La expectativa de un acuerdo de paz y el aumento sostenido de la producción global mantienen bajo presión al mercado petrolero.
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La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) es, entre otras cosas, la máquina de guerra con la mayor capacidad de destrucción jamás creada por la humanidad. Eso ya sería suficiente para que fuera objeto de atención y preocupación de todos los habitantes del planeta. Pero hay muchas más razones para ello; veamos sólo algunas de ellas.
La OTAN es, fundamentalmente, una organización militar de carácter trasnacional, con 32 países miembros (y contando): 30 son países europeos y, los dos restantes, Estados Unidos (EE. UU.) y Canadá. La población conjunta de estas 32 naciones llega a 966 millones de personas, aproximadamente el 12 % de la población mundial. Pero la población de los países miembros no es lo más importante. Un dato más esclarecedor es que, de los veinte países más ricos del mundo por PIB per cápita, diez son miembros de la OTAN. Los diez restantes son, o bien pequeños paraísos fiscales, manantiales petroleros o países más o menos subordinados militarmente a la alianza.
Además de los miembros propiamente dichos, la OTAN guarda relaciones de colaboración permanente con algunos de los países más importantes de los demás continentes, como son Australia, Colombia, Japón, Corea del Sur y Pakistán. Finalmente, es importante considerar que, aunque formalmente todos los países integrantes del tratado están en igualdad de condiciones, en los hechos las cosas son muy distintas, ya que tan solo seis países proveen dos terceras partes del presupuesto total de la organización, con EE. UU. a la cabeza.
Ahora bien, ¿qué tan grande es la OTAN en términos militares? Para tener idea, vale la pena compararla en presupuesto con los dos ejércitos nacionales que le siguen en importancia, el de Rusia y el de China. El dato más revelador es que el presupuesto de la OTAN es igual a cuatro mil 140 millones de dólares, esto es, casi 12 veces más que el gasto militar conjunto de Rusia y China. La mayor parte de este presupuesto tiene fines estrictamente militares y sirve para mantener la superioridad cuantitativa con respecto a Rusia y China en algunos de los rubros decisivos.
Centrándonos en la comparación con Rusia, podemos ilustrar con los siguientes ejemplos: la OTAN mantiene a casi tres millones 400 mil soldados activos, mientras que Rusia sólo a un millón 300 mil; la OTAN posee casi 22 mil aviones de combate, mientras que Rusia, menos de cinco mil; finalmente, la OTAN cuenta con aproximadamente dos mil 200 barcos, en contraste con los menos de 800 de Rusia. Sólo en categorías como vehículos terrestres de combate o el número de ojivas nucleares existe cierta paridad entre la OTAN y Rusia, mientras que la primera tiene supremacía numérica en otras importantes categorías bélicas como submarinos y porta aviones, entre otros.
En suma, nos encontramos con que el club de países ricos, cuyos capitalistas concentran la mayor parte de la riqueza mundial, tiene a su disposición un organismo bélico capaz de derrotar en una guerra convencional a cualquier ejército nacional por separado. Más allá de esto, la OTAN se revela como un arma del imperialismo estadounidense para, por un lado, mantener la dependencia militar del resto de las potencias capitalistas y, por el otro, avanzar en sus intereses políticos para reproducir la supremacía de sus capitales en el terreno de la competencia y su hegemonía financiera en el mundo.
Vistas así las cosas, resultan irrisorias las críticas a la llamada “obsesión” de Vladimir Putin con la OTAN. Porque, si hay algo con lo que en política exterior es racional obsesionarse, es con la mayor maquinaria militar de la historia acercándose peligrosamente a tus fronteras, sin escuchar razones ni atender a los infinitos llamados durante tres décadas para corregir tal tendencia. La guerra en Ucrania es simplemente uno de los resultados naturales y posibles de la política que busca la hegemonía total mediante el uso efectivo o potencial del poderío militar por parte de EE. UU. y sus aliados europeos.
La oposición al militarismo y a la guerra ha sido siempre una de las banderas más importantes del movimiento socialista en el mundo. Por todo lo dicho, en las condiciones actuales, una de las formas más coherentes de alcanzar estos objetivos es luchar contra la OTAN desde todas las trincheras posibles.
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Escrito por Jesús Lara
Licenciado en Economía por El Colegio de México. Doctorante en Economía en la Universidad de Massachusetts Amherst de EE.UU.