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El valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo contenida en ella; y el precio expresa ese valor. Por ello, las cosas caras en el mercado, salvo que haya perturbaciones como precios monopólicos, son aquéllas que contienen mucho trabajo. No es el tiempo que lleva individualmente a uno u otro productor generar una mercancía lo que determina su valor y precio, sino el tiempo promedio requerido por todos los productores; las empresas, para competir, necesitan reducir el tiempo de trabajo necesario, para así llevar al mercado mercancías con menos valor contenido en ellas y, por tanto, con menos precio. Los productores que lo logren serán competitivos y podrán no solo mantenerse en el mercado, sino incluso dominarlo.
El tiempo de trabajo necesario se reduce mejorando los procedimientos productivos, haciendo más eficiente el proceso, de manera que en menos tiempo se hagan más cosas; a esta relación de cantidad producida entre tiempo invertido se le llama productividad, y ésta será mayor cuanto más producción se genere en un tiempo determinado; como consecuencia, cada mercancía tendrá menos tiempo acumulado, es decir, menos valor y por tanto su precio será más bajo y más fácil será venderla.
La productividad del trabajo está determinada por los siguientes factores. El primero es la educación, capacitación o entrenamiento de los trabajadores. Si a un trabajador se le educa y entrena, será capaz de producir más en el mismo tiempo, o lo mismo en menos tiempo. Y esto es aplicable tanto a una fábrica como a un país. Por eso, educar significa elevar la productividad y con ello la competitividad. Claro que educar cuesta, pero esa inversión se recupera con creces al elevarse la productividad.
Influye también, de manera decisiva, la tecnología empleada, esto es, equipo, maquinaria, patentes y procedimientos especializados. Esto es obvio si pensamos solo en cómo puede hacerse más surcos con tractor que con yunta de bueyes, o cómo puede recorrerse más distancias y más rápido en un autobús que en un carruaje tirado por caballos; en fin, se corta más rápido la caña con máquina que con machete.
También importa la organización del proceso productivo. Toda mejora organizacional que permita reducir el tiempo en que se produce un bien eleva la productividad. Con el mismo equipo, maquinaria, instalaciones y nivel de preparación de la fuerza de trabajo, si a ésta se la organiza mejor, se eliminan tiempos muertos y duplicidades de funciones, el resultado será una elevación de la productividad del trabajo. Varios autores consideran al factor organizacional como parte de la tecnología.
Y, finalmente, también las condiciones naturales influyen sobre la productividad. Si una veta de mineral o un yacimiento son buenos, se obtiene más producto en igual tiempo de trabajo o se reduce el tiempo para extraer cierta cantidad. Si, por el contrario, una veta es pobre, el tiempo de trabajo invertido por kilogramo de metal aumenta. En buen suelo y con buenas lluvias se obtienen con el mismo tiempo mejores cosechas. Sin embargo, las condiciones naturales son un factor dado, y es modificado solo de manera limitada por el hombre. Además, es cambiante, como por ejemplo con las variaciones climáticas.
Así pues, debemos analizar nuestro nivel de productividad, porque es en el fondo el factor determinante de la competitividad, y esto se hace cada vez más patente, por ejemplo en la agricultura, pero también en otros sectores. Con frecuencia escuchamos que campesinos se quejan de que sus productos han sido pagados muy baratos; que no pueden recuperar ni siquiera los costos en que incurrieron, y que ello constituye una injusticia, pues no les pagaron todo el trabajo invertido.
El problema es que muchos de ellos incurren en tiempos de trabajo excesivos, que el mercado no reconocerá. Si el promedio general está muy por debajo de su tiempo de producción, el productor recibirá sólo lo que determine el promedio, no más. Por eso hay quienes exigen, como una obligación moral, la compensación en el mercado de ese tiempo excedente, pero la lógica del mercado es económica, la lógica del frío costo, no moral. El verdadero reto, si se quiere tener éxito, es reducir el tiempo de trabajo invertido, para colocarse por debajo del tiempo socialmente necesario.
Y aquí entra una variable adicional. A partir de que la economía se abrió, el tiempo de trabajo requerido se promedia ya no solo dentro del país, sino en el nivel mundial, pues si las economías están abiertas la competencia se establece con todos los países y con todos sus productores; es por ello que entran productos, por ejemplo chinos, que han requerido menos tiempo para su producción; por eso son más baratos y ganan el mercado.
Si queremos que nuestra economía progrese y sobreviva en la brutal competencia internacional, es un imperativo elevar la productividad, y para ello necesitamos mejorar la educación de nuestra sociedad, la tecnología empleada y la organización de la producción.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.