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Con motivo de un año más de la Gran Revolución de Octubre de 1917, considero importante destacar algunas cuestiones sobre la educación rusa que hicieron que los maestros y estudiantes se sumaran también a aquel acontecimiento histórico.
En su libro Lenin y la Pedagogía, el destacado historiador y teórico de la pedagogía soviética, Fiódor Filípovich Koroliov (1898-1971), da cuenta del atraso educativo en el que Rusia se encontraba. De acuerdo con el Anuario oficial de Rusia de 1910, ocho de cada diez niños y jóvenes en la edad de estudiar no asistían a clases, y el 73 por ciento de la población adulta no sabía leer y escribir. El atraso era más agudo si se compara con el nivel educativo de Suecia y Dinamarca, países que no contaban con analfabetos; o con Suiza y Alemania, donde apenas el uno o dos por ciento de su población era analfabeta. Hasta los negros americanos, que se encontraban bajo el yugo de los plantadores, en cuanto a alfabetización, estaban mejor que los campesinos rusos, señalaba Lenin, pues solamente el 43 por ciento de ellos no sabía leer y escribir.
Ante el evidente atraso educativo, el zar Nicolás II se negaba todavía a destinar recursos a la educación; se escudaba, además, en el crecimiento económico de Rusia, pues de 1900 a 1914, la tasa de crecimiento era del cinco por ciento, mientras que de 1894 a 1900, había sido del nueve por ciento. Sin embargo, una suma considerable de rublos era destinada para armamentos, para aventuras bélicas, para los nobles, para financiar a los fabricantes de azúcar y a los dueños del petróleo. Millones de rublos se destinaban al sostenimiento del Estado feudal, para los gastos de la policía, del ejército, para los arriendos, etc. En cambio, los alumnos y maestros sufrían un embrutecimiento espiritual, humillación y falta de derechos como lo testimonia el médico y escritor Antón Pávlovich Chéjov (1860-1904), quien conocía perfectamente la vida de los maestros rurales: éstos eran peones, personas poco instruidas que iban a enseñar a los niños del campo, iban con tantas ganas como si fuesen al destierro, decía. Los maestros estaban hambrientos, humillados, asustados por las perspectivas de perder el trozo de pan. Se vestían mal, temblaban de frío en las húmedas escuelas, se consumían, se acatarraban; a los treinta años ya habían adquirido laringitis, reumatismo, tuberculosis, y durante ocho y nueve meses vivían como ermitaños, embrutecidos en la soledad, sin libros ni diversiones, concluía.
Sigamos. La obra pedagógica, La escuela primaria soviética: problemas de la enseñanza y la educación, de Diliara Ismailovna Latíshina, contiene información valiosa que conviene rescatar: la escuela primaria típica (95 por ciento de todas las escuelas primarias) era de dos o tres grados (con un maestro). La mayoría de los hijos de los campesinos y obreros no podía obtener siquiera la formación primaria porque la familia rusa no completaba para su subsistencia diaria, lo cual obligaba a muchos niños campesinos a abandonar la escuela sin terminar el curso mínimo. En las ciudades, la deserción era similar, y la jornada de trabajo de niños y adolescentes duraba entre 10 y 14 horas, con una remuneración más baja que la de los adultos.
Los obreros y campesinos (90 por ciento del total de la población), no tenían enseñanza media y superior. A este nivel de enseñanza accedían solamente los nobles y la clase alta que constituían apenas el 1.5 por ciento de la población. En las escuelas de enseñanza media estudiaban únicamente los hijos de los nobles, del clero, de los mercaderes, la burguesía, y solamente un ocho por ciento de los alumnos procedían de familias de campesinos y ciudadanos acomodados.
En su breve, pero significativo artículo Acerca de nuestras escuelas, Lenin, haciendo uso del censo de 1911 sobre las escuelas rusas analizó la situación de la instrucción de los maestros, hacinamiento e iluminación en las escuelas. El porcentaje de maestros con instrucción media y superior en las escuelas urbanas era de 76 por ciento, en las privadas de 67, y en las parroquiales (escuelas primarias dependientes de las parroquias eclesiásticas) de 18, apuntaba Lenin. En las aldeas, en las escuelas unitarias de los zemstvos, el número de maestros con instrucción representaba solamente el 20 por ciento, mientras que en las escuelas unitarias parroquiales, solo el 2.5. El índice de hacinamiento tanto en las escuelas de los zemstvos como en las parroquiales era de más del cinco, considerado hacinamiento crítico. La superficie del suelo, recomendada, tenía que ser seis veces mayor que la superficie luminosa de las ventanas, sin embargo, resultaba que la superficie del suelo era nueve veces mayor, lo que demostraba que las escuelas, además de ser estrechas, eran oscuras.
En estas condiciones se encontraba la educación rusa en los albores de la Gran Revolución. Su existencia ya no era necesaria, y por eso pereció, al suprimirse el régimen existente. Lo mismo ocurrirá con nuestra educación actual, tendrá que ser suprimida y sustituida por otra nueva y mejor.
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Escrito por Romeo Pérez
Doctor en Física y Matemáticas por la Facultad de Mecánica y Matemáticas de la Universidad Estatal de Lomonosov, de Moscú, Rusia.