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El pasado 4 de marzo se cumplieron 90 años de la fundación del PRI. Es cierto que el Partido Revolucionario Institucional no nació con ese nombre, sin embargo, sin faltar a la verdad, puede decirse que esta formación política data de hace nueve décadas. En efecto, el 4 de marzo de 1929, a raíz del asesinato de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles fundó en la ciudad de Querétaro el Partido Nacional Revolucionario (PNR). Con este partido, Calles logró que las diferentes fuerzas políticas nacidas de la Revolución Mexicana se aglutinaran en un mismo instituto. El PNR institucionalizó el caudillismo: ahora todos los caudillos estarían sometidos a Calles, pero no por la pura fuerza de las armas, sino bajo la forma de un partido político. Más tarde, para sacudirse el dominio que mantenía el Jefe Máximo sobre él, Lázaro Cárdenas convirtió al PNR en Partido de la Revolución Mexicana. Y finalmente, con una última transformación, el PRI adquirió su nombre definitivo en 1946.
Hoy, el partido que se encuentra en la Presidencia parece una novedosa reedición del viejo instituto político fundado hace 90 años. Y esto puede ser observado con facilidad, desde la misma superficie, por cualquier mexicano con un mínimo de cultura política. Se ve en la superficie, digo, porque en el entorno cercano del Presidente se encuentran viejísimos personajes que durante muchos años fueron destacados miembros del PRI. Los casos más notables son los de Manuel Bartlett y Muñoz Ledo. El primero, hoy director de la Comisión Federal de Electricidad, hizo toda su carreta política como priísta. Bajo las siglas del tricolor, fue Secretario General del partido, Secretario de Gobernación, Secretario de Educación Pública, Gobernador de Puebla y senador. Muñoz Ledo no se queda atrás: Secretario del Trabajo y Previsión Social, Presidente del partido y Secretario de Educación Pública. Esto, que es solo la superficie, muestra ya algo del fondo.
Más que en sus figuras políticas, el priísmo del partido en el poder se nota en su comportamiento general, en esas prácticas que por décadas mantuvo el PRI y que hoy son retomadas por Morena. Una de ellas, quizá la principal, es el presidencialismo. Siempre, desde su origen, los gobiernos priístas se caracterizaron por el papel todopoderoso del Presidente de la República. Era un soberano moderno: sus deseos eran órdenes, todo el mundo se le cuadraba, y tenía un poder casi absoluto sobre todo el territorio nacional. En contra de la famosa división de poderes, en México el Presidente era el centro de todo. Con un partido hegemónico, con mayoría en la Cámara de Diputados y en la Cámara de Senadores, no había nada que el Presidente se propusiera y no lograra. Era el omnipresente Señor Presidente. El que sometía a todos los caudillos del país y al que todos obedecían y temían.
Hoy, Morena no solo ha retomado ese presidencialismo tan criticado, sino que lo practica con mayor fuerza. Con un partido hegemónico, López Obrador es el centro de todo. No importa que ahí esté su gabinete: es él quien decide. Esto quedó claro, por ejemplo, cuando AMLO canceló el aeropuerto de Texcoco a pesar de que Alfonso Romo había anunciado más de una vez que el proyecto se respetaría. Otro caso fue la Guardia Nacional. Si antes Andrés Manuel había criticado la presencia del ejército en las calles, ¡no importa!, ahora como Presidente, manda que se hagan cambios en la Constitución no solo para mantener al ejército en las calles, sino para aumentar la cantidad de elementos. Él decide todo. Hasta las consultas. Decide “someter a consulta” la termoeléctrica de Morelos, por ejemplo, pero cancela de un manotazo la mina Los Cardones en Baja California. Y sea lo que sea que decida, la decisión de El Señor Presidente es inapelable.
Es el centro de las decisiones políticas, pero también de los apoyos. A juzgar por los discursos que ha pronunciado frente a multitudes de mexicanos en todo el país, desde antes de que asumiera el cargo y ahora como Presidente, el político tabasqueño quiere que a la gente le quede clara una cosa: quien va a ayudarla, quien le va a dar los apoyos, no es un aparato burocrático lleno de intermediarios, sino él. “Directo”, mediante una tarjeta, él le depositará a cada beneficiado lo que le toque. No es la Secretaría de Bienestar ni la Secretaría de Trabajo quienes se preocupan por la pobreza de la gente. Es él quien se preocupa, es él quien ordena los apoyos, y es él quien depositará dinero “directo, sin intermediarios” a los pobres. Las gracias, la aprobación, los aplausos y el voto, deben ser, no para los personajes de su gobierno o alguien más, sino para él.
El presidencialismo priísta era autoritario, sí, pero el autoritarismo del presidencialismo morenista raya ya en una dictadura. Y es que la toma de decisiones por parte de Andrés Manuel no se constriñe solo a los grandes proyectos del país –caso del aeropuerto, Tren Maya, etc.- sino que se la aplica también a las clases populares. Para López Obrador, los pobres no tienen derecho a decidir qué quieren, qué necesitan. Él ya lo sabe y lo va a aplicar. ¡Y cuidado con que los pobres no estén de acuerdo! ¡Cuidado y se organicen para exigir demandas que no estén previamente consideradas por el Presidente!, porque en ese momento dejan de ser pueblo bueno y se convierten en corruptos, intermediarios y huachicoleros y cae toda la furia presidencial sobre sus espaldas. Entonces los pobres también se convierten en conservadores, porque se oponen a la Cuarta Transformación, porque no quieren que México mejore.
Como Presidente, AMLO es el máximo representante de los vicios tan criticadas del viejo PRI. Y no podía ser de otra forma, pues en ese partido se formó y de él aprendió cómo hacer política. Pero el Presidente, hoy tan cómodo con el 78% de aprobación que dicen las casas encuestadoras, debería preocuparse por el rumbo que lleva su gobierno. Basta que abra sus libros de historia política del siglo XX para que vea el peligro: si algo llevó al PRI a su descalabro, eso fue su autoritarismo. La masacre de Tlatelolco en 1968, la formación de guerrillas en los años setenta, la Guerra Sucia, las polémicas elecciones de 1988, y otros episodios similares, derivaron en un rechazo generalizado de todo lo que oliera a PRI. Hoy, paradójicamente, Morena se esfuerza por comportarse igual que el repudiado instituto político. “La historia se repite dos veces. La primera como tragedia”, escribió Carlos Marx. Ya veremos.
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Escrito por Ehécatl Lázaro
Columnista de politica nacional