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Gwendolyn Elizabeth Brooks
Fue una poetisa, narradora y educadora que se convirtió en la primera mujer afroamericana en ganar el Premio Pulitzer (1950, por Annie Allen).
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Fue una poetisa, narradora y educadora que se convirtió en la primera mujer afroamericana en ganar el Premio Pulitzer (1950, por Annie Allen). Su trabajo se centra en la experiencia de los afroamericanos, especialmente en contextos urbanos como el barrio de Bronzeville en Chicago, donde vivió la mayor parte de su vida.

Generalmente se le sitúa dentro de la corriente literaria del realismo social y la poesía de protesta, pues gran parte de su poesía habla de la vida cotidiana de la comunidad afroamericana, abordando temas como la pobreza, el racismo, el sexismo, y la violencia urbana. Su estilo poético y narrativo usa tanto las formas tradicionales (sonetos, tercetos, baladas) como el verso libre, sin caer en un lenguaje académico, valiéndose de expresiones coloquiales; en varios de sus poemas construye personajes y microhistorias a modo de fábula. 

traducción de oscar godoy barbosa y tom maver

Los niños de los pobres

I

Las personas sin niños endurecen,

alcanzan la frialdad y la insolencia,

no se cuidan y van con displicencia,

el huracán o el fuego acometen.

Y si la tierra entera es arrasada

mueren simplemente, agitadas

sus almas sin huellas, desmañadas

ríen o caen, tímidas, paralizadas.

Mientras tanto, en la sombra, nosotros

escuchamos impotentes el extraño

gimoteo-lloriqueo de los niños

que suave nos atrapa y hace otros,

nos conjura y convierte en azúcar

las molestias y verdades del amor.

 

II

¿Qué le daré a mis hijos? Pobres son,

condenados como parias de la tierra,

mis dulces leprosos que no piden

ropa de terciopelo suave y tierna

pero me ruegan por un brusco giro,

tomados de mi mano van gritando,

no quieren seguir más de contrabando

ni ángeles, ni admirables, ni seguros.

Mi mano atosigada de pendientes,

sin derecho a mi propia morada,

ningún proyecto servirá de nada

ni penas ni amor serán suficientes

para afianzar a mis mitades que viajan

por el otoño helado en todas partes.

 

III

¿Diré a mis niños que recen por rezar?

Pequeños, invadan el sobrio lugar

fantasmal, con ecos de penitentes

histéricos y arrogantes por esta vez.

Entiendan, niños, no hay pecados que expiar,

protejan sus almas en normas dudosas,

sean como tumbas, mulas metafísicas,

aprendan que Dios no suele abandonar.

Tras el susurro de sus limpias palabras

esperaré si quieren: repasen salmos,

si esto los asusta: tejan creencias

y si los desgarra: vuélvanse calmos.

En la frente y en los dedos, sean sabios,

alisten una venda para sus ojos.

La balada-soneto

Oh madre, madre, ¿dónde está la felicidad?

Se llevaron a mi alto amante a la guerra.

Me dejaron lamentándome. No puedo saber

de qué me sirve la taza vacía del corazón.

Él no va a volver nunca más. Algún día

la guerra va a terminar pero, oh, yo supe

cuando salió, grandioso, por esa puerta,

que mi dulce amor tendría que serme infiel.

Que tendría que serme infiel. Tendría que cortejar

a la coqueta Muerte, cuyos imprudentes, extraños

y posesivos brazos y belleza (de cierta clase)

pueden hacer que un hombre duro dude

y cambie. Y que sea el que tartamudee: Sí.

Oh madre, madre, ¿dónde está la felicidad?

 

A los jóvenes que quieren morir

Siéntate. Inhala. Exhala.

El arma esperará. El lago esperará.

la sustancia amarga en el pequeño hermoso frasco

esperará, esperará:

podrá esperar una semana: y esperará todo abril.

No tienes que morir este día. 

La muerte permanecerá, 

te aseguro que la muerte esperará.

La muerte tiene todo el tiempo.

La muerte puede atenderte mañana.

O la próxima semana.

La muerte está justo en esta calle, un poco más allá;
y es la vecina más complaciente,

está lista para encontrarte

a cada instante.

No necesitas morir hoy.

Quédate aquí un poco, pese al despecho,

y el desánimo y el dolor.

Espera a ver lo que depara el mañana.

En las tumbas no crecen verdes que te sirvan.

Recuerda, el verde es tu color. Eres la primavera.

Nosotros, los más enrollados

Jugadores de Billares.

Siete en la Dorada Pala.

Nosotros los más enrollados.

Nosotros dejamos la escuela. 

Nosotros merodeamos al anochecer.

Nosotros golpeamos despiadados.

Nosotros cantamos al pecado.

Nosotros rebajamos la ginebra.

Nosotros sonando jazz en junio.

Nosotros morimos pronto

Mis sueños, mis trabajos, tendrán que esperar hasta mi vuelta del infierno

Almaceno mi miel y mi pan tierno

en jarras y cajones protegidos,

recomiendo a las tapas y pestillos

resistir hasta mi vuelta del infierno.

Hambrienta, me siento como incompleta.

No sé si una cena volveré a probar,

todos me dicen que debo aguardar

la débil luz. Con mi mirada atenta,

espero que al acabar los duros días,

al salir a rastras de mi tortura,

mi corazón recordará sin duda

cómo llegar hasta la casa mía.

Y mi gusto no será indiferente

a la pureza del pan y de la miel.

El funeral de la prima Vit

Sin protestar es llevada afuera.

Golpea el ataúd que no la aguanta,

ni satín ni cerrojos la contentan

ni los párpados contritos que tuviera.

Oh, mucho, es mucho, ahora sabe.

Ella se levanta al Sol, va, camina,

regresa a sus lugares y se inclina

en camas y cosas que la gente ve.

Vital y rechinante se endereza

y hasta mueve sus caderas y sisea,

derrama mal vino en su chal de seda,

habla de embarazos, dice agudezas.

Feliz, recorre senderos y parques,

histérica, loca feliz. Feliz es.


Escrito por Redacción


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