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Nació en Caracas, Venezuela el 29 de octubre de 1781. Fue filósofo, poeta, traductor, filólogo, ensayista, educador y político; se le considera uno de los humanistas más importantes de América.
En Caracas fue maestro de geografía de Simón Bolívar y participó en el proceso de independencia venezolana como diplomático en Londres entre 1810 y 1829, a nombre de Bolívar y Luis López Méndez. Fue amigo de Alexander Von Humboldt, quien lo influyó en sus estudios de geografía y poesía.
Al concluir su labor diplomática regresó a Chile contratado por el gobierno y se desenvolvió en el campo del derecho y las humanidades en dicho país, ejerciendo como senador y profesor, además de escritor en periódicos locales. Como jurista, fue el redactor del Código Civil chileno, reconocido como uno de los más novedosos de su época. Como profesor, dio los lineamientos para la fundación teórica de la Universidad de Chile, de la que fue el primer rector.
Entre sus principales obras destacan La Gramática de la Lengua Castellana (1847), destinada al uso de los americanos, obra de referencia aún hoy imprescindible para los estudios gramaticales; Principios del Derecho de Gentes; el poema Silva a la agricultura de la zona tórrida, y el ensayo Resumen de la Historia de Venezuela, entre otras. Se le ha definido como poeta neoclásico por su narración descriptiva y didáctica; aunque algunas de sus composiciones, como Oración para todos, tienen tintes románticos. Fue nombrado miembro honorario de la Real Academia Española en 1851 y es considerado en Venezuela como el caudillo intelectual de su independencia. Murió en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865.
EL CÓNDOR Y EL POETA
Diálogo
POETA
–Escucha, amigo Cóndor, mi exorcismo;
obedece a la voz del mago Mitre,
que ha convertido en trípode el pupitre;
apréstate a una espléndida misión.
CÓNDOR
–¡Poeta audaz, que de mi aéreo nido
en el silencio lóbrego derramas
cántico misterioso! ¿a qué me llamas?
Yo sostengo de Chile el paladión.
POETA
–No importa; es caso urgente, es una empresa
digna de ti, de tu encumbrado vuelo,
y de tus uñas; subirás al cielo,
escalarás la vasta esfera azul.
CÓNDOR
–¿Y qué será del paladión en tanto,
cuya custodia la nación me fía?
POETA
–Puedes encomendarlo por un día
a las fieles pezuñas del Huemul.
CÓNDOR
Pero el camino del Olimpo ignoro.
POETA
–Mientes; tú hurtaste al cielo, ave altanera,
en pro de nuestros padres, la primera
chispa de libertad que en Chile ardió.
CÓNDOR
–¡Falaz leyenda! ¡Apócrifa patraña!
Rodaba entonces yo por valle y cumbre,
según mi antigua natural costumbre;
monarca de los buitres era yo.
Años después, llamáronme, y conmigo
vino esa pobre, tímida alimaña,
de los andinos valles ermitaña;
y, el paladión nos dieron a guardar.
Mal concertada yunta, que, algún día,
recordando los hábitos de marras,
estuve a punto de esgrimir las garras,
y atroz huemulicidio ejecutar.
POETA
–¡Oh mente de los hombres adivina!
¡Oh inspiración profética! No sabes,
alado monstruo, espanto de las aves,
el oculto misterio de esa unión.
¡Junto a la mansa paz, atroz instinto
de pillaje y de sangre! ¡Incauto el uno,
audaz el otro en tentador ayuno,
y de la Patria en medio el paladión!
Tremendo porvenir, yo te adivino,
pero no tiemblo. Es fuerza te abras paso
de la ilustrada Europa al rudo ocaso;
está en el libro del destino así.
Sus últimos destellos da la antorcha
que el hijo de Japeto trajo al mundo;
suceda al viejo faro moribundo
joven tizón, ardiente, baladí.
CÓNDOR
–No sé, poeta, interpretar enigmas;
no entiendo de tizones ni de faro.
Deja los circunloquios, y habla claro.
¿De qué se trata? Explícate una vez.
POETA
–De aquel fuego sagrado que trajiste
¿niégaslo en vano? a un ínclito caudillo,
apenas queda agonizante brillo;
nos viene encima infausta lobreguez.
Renovarlo es preciso.
CÓNDOR
–¿Cómo?
POETA
–Debes
seguir del Sol la luminosa huella,
sorprenderle, robarle una centella,
metértela en los ojos, y escapar.
CÓNDOR
–Muy bien; me guardo el fuego en las pupilas,
cual si fueran volcánicas cavernas.
¿Y qué haré luego de mis dos linternas?
POETA
–Quiero a Chile con ellas incendiar.
CÓNDOR
–¿Incendiarlo? ¿Estás loco? ¿De eso tratas?
POETA
–Incendiarlo pretendo en patriotismo;
abrasarlo, molondro, no es lo mismo;
quiero hacer una inmensa fundición.
Quiero llamas que cundan pavorosas,
descomunales llamas, llamas grandes,
que derritan la nieve de los Andes
y la de tanto helado corazón.
¿Abrasar? ¡Linda flema! –¿Es tiempo ahora
de contentarse con mezquinas brasas
que den pálida luz, chispas escasas,
como para el abrigo de un desván?
No, señor; vasto incendio, llamas, llamas,
que unas sobre las otras se encaramen,
y levantando rojas crestas bramen,
y les sirva de fuelle un huracán.
Despacha, pues; arranca; desarrolla
el raudo vuelo; tiende el ala grave,
como la parda vela de la nave
cuando silba en la jarcia el vendaval.
Vuela, vuela, plumífero pirata;
recuerda tu nativa felonía;
asalta de improviso al rey del día
en su carroza de oro y de cristal.
CÓNDOR
–Ya te obedezco, y tiendo como mandas,
el ala; aunque eso de tenderla un ave
no ligera ni leve, sino grave,
para tanto volar no es lo mejor.
Y si de más a más tenderla debo,
como la parda vela el navegante
cuando oye la tormenta resonante
que amenazando silba, peor que peor.
Que no despliega entonces el velamen,
antes amaina el cauto marinero,
y aguanta a palo seco el choque fiero,
si salvar piensa al mísero bajel.
Así lo vi mil veces, revolando
entre las nubes negras, cuando hinchaba
la mar del Sur sus ondas, y bregaba
contra la tempestad el timonel.
POETA
–No lo entiendes: la nave del Estado
es la que yo pintaba; y la maniobra
a que apelamos hoy, cuando zozobra,
no es amainar, estúpido ladrón.
CÓNDOR
–¿Pues qué ha de hacer entonces el piloto?
POETA
–Según doctrina de moderna escuela,
debe correr fortuna a toda vela,
sin bitácora, sonda, ni timón.
Si tú leyeras, avechucho idiota,
gacetas nacionales y extranjeras,
la ignorancia en que vives conocieras;
todo ha cambiado entre los hombres ya.
Altos descubrimientos reservados
tuvo el destino al Siglo diecinueve;
hoy en cualquiera charco un niño bebe
más que en un hondo río su papá.
¡Oh siglo de los siglos! ¡Cuál machacas
en tu almirez decrépitas ideas!
¡Qué de fantasmagorias coloreas
en el vapor del vino y del café!
¡No era lástima ver encandilarse
los hombres estudiándose a sí mismos;
y tras mil embrollados silogismos,
salir con solo sé que nada sé!
¡Ea, pues! ¡A la empresa! Bate el ala,
y apercibe también las corvas uñas,
y guárdate de mí si refunfuñas,
lobo rapaz, injerto de avestruz.
CÓNDOR
¿Volando? –Ama aún el buitre robador su nido;
Chile, a traerte voy, no la centella
que incendiando devora, sino aquella
que da calor vital y hermosa luz.
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Escrito por Redacción