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Madre, en tu día…
Las políticas gubernamentales han seguido la misma tónica de otros sexenios: sin resolver ni reducir la brecha económica existente entre privilegiados.
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En su película La Pasión, Mel Gibson incluye dos escenas en las que se describe el sentimiento de protección de las madres hacia sus hijos. En la primera, el niño Jesús cae y María corre presurosa a auxiliarlo; y en la segunda, cuando Jesús, ya adulto, camina hacia el Gólgota y cae vituperado y maltratado por la gente, María únicamente puede verlo angustiada, porque la ley de los hombres lo ha juzgado como un criminal.

Este mismo drama enfrentan hoy las madres en muchos lugares del mundo, entre ellas las mexicanas que, en estos tiempos aciagos, deben esforzarse para sacar adelante a sus hijos en un país donde las condiciones de vida dificultan su amorosa obra de maternidad, como puede observarse con los graves problemas de pobreza, insalubridad y violencia que asuelan a gran parte de las comunidades rurales y urbanas que no pertenecen al México ficticio descrito por la propaganda engañabobos que cotidianamente se difunde desde Palacio Nacional.

¿Cómo proteger a los hijos en un ambiente así? Las políticas gubernamentales han seguido la misma tónica de otros sexenios: sin resolver ni reducir la brecha económica existente entre privilegiados y desposeídos sino, por el contrario, entregar dádivas monetarias cuyos montos no resuelven la pobreza, incluso la agravan porque los programas asistencialistas se centran en conformar e inmovilizar a la gente en su situación socioeconómica para luego comprarle sus votos. En reiteradas ocasiones, el actual Presidente ha reconocido descaradamente que a esta práctica se debe la fidelidad de mucha gente pobre hacia su partido y que, por tal motivo, su gobierno utiliza los recursos generados por nuestros impuestos para mantener a estos mexicanos cercanos a él.

¿Sabrá el Presidente la forma de vida en la chozas de la Sierra Norte de Puebla o en una casa de cartón a las afueras de la alcaldía Iztapalapa? Lo dudo. Él, como toda la cofradía de funcionarios partidistas, se ha enriquecido de la política y contribuido a la miseria del pueblo en general; pero en lo particular, la de las madres mexicanas cuyos magros ingresos no alcanzan para comprar los alimentos necesarios para sus hijos, que crecen con hambre, desnutridos y afectados por enfermedades relacionadas con la pobreza. Para superar estas limitaciones, las madres recurren a su imaginación y todos los medios a su alcance para alimentar lo mejor posible a los hijos, a pesar de que el monstruo de la inflación se ha apoderado de los tianguis y los supermercados.

El Presidente alardea que nadie como él ha subido el monto diario del salario mínimo; pero no aclara que fue obligado por los gringos y que, en contubernio con los empresarios, ese aumento salarial fue trasladado a los precios de los productos básicos de mayor consumo. ¡Ah, cuanta perversidad en tener el pan al alcance de la mano y no poder comerlo! Y mientras la televisión y los demás medios plantean un mundo de oportunidades, las madres deben esforzarse en mandar a sus hijos a las escuelas de educación básica o media porque su acceso a las de nivel superior es imposible. No. No todos los niños y jóvenes tienen las mismas oportunidades y las madres lo saben. También saben que, para sus hijos, será muy difícil hallar un buen trabajo que los saque de la pobreza.

Éstas son las causas por las que una buena proporción de los jóvenes ingresa al ejército de desempleados y sus madres no pueden protegerlos; carentes de argumentos para retenerlos ven como se van en busca de empleos en lugares distantes –a menudo más allá del río Bravo– donde estarán expuestos a malos tratos, explotación laboral y discriminación; además, ellas se ven obligadas a asumir la posibilidad de no volver a verlos. En una situación similar se hallan las madres buscadoras, que escudriñan la tierra, entre el horror de los enterramientos clandestinos, para dar con el paradero de sus hijos desaparecidos y que no han tenido siquiera el consuelo de velar sus cuerpos. 


Escrito por Capitán Nemo

COLUMNISTA


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