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En México y la mayoría de los países del mundo, los procesos electorales acondicionan la simpatía de los electores ante los candidatos porque intenten convencerlos y manipularlos con mentiras, denostaciones y acusaciones contra sus rivales, en lugar de atraerlos con soluciones frente a los problemas de mayor preocupación ciudadana. En el segundo debate presidencial, las candidatas Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez ofrecieron una detallada muestra de estos despreciables recursos de la política partidista.
Hay otros recursos, desde luego, con los que los candidatos intentan persuadir a los ciudadanos de que sus proyectos son los mejores para “salvar” a su país del desastre económico; y para ello difunden mensajes a los medios de comunicación tradicionales y redes sociales, como ha ocurrido durante las últimas semanas en la actual campaña presidencial, cuyos candidatos han competido también para ver quién “tiene más saliva y puede tragar más pinole”.
Pero ¿cómo es que los candidatos a cargos de elección popular en este tipo de reality show, concentraciones en plazas o foros populares o con el uso de los medios de comunicación intentan manipular a los electores con mentiras y promesas falsas que posteriormente serán desmentidas por la falta de obras en sus gobiernos?
La respuesta a esta pregunta es sencilla: la capacidad limitada que muchos electores mexicanos tienen para entender y discernir las propuestas de los candidatos está en “la navaja bien afilada” que éstos usan para manipularlos y convencerlos de que sus compromisos son serios y sus propósitos buenos. Y una vez que han logrado apoderarse de la voluntad de los ciudadanos, los inducen de manera imperceptible y sutil a la comisión de actos poco edificantes.
Es por ello que la ignorancia de buena parte de nuestro pueblo propicia que, durante las campañas electorales, los gestos zalameros y los ofrecimientos broten como los hongos con las primeras lluvias (“prometer no empobrece”, como reza el dicho popular) y que los candidatos sean vistos como personas sabias, carismáticas y pueblerinas, a pesar de que muchos de sus compromisos son falsos o inviables porque fueron elaborados para seducir, engañar a la gente, y hacerla que acuda a las urnas.
Pero una vez pasada la apoteosis electoral y el ciudadano manipulado ha dejado atrás las urnas, todo vuelve a la normalidad, los compromisos desaparecen, los floridos discursos se convierten en cenizas y el funcionario gubernamental electo se vuelve indiferente e indolente frente a los ciudadanos y nada hace por resolver los problemas prometidos durante su campaña electoral.
En México, al igual que en otras naciones del orbe, estas prácticas políticas son recurrentes cada tres y seis años, pero su manifiesta vulgaridad se ha agudizado desde que el actual sistema económico ha elevado los niveles de pobreza en gran parte de la población. El neoliberalismo ya no sirve, se ha agotado y ya no ofrece nada al pueblo trabajador; pero los políticos a su servicio lo rehabilitan a toda costa mediante engaños y mentiras.
Por eso hay que poner un alto a los políticos embusteros; pero esto sólo será posible si todos los mexicanos despertamos, analizamos la realidad, nos educamos, politizamos y organizamos para que en las futuras elecciones elijamos a candidatos que provengan del pueblo mismo. Sólo así empezaremos a cambiar las cosas y a desterrar del país la manipulación y la mentira. Por el momento, querido lector, es todo.
El recuento se haría en más de 102 mil 300 casillas de las 170 mil que se instalaron en todo el país.
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Escrito por Miguel Ángel Casique
Columnista político y analista de medios de comunicación con Diplomado en Comunicación Social y Relaciones Públicas por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).