reacomodan en la región y el mundo, con cambios trascendentales. Factores políticos, estratégicos y militares influyen en la complejidad del contexto global: la devastación israelí a Gaza y la irreductible ofensiva de los hutíes contra Occidente.
Geoestrategia iraní
En ese escenario, Irán actúa como gran actor internacional. Su identidad se basa en la autoestima de quienes se saben parte de una gran civilización y son conscientes de su potencial; es el Estado más firme defensor del regionalismo y el más tradicional en Medio Oriente, afirma la experta Gema Martín.
Irán es clave en la geoestrategia global porque se ubica en la intersección estratégica entre los mundos árabe, turco, ruso e indio. Y pese a esos atributos naturales, nunca ha sido expansionista, sólo potencia nacionalista, como cuando nacionalizó su petróleo en el gobierno de Mohammad Mossadeq.
Fue entonces cuando EE. UU. y Reino Unido lo castigaron con un golpe de Estado, convirtiéndolo en Estado-cliente en la Guerra Fría hasta 1979, consigna el Instituto Europeo del Mediterráneo.
Recordar ese antecedente es clave cuando EE. UU. se ve frente a frente con Irán, mientras lanza su temeraria guerra arancelaria que crea desconfianza y recelo en 60 países.
Las tarifas para Estados árabes y musulmanes son inéditas: a Siria, 41 por ciento; a Irak, 39; Argelia, 30; Libia, 31; Jordania, 20; Túnez, 28; y 10 a Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Marruecos, Baréin, Qatar, Kuwait, Djibuti, Yemen y el mismo Irán. En cambio, a su protegido y aliado Israel le asignó impuestos del 17 por ciento.
Entretanto, China y Rusia celebran el acercamiento EE. UU.-Irán. Apenas en enero, el Kremlin firmó con Teherán un tratado de asociación estratégica que incluye mayor cooperación de defensa.
En su plática telefónica del 21 de marzo, el presidente ruso Vladimir Putin y su homólogo de EE. UU., compartían la visión de que Irán nunca debe estar en posición de ser destruida por Israel, según Reuters. Y el 12 de marzo, el gobierno de China respaldó el derecho legítimo del Estado persa a su programa nuclear pacífico.
En cambio, Europa aparece al margen de ese proceso, aunque en 2015 fue clave su interés por concretar el PAIC. Esa ausencia de hoy obedece a su débil defensa para mantener el Acuerdo. “Es una pena haber perdido ese esfuerzo diplomático de tantos años; Francia, Reino Unido y Alemania jugaron mal sus cartas” estima Ali Vaez del Proyecto Irán en Crisis Group.
Frente a frente
La geopolítica está presente en cada ronda, pues EE. UU. sostiene su posición en un imaginario no confirmado: que Irán puede enriquecer su uranio y fabricar misiles nucleares. A su vez, el Estado persa busca el fin de las sanciones y que Washington se comprometa a evitar más ataques y sabotajes de Israel en su territorio.
En sí mismo, el diálogo es atractivo siempre y cuando no evolucione a trampa. En el fondo, dos factores influirán en el curso de ese encuentro: superar la desconfianza mutua y evitar el “efecto incertidumbre” que ahora permea en todo el mundo.
De modo que en todas las rondas del diálogo figura el tercer –y perturbador– actor: el régimen israelí que proyecta su poder en Washington y todo Medio Oriente.
Es en medio de ese entorno que el canciller omaní, Badr al Busaidi, desplegó sus buenos oficios para reunir a los, hasta entonces, fuertes antagonistas. Y así, el 12 de abril se celebraba en Mascate el primer tête à tête, que duró dos horas y media. Fue inesperado para muchos, pues por más de cuatro décadas EE. UU. e Irán no mantenían relaciones ni embajadas abiertas.
Cada delegación tenía clara su posición: la del canciller iraní, Abás Araqchi era defender la vigencia del acuerdo nuclear, por lo que su postura fue que el programa iraní es pacífico y vital para su desarrollo. La del emisario de Donald Trump para Medio Oriente, Steve Witkoff era aplicar la política de ‘máxima-presión’ para que Irán desmantele su infraestructura nuclear.
En su comunicado, Witkoff afirmó que tenía instrucciones de resolver las diferencias mediante “el diálogo y la diplomacia, de ser posible”. Araqchi aseguró que fue un diálogo constructivo.
El 19 de abril se daba la segunda ronda, esta vez en la embajada del sultanato de Omán en Roma. Al concluir, ambos jefes de las delegaciones anunciaron, optimistas, que decidieron pasar a una tercera fase más específica: “esta vez logramos un mejor entendimiento sobre una serie de principios y objetivos” con expertos, informó Araqchi.
La diplomacia iraní está en auge. Y mientras se daba ese diálogo bilateral en Roma, en Teherán se reunían el líder supremo iraní, Alí Jamenei y el ministro de Defensa de Arabia Saudita, Jalid bin Salmán bin Abdulaziz.
El mensaje político-diplomático es muy poderoso; confirmaron que sus naciones van hacia una relación de cooperación con mutuo beneficio. Ese significativo encuentro entre los dos gigantes políticos, energéticos y demográficos de Medio Oriente parece un desafío a la hegemonía estadounidense en la región.
Derecho al átomo
Hoy en el mundo están activos 442 reactores nucleares y se construye medio ciento más; 92 son de EE. UU., tres de Alemania; 19 de Canadá; 55 de China; 25 de Surcorea y siete de España.
En Europa hay otro tanto: 56 de Francia; 22 de India; nueve de Reino Unido; 37 de Rusia; tres de Taiwán; seis de Pakistán y 15 de Ucrania. De modo que en la Unión Europea (UE) hay 103 centrales y se construyen tres más, según el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).
Sin embargo, se omite incluir a Israel, que tiene gran potencial bélico nuclear. Posee al menos 400 armas nucleares y no menos de 400 ojivas atómicas; con lo que tiene el mayor poder bélico nuclear en Medio Oriente.
Así lo afirman múltiples fuentes, como el exdirector del OIEA, Mohamed el-Baradei, las investigaciones de Cohen Avner y George Bisharat, la Iniciativa contra la Amenaza Nuclear (NTI) que le asigna el sexto sitio mundial en armas nucleares y las revelaciones de Mordejái Vanunu, preso por esa causa.
La opacidad y negativa del Estado hebreo a transparentar su política armamentista ha impedido conocer el avance de su programa nuclear. Hoy se sabe que lo ayudaron Francia, Reino Unido y Sudáfrica, en el Centro de Investigación Nuclear de Dimona, en el Neguev y otros más.
Fue en los años 50, en plena Guerra Fría, cuando el Estado hebreo ocupó territorio palestino y sirio; por eso se rehúsa a firmar el Tratado de No Proliferación. Think Tanks, informes parlamentarios y medios corporativos ocultan esa información para presentar a un Israel “amenazado”.
En cambio, sus estudios y artículos deslizan calificativos como “peligro nuclear” o “riesgo atómico”, cuando abordan la cuestión nuclear de la República Islámica de Irán. Como ejemplo, basta ver que al consultar en internet el diálogo EE. UU.-Irán, el 95 por ciento de las referencias son con ese sesgo de peligro para descalificar a Teherán.
Las tecnológicas clasifican como prioridad de búsqueda en sus plataformas fuentes críticas a Irán; en cambio, cada vez es más difícil ubicar información veraz y suficiente sobre dos hechos: que EE. UU. lanzó bombas nucleares sobre la población civil de las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el seis y el nueve de agosto de 1945.
A partir de entonces, y por 51 años, hubo unas dos mil pruebas nucleares – submarinas, espaciales y terrestres– realizadas por EE. UU., Reino Unido, Francia, India, China y Pakistán, entre otros. Y aunque en 1996 entró en vigor el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares, los poseedores de esa energía siguieron probando hasta 2017.
Es por ello que hoy también inquieta la manipulación en torno a la posición del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), cuyo director Rafael Grossi habría declarado: “Irán no está lejos” de conseguir la bomba nuclear, según medios occidentales. En total contraste, el despacho del 17 de abril de la agencia iraní IRNA, cita a Grossi expresando que es “inaceptable” toda amenaza de atacar instalaciones nucleares de Irán.
Detrás de esa narrativa hipócrita y engañosa está una realidad: la República Islámica de Irán, necesita energía nuclear para generar electricidad que provea de esa energía a hogares, industrias, escuelas y hospitales donde miles de pacientes esperan que se les realicen radiodiagnósticos y radioterapias; así como para el transporte público y usos agrícolas.
Exigirle a un país de 90.3 millones de personas sacrificar su derecho al bienestar es inadmisible bajo el Derecho Internacional. El futuro de las reservas de uranio enriquecido del Estado persa (unos 274.8 kilogramos, según el Instituto para el Estudio de la Guerra) se decide en el diálogo EE. UU.-Irán.
Desde México y el mundo, esa perspectiva también va de la mano con las garantías de no agresión por parte del hegemón y su aliado, Israel. Éste es un enorme desafío para la diplomacia y la paz mundial.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.