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Luis Rosado Vega
No sé si los muertos vuelven
del que llaman “más allá”,
pero si vuelven cometen
la mayor barbaridad.
Yo muerto me quedaría
más allá del más allá,
y aunque Dios me lo mandara
no regresaba jamás
a este pícaro mundillo
en donde es fuerza topar
en cada paso que damos
con cien tontos y hasta más,
quinientos beocios, mil lelos,
y pare usted de contar,
¿volver al mundo? ...
¡qué diantre! para volver a mirar
óleos cubistas que pintan
los que no saben pintar
y escuchar mil antiversos
¿también cubistas?... ¡qué va!
Mejor estar en el Cielo
para aprender a cantar
en los celestiales coros,
eso estará menos mal,
o si me toca el Infierno
aprender a preparar
las pailas en que se fríen
quienes al Infierno van,
y aun servir de guarda-espalda
al compadre Satanás,
todo eso está bien, al cabo
es más fácil de aguantar,
pero ¿volver a la Tierra?
¡Jesús, qué barbaridad!
No sé si los muertos vuelven
del famoso más allá,
aunque es dable que sí vuelvan
por lo que es fácil mirar,
pues miramos que anualmente
grandes banquetes les dan
en cementerios y casas
de esta muy noble ciudad
de Mérida y que en los pueblos
puede que les sirvan mas,
lo cual no es raro ni absurdo
sino que es tradicional
desde que vino a este mundo
nuestra pobre humanidad,
pues desde los más remotos
pueblos de la antigüedad,
desde la edad de la piedra
y la edad del pedernal,
hasta los civilizados
pueblos de la actualidad
que gozan de las delicias
del grafófono y el jazz
que son supermaravillas
de nuestra presente edad,
fue costumbre inalterable
a los muertos obsequiar
con los platillos más típicos
de su mundana heredad;
¿que si los muertos regresan,
pero hombre, eso qué más da?,
lo interesante es que coman,
que coman hasta no más,
lo que yo encuentro de malo
en tal costumbre ritual,
es que solo cada año
se les dé comida tal;
quizá por eso estén siempre
en estado y calidad
de míseros esqueletos,
–¡Jesús, qué pena me dan!–
pues ¿quién resiste esa dieta
de solo una cena anual?...
En Mérida esa costumbre
tan rara como ancestral
es pintoresca, bullente,
y muy fiestera además,
a la que todos se afilian
como una necesidad
del alma y también del cuerpo,
del alma, pues claro está
que a rosarios y responsos
se la debe dedicar
por las ánimas benditas
que en el Purgatorio están,
y se den una escapada
de una noche nada mas
y con sábana o sin sábana,
en esto sí no hay moral
vengan a llenar sus hambres
con las comidas de acá,
una caridad a medias
a medias y nada mas,
pues nadie recuerda en cambio,
–¡qué falta de caridad!–
a las pobrecitas almas
que en los infiernos están;
y necesidad del cuerpo
que aún vivo en el mundo va;
y del cuerpo por razones
de afinado paladar,
pues se trata de comidas
que son del muy más acá.
Esas típicas comidas
se llaman Hanal Pixán
en lengua indiana, una lengua
que no se puede guisar,
lo cual en romance hispano
bien se puede descifrar
por comida de las almas,
mas no se debe olvidar
que si es comida de almas,
de cuerpos vivos lo es más.
Del 1 al 2 de noviembre
en toda casa hay trajín
excepcional, que a la postre
es muy grato de advertir,
preparación de alimentos
muy sabrosos, eso sí,
y tienen sabor muy típico
la comida y el trajín.
Se abren en la tierra hoyancos,
–¿y en dónde mas se han de abrir?–
para echar brasas ardientes
y echar· sobre ellas el pib.
es decir el mucbí-pollo
para el mortuorio festín;
hay una relación clara,
a lo menos para mí,
en enterrar ese guiso
que después ha de servir
para alegrarnos la vista,
y el gusto ni qué decir,
y que por muy oloroso
hasta alegra la nariz,
con el hecho de ser guiso
que también ha de servir
para alegrar a los muertos,
aunque no tengan nariz,
dos entierros en un solo
macabro y alegre fin:
el entierro de los muertos
y el entierro del mucbí.
Ese guiso es tan sabroso
que entre guisos veinte mil
a los veinte mil derrota,
y esto no es mucho decir;
es de pollo o de gallina,
y yo no acierto a elegir
pues tan sabrosa es la una
como el pollito infantil
que entre achiotes y tomates
que hacen la salsa feliz
de la infeliz gallinácea
han de constituir el pib,
el rico pastel cubierto
por la masa de maíz,
que envuelto en hojas de plátano
como en último cubrir,
mortaja o sudario verde
del muertito, cuyo fin
será echarlo a aquel sepulcro
para que se cueza allí,
entre aquel brasero ardiente
que constituye el mucbí.
Se cubre luego el hoyanco
de tierra, y se espera el fin,
y ese fin lo dirá el tiempo
que se deje transcurrir,
al cual hay qué estar atentos
con ojos y con nariz
para que no pase el punto,
ni se atrase, porque así
es como sale más bueno
y doradito el mucbí.
Se aprovecha aquel hoyanco
que puede ser para dos
enterramientos distintos,
por su especie y su sabor,
pues también en él se entierra
el rico mucbí-espelón,
que es una torta compuesta
de igual masa con frijol,
pero de frijol más tierno
que el más tierno corazón,
es ingente en ambas masas
amasarlas a las dos
con muy fresca y abundante
manteca de la mejor;
también en hojas de plátano
se envuelve el mucbí-espelón,
para echarlo a que se cueza
en aquel horno interior,
y por Dios que basta y sobra
al más goloso glotón
con un rico mucbí-pollo
y un rico mucbí-espelón.
¡Ay, qué días esos días
para todo comelón
que quiere comer sabroso
desde que despierta el sol
hasta que llega la noche,
–y la noche es lo mejor–
aunque cuando llegue, llegue
con alguna indigestión!
Regularmente esos días
son de un aspecto tristón,
tiempo de Nortes… llovizna
con enfadoso tesón,
pero esto no agua la fiesta,
sino le da más color,
pues que de muertos se trata
viene a resultar mejor
que hasta el Cielo llore un poco
como en señal de aflicción,
por aquellos que en el mundo
fueron pero ya no son,
bien que los lloren las nubes
porque ésas lloran mejor,
no los parientes que lloran
su más profunda aflicción
con lagrimillas dudosas,
entre si son o no son,
lágrima de mucbí-pollo,
o bien de mucbí-espelón.
En tanto durante el día
la gente sale en montón
para ir a los cementerios
entre un revoltijo atroz;
las hay que muy compungidas
dicen alguna oración,
otras que llevan ofrendas
de más o menos valor
para adornar los sepulcros
conforme a su condición;
los sepulcros se han blanqueado,
y se ha adornado el Panteón,
está vestido de fiesta,
y es su aspecto animador.
La invasora muchedumbre
nos sugiere la impresión
de que no es ciudad de muertos
en la que estamos, no… no,
sino de vivos tan vivos
que causan hasta pavor,
pues los vivos hacen daños
y en cambio los muertos no.
Entre esos vivos muy vivos
que marchan sin ton ni son
hay novios que se aprovechan
de la feliz ocasión
para hablar de los que han muerto,
–de los que han muerto de amor–
y también viudas efímeras
llenas de desolación
que lloran con solo un ojo
pero con el otro no,
porque con el otro espían
con minuciosa atención,
si entre los vivos o muertos,
les sale un nuevo amador.
Aunque los muertos ignoran
lo que pasa en su redor,
sí escuchan el clamorío
que les va del exterior,
y un muerto dice a otro muerto:
–¡Caramba !, qué ruido atroz,
¿no sabes qué pasa afuera?...
y el otro contesta: –No,
pero digo lo que dijo
aquel gran poeta español
que ya ni en la paz creía,
del sepulcro... ¡y con razón!
Entre tanto el mucbí-pollo
se va cociendo al calor
que en la entraña de la tierra
sabiamente le formó
con expertas manos hábiles
algún mucbí-pollador.
Ya viene la tibia noche,
ya comenzó a obscurecer,
va quedando el Cementerio
-–y esto me parece bien–
solitario y silencioso.
como lo que debe ser;
ya concluyó aquel bullicio,
ya concluyó aquel vaivén,
y aquel muerto dice al otro:
–Hermano, ya pasó aquel
rebumbio tan fastidioso,
ahora a acomodarnos bien
en nuestras sábanas blancas
y a dormirnos otra vez;
y el otro contesta: –¡Vaya!,
cómo se equivoca usted;
entre un año nuevamente,
volverá el mismo tropel...
Yo francamente prefiero
que se muera de una vez
hasta mi propio esqueleto
y no estar en Xcoholté…
–Muy buenas noches, amigo...
–Que mejor las pase usted.
Al fin ya llegó la hora
de sentarse a comer bien
los sabrosos mucbí-pollos
que ya están sobre el mantel,
con ricos mucbí-espelones
que aguardando están también,
con espesos chocolates
o con tanchucuá tal vez
mas algunos pibinales
que siempre vendrán muy bien.
Ya se dijo algún rosario,
para que en la paz esté
de Dios en el santo cielo
algún pariente que ayer
se largara al otro mundo
y hoy quién sabe en dónde esté
y ahora a la mesa, señores,
a comer requetebién
los sabrosos mucbí-pollos
en nombre del que se fue,
con chocolate espumoso…
requiéscat in pace, amén.
En los suburbios y pueblos
tiene un latido más fiel
la tradición milenaria
que obliga al banquete aquel;
allí comparten los muertos
en familia aquel comer.
En pintorescos chuyubes…
y con toda buena fe,
el deudo cuelga en horcones
y empalizadas también,
esos mismos comistrajes
cual religioso deber,
vendrá el alma de algún muerto,
tiene esto qué suceder,
a eso de la media noche,
–o si él lo quiere, después–
a tomar algún bocado,
uno, cuatro, o diez tal vez
y regresar satisfecha
al Purgatorio, o no sé
si al Infierno, aunque yo creo
que esto nunca puede ser,
porque de las pobrecitas
almas que están con Luzbel
nadie se acuerda, ¡caramba!,
lo que es un mal proceder,
¿pues acaso no son almas
como las otras, pardiez?
¿que pecaron?... y qué importa,
sin arrepentirse, ¿y qué,
pues no el mismo Jesús dijo
ante la pobre mujer
a quien apedreando estaban
con ferocidad cruel,
por tal o cual trapicheo
de amor: –La mano tened,
que el que no hubiese pecado
tire la piedra primer…
y nadie arrojó más piedras,
decidme entonces por qué
a esas pobrecitas· almas
que hoy apacienta Luzbel
las dejan sin mucbí-pollos
precisamente en el mes
en el que tan solo pueden
las pobres almas comer?...
La verdad, eso es injusto
y no me parece bien.
Pues sí, señor, eso pasa,
y siempre de buena fe,
esas comidas colgadas
en barda, horcón o pared,
son ofrendas a las almas
porque vengan a comer
y a beber los tanchucuáes
y hasta el anicito aquel
que por ser de xtabentunes
le llaman anís de miel.
No importa que al otro día
tales ofrendas estén
intocadas cual si nadie
las tocase ni siquier,
pues las almas de los muertos
tienen distinto comer
al común de los mortales,
entiéndase de una vez;
las almas toman tan solo
lo que la substancia es,
esto es, espiritualmente
es su espiritual comer,
de modo que aunque amanezca
lo que en chuyubes esté
muy intocado, no importa,
se cumplió con el deber,
el alma tomó la esencia,
se satisfizo... y se fue,
lo que quedó, ya se sabe,
nunca se debe perder,
un sacrilegio sería,
un menosprecio, un desdén
a las pobrecitas almas,
de aqui ocurre que después
se lo manduquen los vivos,
y esto me parece bien.
Mañana que solo sea
yo un alma, y esté tal vez
en el Purgatorio al menos,
o mejor en el Edén,
juro, juro y retejuro
no faltar ninguna vez
a comer los mucbí-pollos
con muy glotona avidez,
también los mucbí-espelones,
los pibinales también,
y a beber los chocolates
y cuanto haya de beber,
que el Hanal-Pixán es cosa
que no se halla de comer
por su mucha sabrosura
ni que en la Gloria se esté,
ni más allá de la Gloria,
y no me conformaré
con tomar solo la esencia
sino cuanto exista en él.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.