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El viernes 22 de marzo de 2024 hubo un horrible atentado en la sala de conciertos Crocus City Hall, de Moscú. Las imágenes que circularon muestran el terror que se vivió cuando un grupo de hombres con armas largas disparó a quemarropa contra personas inocentes, civiles, que asistían a un evento. Del ataque resultaron más de 140 muertos, varias decenas de heridos y la destrucción del Crocus City Hall. El mismo día, después de que los medios dieron a conocer el horror, se difundió que el Estado Islámico asumía la autoría del atentado. Por su lado, el gobierno ucraniano se desmarcó y los norteamericanos reforzaron este deslinde, diciendo que no existían indicios que permitieran implicar al gobierno de Volodímir Zelensky.
Desde luego, el Estado Islámico tiene razones para perpetrar un ataque contra el Estado ruso. Y es que, entre otras cosas, el de Vladimir Putin es prácticamente el único gobierno que los combatió efectivamente (con la extirpación del Estado Islámico de territorio de Siria, por ejemplo). Pero, en el marco de las relaciones internacionales actuales, se antoja muy probable que el ataque viniera de Ucrania, donde las fuerzas armadas rusas mantienen su Operación Especial.
Durante ya más de una década, la popularidad de Putin, su grupo político y su gobierno ha sido constante en Rusia. Esta vigorosa posición política del mandatario ha resistido todas las tentativas antirrusas de 2008, 2014, de la guerra actual, y de los esfuerzos económicos y mediáticos de Occidente para ahogar a ese país. De ahí que el grupo en el poder de la Federación Rusa haya mantenido su dirección desde inicios del siglo; de ahí que el presidente haya arrasado en las elecciones del pasado 17 de marzo de este año, con más de 76 millones de votos que se tradujeron en más del 87 por ciento de los votantes. En pocas palabras, todas las políticas del gobierno ruso, incluidas las de carácter militar, tienen una amplia y sólida base de respaldo popular.
Precisamente por lo anterior, y por sus limitados recursos bélicos, el gobierno de Zelensky ha empleado como medio estratégico recurrente el terror. Ha pretendido desmoralizar al enemigo en su retaguardia a través de atentados que desmoronen aquel fundamento popular, necesario para sostener la guerra con recursos humanos, fiscales, etc. Recordemos como muestra los repetidos ataques ucranianos sobre poblaciones del Donbás, sobre las áreas de Moscú, Crimea y Belgorod, así como las incursiones de fuerzas armadas por detrás de las fronteras enemigas. Una gran parte de estos golpes han sido dirigidos sobre objetivos civiles, de manera que existen condiciones para presumir que los atacantes del Crocus City Hall actuaron en favor del Estado ucraniano.
Pero a tales condiciones se suman otras circunstancias que robustecen la tesis de la culpabilidad de Ucrania-Occidente. A inicios de marzo, las autoridades norteamericanas alertaron a sus conciudadanos sobre un posible ataque en algún centro concurrido de Moscú. El Departamento de Estado norteamericano señaló también que había compartido alguna inteligencia con las autoridades rusas. Sin embargo, la embajada de Rusia en Estados Unidos no tardó en desmentir esa declaración, indicando que tal información nunca pasó a manos del gobierno ruso (Abc news, 24 de marzo de 2024). Poco tiempo después del atentado, varios terroristas fueron interceptados en Briansk, huyendo hacia Ucrania, según indicaron las autoridades rusas (Reuters, 24 de marzo de 2024). Desde entonces, los indicios de la investigación sobre el atentado apuntan cada vez más sobre la pista ucraniana. Así lo declaran abiertamente autoridades como el Ministro de Exteriores Serguei Lavrov (Embajada de Rusia en México, seis de abril de 2024).
Si la huella ucraniana se confirma, la guerra escalará aún más, pues el gobierno ruso prometió castigar a todos los implicados en la masacre. En ese caso ocurrirá un efecto radicalmente contrario al que esperarían los perpetradores del terror. La desmoralización de los rusos no ocurrirá; el grupo en el poder reforzará su prestigio, su posición política y su popularidad. En pocas palabras, si llegan a ofrecerse al público pruebas concretas de una participación, aunque sea mínima, del gobierno de Zelensky o de Occidente en la planificación, asistencia o verificación del atentado, esto vigorizará el compromiso del pueblo con la Operación Especial de Putin.
El pueblo ruso ha vivido asediado por lo menos desde la invasión de Napoleón, su inmenso territorio ha sido ambicionado por las élites de Europa y, desde fines del Siglo XIX, también por las de EE. UU.
Asimismo, los militares obtendrán 26 sistemas de los modelos anteriores, S-350 y S-400, precisó el mandatario.
Rusia está dispuesta a entablar una conversación seria, con garantías de seguridad para su país, y no una pausa que el enemigo quiera hacer para rearmarse.
El inmenso territorio ruso, sus abundantes recursos naturales y su educada población, son un ambicioso proyecto de dominación de EE. UU., como en su tiempo de Adolfo Hitler. Ahora, usando a Ucrania, la acosa.
El 27 de septiembre estallaron nuevos enfrentamientos entre Azerbaiyán y Armenia, con intensas batallas en la disputada región de Nagorno-Karabaj.
Vladimir Putin dice verdad cuando afirma “La guerra la ganamos nosotros”. Y también cuando remacha dirigiéndose a los veteranos: “Ustedes salieron vencedores absolutos en la batalla contra el nazismo y eternizaron la memoria del nueve de mayo de 1945".
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Escrito por Anaximandro Pérez
Doctor en Historia y Civilizaciones por la École de Hautes Étus en Sciences Sociales (EHESS) de París, Francia.