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La asunción a la presidencia del Brasil de Luiz Inacio Lula da Silva es una gran noticia para Latinoamérica y el Caribe. Se supone que el gigante sudamericano recuperará el protagonismo internacional que supo tener en el pasado y contribuirá a revivir o dinamizar los diversos procesos de integración en curso en la región, algo más importante que nunca en el bicentenario de la nefasta Doctrina Monroe.
La agenda incluye desde la revitalización del Mercosur hasta la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), pasando por la Unasur, para mencionar apenas los más significativos. Una señal de la reorientación de la política exterior brasileña es el compromiso del nuevo presidente no solo de participar en la próxima cumbre de la CELAC –que se realizará en Buenos Aires el 24 de enero– sino de reincorporar a Brasil a ese organismo, del que se había marchado por una decisión del gobierno de Jair Bolsonaro.
Obviamente esta es solo una parte de la agenda que tiene en sus manos Mauro Vieira, el canciller de Lula. El reforzamiento de los lazos con los países del Sur Global es otra de sus prioridades, así como insistir en la reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para garantizar en dicho órgano un asiento permanente para Brasil. Y, sin duda, otro tema prioritario será el relanzamiento del BRICS, el acuerdo entre Brasil, Rusia, La India, China y Sudáfrica, actualmente sumido en un difícil (más no insoluble) proceso de ampliación auspiciado por Beijing, que contempla la incorporación de Argentina, Egipto, Indonesia, Kazakhastán, Saudi Arabia, Emiratos Árabes Unidos, Nigeria, Senegal y Tailandia. Luego de su viaje a la Argentina, Lula tiene en principio agendado un par de visitas altamente conflictivas: a la Casa Blanca, en primer lugar; y luego a Beijing. Ambas en el primer trimestre del año.
Dicho lo anterior, Lula deberá apelar a todas sus artes diplomáticas y de hábil negociador para no quedar entrampado en la cruzada que la Administración Biden ha lanzado contra dos socios de Brasil en el BRICS: contra Rusia, mediante la “guerra por procuración” o “guerra proxy” librada en suelo ucraniano con la complicidad de los indignos gobiernos neocoloniales de Europa; y la creciente escalada guerrerista en contra de China, el “enemigo principal” según el reciente documento del Consejo de Seguridad Nacional porque, según allí se dice, es el único país que tiene la voluntad y la capacidad de rediseñar en su beneficio el actual orden mundial. Rusia tiene lo primero, la voluntad, pero no la capacidad. La guerra en Ucrania es una estratagema orientada precisamente a erosionar esa capacidad.
Pero China es otra cosa. Para Brasil, el país asiático es de lejos su primer socio comercial: el intercambio entre ambos llegó, en 2022, a los 135 mil millones de dólares, más del doble del que se registra con Estados Unidos. Los gestos de Biden en relación al gigante asiático no pueden ser más beligerantes, y embarazosos, para Lula: desde invitar a un representante de Taiwán a su inauguración presidencial, un gesto sin precedentes desde que Estados Unidos reconoció oficialmente a la República Popular China, y hacer lo propio en ocasión de su malhadada “Cumbre por la democracia”, en donde el enviado de Taipei se sentó nada menos que junto a Juan Guaidó y otras figuras de su calaña. Aparte de ello hay que recordar las continuas provocaciones que fuerzas estadounidenses realizan en el Mar del Sur de la China, la visita de Nancy Pelosi y el intento de negar el acceso de microchips a China.
Lula sabe que otro de sus socios en el BRICS, La India, tampoco es vista con buenos ojos hoy por Washington porque su redoblado intercambio comercial con Rusia es interpretado como una contribución económica a su esfuerzo militar en Ucrania y a aminorar el impacto de las sanciones que Biden impuso contra Rusia. Por lo tanto, detrás de las amables sonrisas que quedarán estampadas en la fotografía oficial en el Salón Oval de la Casa Blanca, lo más probable es que, una vez que se retiraron los fotógrafos, la tensión que hoy caracteriza al sistema internacional se traslade con toda su fuerza al encuentro entre ambos mandatarios. Washington necesita aliados incondicionales para su santa cruzada contra Rusia y China, y lo peor que puede hacer Brasil, y cualquier otro país latinocaribeño, es embarcarse en una pelea que nos es por completo ajena y en la cual tiene casi todo para perder y nada para ganar. Seguramente Lula sabe que uno de los pocos modos que tiene para evitar ser reclutado para esa guerra es fortalecer la unión de los países de Nuestra América. Ojalá pueda actuar, o lo dejen actuar, en consecuencia.
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Escrito por Atilio. A. Borón
colaborador invitado