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A estas alturas es evidente que la guerra del gobierno obradorista contra el INE y el militarismo instaurado con la Guardia Nacional responden al objetivo de imponer al próximo Presidente de la República, ante su inevitable y cada vez más acelerado fracaso. Según El Financiero, la imagen positiva del mandatario, en los últimos meses bajó de 52 a 48 por ciento y, por su parte, la de capacidad de resultados disminuyó de 45 a 39 por ciento.
Entre los actuales grupos de la clase política no hay una fuerza de oposición auténtica o, por lo menos, con capacidad para llegar a serlo. La alianza Va por México se debate en las pugnas entre los partidos Revolucionario Institucional, Acción Nacional y de la Revolución Democrática, quienes a su vez, se hunden en luchas intestinas por sus respectivos despojos. En este contexto, surgió recientemente un organismo llamado Mexicolectivo, que a decir de uno de sus voceros, el exrector de la UNAM, José Narro Robles, está formado por un grupo de líderes, profesionistas y demás personas, en carácter de “ciudadanos” “apartidistas” que no tuvieron en un inicio una meta definida, un punto de llegada, que tienen como única coincidencia el que no están de acuerdo en cómo funciona el país en la actualidad, y que después de más de un año de discusión, pretenden ofrecer a los mexicanos un documento que sirva de estrategia, de punto de partida, para que México tome un rumbo distinto.
De entrada, estos planteamientos son una suma de contradicciones manifiestas. Ya Heráclito de Éfeso, 500 años antes de nuestra era, sostuvo que todas las cosas se producen de acuerdo con el destino, y éste es también la necesidad. La concepción del destino, como algo sujeto a ley, implica rumbo, camino y llegada a la meta. Destino es nacimiento y un ulterior desenvolvimiento hasta llegar a su meta, algo predeterminado, el destino es, pues, una necesidad. Por tanto, no puede hablarse de un proyecto político sin punto de llegada, porque saber a dónde vamos a llegar determina el punto de partida y la ruta a seguir para alcanzar esa meta. Pero además, el requisito único para pertenecer a este proyecto político es una contradicción insoluble, pues así como puede aglutinar a izquierdistas moderados, radicales o liberales de distintos matices, puede también dar cabida a militantes de derecha o, en su defecto, a quienes no entienden de corrientes ideológicas, políticas o económicas, pero entienden que hay una crisis generalizada que los afecta, sin saber realmente por qué ni, por tanto, cómo se corrige.
Pero estas contradicciones no son epidérmicas; responden a causas de fondo. La naturaleza de la involución en quienes se asumen como oposición contra el más neoliberal de los gobiernos que hemos tenido hasta hoy responde a la naturaleza de las contradicciones que subyacen en la estructura económica. La sociedad o formación económico social, que es el todo, y que formaron los hombres en una fase histórica o determinada, tiene dos componentes: la estructura y la superestructura. A la primera se la identifica como el ser social y a la segunda como la conciencia social; el primero determina a la segunda. Éste es el gran descubrimiento de Carlos Marx, el llamado Materialismo Histórico. Antes de él, todas las relaciones sociales y los conflictos derivados de ellas se intentaban explicar por la superestructura, o sea, todo se derivaba de puras motivaciones de la conciencia del hombre. La historia se veía según como obraran los grandes líderes, los grandes militares, los grandes políticos; la estructura, la base económica, no contaba.
Pues bien, la gran burguesía nacional e internacional, ante el desprestigio por la incontenible corrupción de los gobiernos emanados de los partidos tradicionales, y empujadas por su incontenible necesidad de plusvalía, permitieron el surgimiento de un movimiento político supuestamente de izquierda, que parecía representar los intereses de los sectores populares, esgrimiendo como bandera el combate a esa obscena corrupción. Este movimiento se formó de un sector que, agazapado en los contornos del espectro político, relegado, esperó por años el momento para pasar a escena. Una vez conseguido el protagonismo añorado, se tuvo que nutrir de tránsfugas y arribistas, dando como resultado un gobierno improvisado, ávido de poder y de riquezas que en tan solo cuatro años desmanteló instituciones que permitían cierta estabilidad. Hoy, la única forma de que este grupo mantenga el poder es con autoritarismo y represión.
Por su parte, los sectores moderados de entre las clases altas en el país, agrupados en Mexicolectivo, ante los excesos que comete el obradorismo, conscientes de lo peligroso de esta situación, intentan aglutinar en torno suyo a los afectados para disputarle el poder, en un intento por mantener el llamado clima de gobernabilidad. Pero la estructura económica de México ha llegado a un punto en que la insaciable obtención de ganancias por parte del gran capital y las clases beneficiadas por éste no puede seguir creciendo sin rebasar el límite tolerable de empobrecimiento de las mayorías relegadas, las cuales, aún sin comprender su situación con claridad, empiezan a rechazar las políticas de la llamada 4T.
Solo que este antagonismo de intereses económicos de las dos grandes clases sociales opuestas es imposible de conciliar con argumentos moralizantes, que no atinan más que a proponer el apego irrestricto a la legalidad enmarcada en nuestra Constitución y el respeto a las instituciones de nuestro sistema político. Porque esa realidad exige cambios radicales, de fondo y ésos no los van a encabezar los moderados de las clases altas que han sido rebasados por el sector radical, porque tratan de curar con remiendos y no se dan cuenta que por eso mismo, están condenados al fracaso; porque el pueblo distingue en ellos a personajes que han gobernado, que han estado en el poder o a su lado y sabe que no lo representan, que no defienden sus intereses, más aún, los desnuda su rechazo a la participación de las masas populares organizadas, rechazo que confiesan cuando se definen con el eufemismo de “ciudadanos apartidistas”.
Marx planteó que la conciencia social cambia no solo al cambiar la clase social de que se trate, sino que cuando hay cambios en la estructura tiene que haber también un cambio en la superestructura. Además, que la relación entre ellas no es unilateral, sino cíclica, es decir, que hay que entender la relación como un proceso evolutivo, pues la estructura surge primero y la superestructura después, pero una vez que abandonamos el punto de arranque la situación cambia, ya no se puede seguir afirmando, a secas, que la estructura determina a la superestructura, sino que, como sucede en todo fenómeno que se analiza dialécticamente, la superestructura provoca cambios en la estructura económica.
Y en esa etapa estamos en nuestro país ante la incapacidad de la clase política actual de representar los intereses de la sociedad mexicana, como gusta en decir, porque tras de ese discurso ha escondido su carácter de representante de las clases altas, surge la necesidad –que brota de las insolubles contradicciones del modelo neoliberal– de que la conciencia social provoque cambios en la estructura o base económica, para lo cual se vuelve indispensable la organización de las masas populares, que instauren un proyecto de gobierno que proponga medidas de solución más profundas y radicales de distribución de la riqueza social que crean las clases trabajadoras. Sí, esas clases trabajadoras que en los dos intentos por crear un bloque opositor brillan por su ausencia. Es en ellas en las que puede confiarse un verdadero cambio, una propuesta de punto de llegada viable al que nos pueda conducir con la seguridad de su dirección, su claridad y su determinación. Entre más rápido se dé este paso, mejor, porque si no empezamos ahora, tendremos que hacerlo en condiciones más difíciles, cuando se instaure el inevitable gobierno autoritario y represor que anuncia su llegada cada día que pasa.
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Escrito por Dimas Romero González
articulista