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El cambio y el movimiento en la sociedad son menos perceptibles que en los fenómenos naturales. Hay quienes se atreven a afirmar que la sociedad sigue igual, que nada ha cambiado. Las afirmaciones de que una sociedad se mantiene estática y es incapaz de cambiar llevan a muchos al fatalismo y pueden ayudar a perpetuar o retardar muchos procesos sociales. En las ciencias naturales, la repetición de los fenómenos permite establecer relaciones, causas y efectos de una diversidad de procesos, pero en las relaciones entre los hombres, si utilizamos el método correcto observamos que el comportamiento humano es también repetitivo.
Por ejemplo, año con año, en diversas regiones del país, suceden fenómenos naturales como huracanes e inundaciones. La sobreexplotación de los recursos naturales por el capitalismo repercute en el calentamiento del planeta, haciendo que la repetición de los fenómenos climáticos se altere, que se incremente su intensidad, que su furia sea más devastadora y que sean menos predecibles. Sin embargo, lo que sí es predecible es el comportamiento de autoridades, medios de comunicación y otros actores que sacan tajada de esos eventos meteorológicos.
La receta es casi siempre la misma: se activa el plan DNIII para “socorrer” a los afectados; se destinan (en pocos casos) recursos del Fondo Nacional de Desastres (Fonden); las autoridades aprovechan la situación (salvo excepciones) para tomarse la foto; los medios, dependiendo de la espectacularidad del evento, le dan cobertura, construyendo historias y convirtiendo en héroes a personas comunes y hasta a animales. Al desastre en cuestión lo convierten en un distractor y ponen especial énfasis en mostrar a la naturaleza como un monstruo inmisericorde. Y, conforme pasan los días, la noticia pasa a segundo plano, los damnificados son dejados a su suerte, mientras que los culpables de la tragedia y los responsables de llevar un poco de alivio a aquéllos, descansan tranquilos pues el show ha terminado.
En días recientes, el huracán Willa causó en Nayarit severas inundaciones, desbordamientos de ríos, afectó carreteras, dañó miles de hectáreas de cultivos, provocó la muerte y desaparición de personas en el lodo y más de 180 mil familias damnificadas. Pero Nayarit no fue el único estado en desgracia, porque Sinaloa también fue azotado; familias mixes en Oaxaca y la cuenca del Papaloapan enfrentaron derrumbes e inundaciones de manera recurrente, al igual que en otras regiones del país. Todo esto ocurrió sin que las autoridades se inmutaran y sin que ningún medio de comunicación, siquiera por humanidad, hubiera dado voz a las víctimas.
Las personas deben saber que los medios de comunicación son un negocio y cuando no hay “nada relevante” que informar –o cuando los damnificados carecen de importancia para sus editores– fabrican o buscan otras noticias que les proporcione mayor rating, como lo hemos visto en estos días en que aquéllos se han volcado a dar cobertura a las olas migratorias de unos cuantos miles de centroamericanos, cuya desgracia nos hermana con ellos pero que, al mismo tiempo, ha provocado que la situación dramática de los cientos de miles de mexicanos afectados por las lluvias sea olvidada tanto por la prensa como por las autoridades.
La hipocresía al por mayor de gobernadores y medios de comunicación que quieren hacerse pasar por humanistas al ayudar a los migrantes, se evidencia al negar el apoyo que urgentemente demandan los mexicanos caídos en desgracia. Los fenómenos naturales no son los mismos, pues ahora su efecto devastador es mucho más grande y golpea principalmente a los menos favorecidos. Pero la pobreza tampoco es la misma, ya que va aumentando a pasos agigantados y a todas sus víctimas les va mal en todos lados. El problema se agrava por la falta de sensibilidad de las autoridades, a la que se suman la imprevisión, la poca inversión en infraestructura y los bajos salarios pagados por los empresarios; todos estos elementos son una mezcla letal que aumenta las desgracias humanas.
El pueblo mexicano debe sacar sus propias conclusiones y recordar que en los momentos de desgracia él es el único que tiende la mano a los damnificados. No debe olvidar la triste actuación de los arribistas y los empresarios que han lucrado con el dolor ajeno. Aún tenemos presente lo que ocurrió tras los sismos de septiembre de 2017, cuando los “intermediarios” del partido del nuevo gobierno se quedaron con el dinero de los damnificados.
Al parecer, lo peor está aún por venir; si los recursos para la gente en desgracia antes fluían a cuenta gotas, con la posible concreción del proyecto para que el Gobierno Federal concentre los ingresos fiscales que hasta ahora manejaban estados y municipios, el abandono de la gente desfavorecida se resentirá mucho más. Pero si ya nada será igual, es hora de que el pueblo no sea el mismo y que se ponga en movimiento. Solo así los golpes serán menos duros.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA