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En muchas de las manifestaciones de descontento popular que acontecen hoy en día se encuentra la repetición de un fenómeno: la violación total o parcial de monumentos. Esta “violación” no se manifiesta, necesariamente, como la eliminación de pedazos de la obra en cuestión, puede causarse también desde una intervención superficial en ella, por ejemplo, con pintura.
La audiencia mexicana se ha relacionado con estos actos a partir de las intervenciones que centros históricos de ciudades mexicanas exponen durante las manifestaciones del 8M, o por ejemplo, a través de la quema/ruptura de piñatas cuyas características remiten a alguna figura pública. Estas acciones, en especial las hechas sobre bienes públicos, son objeto de debate, pues su razón de ser no siempre es comprendida y compartida por la mayoría de la población.
Aunque se puede estar inconforme con estos actos, vale la pena conocer su origen histórico y su uso político para construir una postura informada sobre el tema.
La iconoclasia consiste en transgredir objetos (originalmente imágenes) que representan una idea/régimen/situación que causa inconformidad. En sus inicios, la iconoclasia se manifestaba sobre imágenes religiosas, especialmente en momentos en los que había conflicto al interior de alguna agrupación religiosa (como sucedió en la Iglesia Bizantina durante el Siglo VIII); sin embargo, hay en nuestro tiempo manifestaciones iconoclásticas que ya no se enfocan directamente sobre imágenes religiosas. La iconoclasia contemporánea ha ampliado su margen y ahora se expresa sobre una diversidad de monumentos, ideas, obras, que son en sí mismos la representación de intereses, tradiciones, posturas sin una ligazón directa con la iglesia.
Con la ampliación de los márgenes sobre los que la iconoclasia opera, hay también una ampliación de los usos y efectos de ésta. De ser utilizada como herramienta en luchas intestinas de la Iglesia y en sus debates teológicos, es ahora herramienta de luchas políticas y sociales. Estos movimientos transgreden monumentos e imágenes, en especial los que están en el espacio público, buscando sacudir una “normalidad” enraizada en la sociedad que no ha sido cuestionada, o bien, como muestra de inconformidad ante las ideas, posturas y valores que se representan en esas obras y que no corresponden a un sentir generalizado. En este sentido, la iconoclasia se ha convertido en una forma de manifestación política, sin duda criticable cuando la acción política se reduce solo a ella, pero que en distintos momentos de la historia ha jugado un papel importante.
Tal es caso del derrumbe de la Columna Vendôme. Este monumento fue promovido e inaugurado por Napoleón I y Napoleón III para homenajear las hazañas militares del Imperio. Cuando la Comuna de París, el primer gobierno obrero del mundo, llega al poder, decide derrumbar esta columna, considerada como un monumento a la opresión que las clases altas hacen sobre los desprotegidos, valiéndose de la guerra para lograr y afianzar esta dominación. Gustave Coubert, uno de los pocos artistas reconocidos de la época que juntó su suerte a la de la Comuna, fue uno de los principales promotores del derrumbe por las razones arriba expuestas. Esta acción, que en apariencia solo tocaba lo simbólico, logró aglutinar a la mayoría del pueblo de París que buscaba reafirmar, con la caída de la Columna, el surgimiento de una nueva época. Aunque el derrumbe se realizó, pocos días después la capital francesa fue tomada y la Comuna destituida. Y la Columna Vendôme, monumento a la barbarie, fue nuevamente levantada sobre los cuerpos de más de 30 mil comuneros.
El suceso de Vendôme es un claro ejemplo de los alcances políticos que lo simbólico puede tener. El cuestionamiento de los símbolos será fundamental para construir una sociedad distinta, pero siempre acompañado de una práctica política más amplia.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.