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Colombia en guerra
La izquierda colombiana ha comenzado a rechazar la vía armada como la única estrategia de lograr un cambio verdadero.
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El jueves 17 de enero un coche bomba explotó en Bogotá, Colombia, provocando un saldo de 21 muertos y 68 heridos. El vehículo, cargado con 80 kg de pentonita, ingresó violentamente a las instalaciones de la escuela policial General Santander, se impactó en su interior, y causó una explosión de consecuencias fatales. El acontecimiento conmocionó al país sudamericano, pues hacía tres décadas que no se presentaban este tipo de atentados, y menos aún en la capital. Días después, el lunes 21 de enero, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) reivindicó la autoría del ataque. En su página de internet, www.eln-voces.com, se publicó un comunicado que, entre otras cosas, dice lo siguiente: “la Escuela de Cadetes de la Policía Nacional es una instalación militar; allá reciben instrucción y entrenamiento los oficiales que luego realizan inteligencia de combate, conducen operaciones militares, participan activamente en la guerra contrainsurgente y dan trato de guerra a la protesta social. Por tanto, la operación realizada contra dichas instalaciones y tropas, es lícita dentro del derecho de la guerra, no hubo ninguna víctima no combatiente”.

¿Qué es el ELN? Esencialmente, es una de las tantas guerrillas que se formaron después del triunfo de la Revolución Cubana, y que buscaban seguir los pasos de Fidel. En todos los países de América Latina surgieron guerrillas socialistas que se propusieron derrocar al gobierno burgués para comenzar el tránsito hacia un modo de producción superior. Colombia no fue la excepción. El ELN se fundó en 1964 como parte de la influencia continental que tuvo Cuba; otras organizaciones guerrilleras muy conocidas surgieron también en esta etapa, como las FARC.  La lógica que priva al interior de estas agrupaciones es militar: están en guerra con el Estado y, aunque el conflicto ya ha durado más de cincuenta años, los combatientes mantienen el objetivo de derrotar al enemigo y tomar el poder por la vía armada. Así se explica el reciente atentado en Bogotá: son bajas en una guerra que ya se ha extendido medio siglo.

Si bien la explosión del coche bomba fue un evento que tomó por sorpresa al gobierno colombiano y a la prensa continental, lo cierto es que, al adentrarnos en la historia reciente  del país sudamericano, puede comprenderse lo ocurrido. Colombia es el único país de América Latina en el que siguen funcionando las guerrillas surgidas al calor de la Guerra Fría. Todas estas expresiones político-militares ya han desaparecido en el resto de la región o bien son totalmente marginales. Colombia es la gran excepción. La patria de García Márquez sigue atrapada entre una clase política notablemente conservadora -y proimperialista- y una izquierda que solo en los últimos años ha empezado a flexibilizar sus posicionamientos. Las negociaciones entre el gobierno de Santos y las FARC para su desmilitarización, y el fenómeno electoral que causó Gustavo Petro en las pasadas elecciones, son una prueba de que la izquierda colombiana ha comenzado a rechazar la vía armada como la única estrategia de lograr un cambio verdadero.

Durante el gobierno de Juan Manuel Santos, se hicieron importantes esfuerzos de pacificación tanto por parte de las autoridades como por parte de los guerrilleros. Hoy, el diálogo iniciado por el gobierno anterior se ha roto. El ELN acusa al gobierno de Iván Duque de romper la tregua pactada para el fin de año, y de bombardear y tomar posiciones cuando no estaban en combate. El gobierno de Duque, por supuesto, ha dibujado la imagen de unos guerrilleros inflexibles cuyos actos son tan demenciales que pueden equipararse a los terroristas del ISIS en Medio Oriente. Lo cierto es que, independientemente del penoso atentado, Duque tendrá que moderar el talante militar de su mentor político, quien lo llevó a la presidencia, Álvaro Uribe, y trabajar para que el proceso de pacificación que ya venía tomando forma, llegue a puerto seguro. Mientras tanto, Colombia sigue en guerra.


Escrito por Carlos Ehécatl

COLUMNISTA


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