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El pasaje de Andrés y Juan Haldudo
Sabía que el individuo solo valía muy poco. Opino, pues, que no estamos ante una historia con dos partes contrapuestas, estamos ante una lección completa lanzada a través del espacio y del tiempo.
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Terminamos el año y empezamos uno nuevo. No estoy optimista acerca del futuro que nos espera, no obstante, les deseo a todos un feliz año. Quisiera que todo mundo fuera feliz. Salud, en todo caso, que siempre ha sido una gran ambición del hombre, pero ahora, en estos últimos años, se ha vuelto mucho más escasa y, por tanto, más apreciada. Existen infinidad de problemas que golpean a los países pobres y, dentro de esos países, más todavía, a las clases trabajadoras. Es imprescindible, pues, recogerlos, analizarlos y exponerlos ante la gente que no tiene acceso a los medios de comunicación críticos. Seguiremos adelante. Hoy, solo a título de ejemplo, comparto dos amargas novedades muy recientes.

La primera. El Senado de Estados Unidos votó el pasado 15 de diciembre la aprobación del presupuesto militar más grande en toda la historia de ese país, casi 770 mil millones de dólares. La aprobación de los gastos militares, que se lleva a cabo cada año, es uno de los pocos asuntos en los que demócratas y republicanos votan unidos para apoyar la maquinaria militar que lleva a cabo la agresiva política del imperialismo estadounidense. La segunda. La que se refiere al incremento en nuestro país en el precio de los combustibles como gas LP y gasolinas, que ha impactado duramente al bolsillo de los mexicanos; según el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) del Inegi, el gas LP tuvo un incremento de 19.41 por ciento en lo que va del año, la gasolina Premium de 20.64 por ciento y la regular de 12.32 por ciento. Más pobreza en el horizonte.

No me salgo del tema de los aciagos tiempos si me ocupo de ilustrar la original forma de denuncia de algunos de los grandes genios de la humanidad. Gritos de protesta que llegaron pronto a todos los rincones de la tierra y que a varios siglos de distancia siguen y seguirán resonando en los oídos de las sufridas masas trabajadoras que claman por la necesaria liberación definitiva. Uno de esos genios imponentes es Don Miguel de Cervantes Saavedra. Tuve la inmensa fortuna –y forma parte de mi larga lista de agradecimientos a los hombres buenos que me han hecho mucho bien en la vida– de que me descubriera y enseñara al español inmortal, el Maestro Aquiles Córdova Morán. Él tuvo la idea de que la Dirección Nacional del Movimiento Antorchista en pleno estudiara materiales que la armaran para educar y organizar a los pobres de México y, laborioso y congruente como casi nadie, cada dos meses, en sesión ordinaria del organismo, trabaja largas horas exponiendo y profundizando en trascendentes problemas económicos y, también, enseñando a valorar y a disfrutar las grandes obras de la humanidad, como El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, párrafo a párrafo, de principio a fin.

Don Miguel, como Shakespeare, Honorato de Balzac, Thomas Mann y varios otros, no pasaron su vida entera escribiendo obras de entretenimiento; se ocuparon de recoger, exponer y criticar severamente los males de la sociedad dividida en clases sociales para procurar la conciencia entre contemporáneos y hombres del porvenir e incitarlos a vivir bregando por un mundo mejor. El señor Don Quijote, por tanto, no era un alienado vagando por el mundo haciendo disparates, no, Sancho Panza lanzó el mensaje mi amo “no es loco sino atrevido”. Y ¿quién es Sancho Panza? Un modesto labrador simpático e inteligente “pobre y con hijos”, sí, claro, pero Sancho Panza es Don Miguel de Cervantes que por él se expresaba. Y Don Miguel es Don Quijote.

Quiso, pues, el ilustre autor, que a poco de su primera salida de su casa, antes de acompañarse con Sancho Panza, andando, a su diestra mano, “de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas como de persona que se quejaba”. Era un muchacho atado a una encina “desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quince años”, que estaba siendo azotado cruelmente por un ganadero rico “de buen talle”, que a cada azote le sermoneaba: “la lengua queda, los ojos listos”. Refrán inmortal que junto con otros muchos que aprendió Cervantes del pueblo en sus andanzas por España como modesto cobrador de impuestos para el rey, quedó grabado en el Quijote, por medio del cual el amo, que eso era el azotador, le decía al niño que hablara poco y estuviera atento a su trabajo, admonición eterna de todos los patrones que en el mundo han sido.

Un adinerado grandulón vapuleando a un niño amarrado, una injusticia estremecedora, imaginarla empuja la rabia y las lágrimas. No hay exageración, eso era España, ésos eran los derechos de los patrones contra los trabajadores que hacían mal la tarea asignada. ¿México? ¿Son todavía? Montado en cólera, el valiente hombre de La Mancha se acercó y encaró al abusador, “descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede”. Y absolutamente resuelto, arriesgándose no solo a un peligroso enfrentamiento de dudosos resultados sino, más, desafiando las arraigadas costumbres feudales que no solo permitían sino que, por sobrevivencia de la clase y dignidad del señor, obligaban a castigar a los sirvientes a golpes, le dijo: “subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza… que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo”. Cervantes dijo que el aprovechado se llamaba Juan Haldudo, aventuro que teniendo en mente que la hache era descendiente de la efe.

Espantado, el ricacho le contestó al Quijote que el niño cuidaba unas ovejas suyas y, por descuido, dijo, exagerando la falta, se le perdía una cada día; añadió que el niño decía que le pegaba “por miserable” para no pagarle el dinero que le debía, pero, concluyó el señor, digo que “miente”. Al oír la palabra “miente” el Quijote estalló y le dijo al tipo: “¿‘Miente’, delante de mí, ruin villano?”, es decir, ¿te atreves a asegurar en mi cara que el niño miente?, “Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza. Pagadle luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto. Desatadlo luego.”

El ganadero cumplió la orden de desatarlo pero dijo que ahí no tenía dinero, que el niño necesitaba irse con él para que le pudiera pagar y, aunque el niño se rehusaba, el Quijote se sostuvo en que no pasaría nada “basta –dijo– que yo se lo mande para que me tenga respeto; y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recebido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga”. Tan pronto como el caballero andante, con su lanza y su caballo, se alejó y se perdió en el bosque, Juan Haldudo le dijo al niño: “Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel deshacedor de agravios me dejó mandado… pero, por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga. Y, asiéndole del brazo, le tornó a atar a la encina, donde le dio tantos azotes, que le dejó por muerto”.

El desenlace es brutal. El Quijote se marchó y dejó al niño en manos del despiadado patrón, quien la volvió a emprender contra él. ¿Por qué se marchó el Quijote sin arrancar definitivamente de las garras de la injusticia al niño? ¿No imaginó que el castigo iba a ser más bárbaro? ¿Sí se trataba entonces de un loco irresponsable que no medía las consecuencias de sus actos? ¿Quiso Don Miguel decirnos que la lucha contra el despotismo y en favor del bien eran trabajos de amor perdidos y que aplicarse a ella solo empeorará la situación? Preguntas cuya respuesta definitiva y cabal dejó Don Miguel a cargo de sus curiosos lectores, eso ya es, diría el héroe de Lepanto, trabajo suyo, mi amigo. Hago uso, pues, de mi derecho de lector y adelanto y arriesgo mi pieza, creo yo que Don Miguel quiso decirles a sus contemporáneos y a otros como nosotros que habrían de venir después, que la lucha contra la injusticia estaba plenamente justificada, que valía la pena y debía arriesgarse por ella la vida, pero que esa lucha, librada por un solo individuo, estaba irremediablemente condenada al fracaso. Cervantes no había visto nunca una revolución popular, la Revolución inglesa y, más aún, la Gran Revolución Francesa, estaban muy lejos todavía, no se imaginaban siquiera, pero sí había visto y participado en acciones colectivas, como la guerra contra El Turco, enemigo irreconciliable de la cristiandad, de la cual era veterano y héroe reconocido. Sabía que el individuo solo valía muy poco. Opino, pues, que no estamos ante una historia con dos partes contrapuestas, menos ante los hechos de un orate, estamos ante una lección completa lanzada a través del espacio y del tiempo. Inmortalizada, como es el arte.


Escrito por Omar Carreón Abud

Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".


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