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Guerra encubierta por Oceanía entre EE. UU. y China
Oceanía es objeto de una implacable apetencia económica y política de EE. UU., a la que China se opone para evitar que las islas-Estado geoestratégicas se alineen por completo al líder del imperialismo occidental.
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Oceanía, invisible para el resto del mundo, es objeto de una implacable apetencia económica y política de Estados Unidos (EE. UU.), a la que la República Popular China (RPCh) se opone con su diplomacia regional para evitar que las islas-Estado geoestratégicas se alineen por completo al líder del imperialismo occidental.

Durante su segundo discurso del Estado de la Unión, en plena histeria colectiva por la detección y derribo de un supuesto globo-espía chino, el presidente estadounidense usó la maquiavélica fórmula de mentir acerca de un inminente peligro exterior: “Si China amenaza nuestra soberanía, actuaremos para protegernos”. ¿Cuál amago? ¡Beijing nunca ha amagado a Washington!

Esta exageración, expuesta a la lente de las relaciones internacionales, se basa en “la teoría de juegos”, una representación de las proyecciones del poder, que incluye el juego suma-cero, en el que las ganancias de un contendiente se equilibran con las pérdidas de otro. Así, al restar las ganancias y pérdidas totales de los contendientes, el resultado sería cero.

 

 

La Guerra Fría y la carrera armamentista produjeron ganancias y pérdidas relativas a cada contrincante; décadas después, EE. UU. y la RPCh practican intensamente este juego suma-cero en Asia-Pacífico y Oceanía.

Para Washington, el núcleo de esa competencia con Beijing es militar –no económica, como afirman los análisis simplistas– y su juego consiste en equilibrar las pérdidas de su adversario a través de la injerencia política y bloqueos a las iniciativas del adversario. En Oceanía intenta interrumpir toda cooperación comercial-tecnológica y de seguridad de China.

En años recientes, la “diplomacia suave” de China ganó espacios en Oceanía para asegurar sus intereses en una región de gran importancia y que EE. UU. confiaba en que ningún actor mundial le disputaría. De ahí la virulenta reacción de Occidente, cuyo imperativo consiste en rodear a China aumentando su presencia sobre la región.

La rivalidad entre las superpotencias proyecta su sombra en el Sureste Asiático, esa región donde probablemente se defina el destino de Asia-Pacífico en los próximos 40 años, revela Joseph Chinyong Liow.

Por ello, en 2019, Washington asignó 100 millones de dólares (mdd) a la región mediante el Compromiso Pacífico de la Estrategia Indo-Pacífico. Y en 2022, para expandir su política más allá del Pacífico Norte, logró una serie de acuerdos para conectar las islas de Oceanía a través de la Estrategia de Asociación Pacífico.

A la par, siguió su práctica de cortejar a los Estados periféricos para alentar su rivalidad con China, que ha ganando espacios y creado una esfera de influencia nada menos que en Oceanía, el llamado “patio trasero de EE. UU.” en esa región del mundo.

Hasta ahora, el afán de Washington y sus aliados por influir en las decisiones de gran peso geoestratégico de la heterogénea Oceanía no ha llegado al conflicto militar directo. Sin embargo, el juego suma-cero exhibe sus argucias para alinear a esas islas-Estado, ideales para instalar o reactivar bases navales y aéreas de retaguardia contra Beijing.

Parte del plan consiste en elevar la percepción de que China aumenta el nivel de amenaza local e insiste en que sus numerosos estrechos pueden convertirse en zonas “calientes” ante una invasión china a Taiwán. Así, Occidente manipula la política interna de la región a su favor.

Es paradójico que la enardecida disputa Occidente-China mantenga en silencio a expertos, centros de análisis y prensa corporativa global, mientras vitorean la letalidad de las bombas de racimo que Joseph Biden obsequió a Volodymir Zelensky para masacrar a rusos en Ucrania. En contraste con esta actitud, un puñado de analistas antihegemónicos advierte que en el Pacífico este y sur se definirá la forma del poder mundial.

Es así como los aliados de la Casa Blanca y del Pentágono en Downing Street y Bruselas lanzan su estrategia de realineamiento total en Estados insulares distantes. No es para menos, pues ahí Papúa Nueva Guinea, Vanuatu y Samoa son francos partidarios de la cooperación con China, que ya ha producido resultados significativos.

 

Debilidad y acoso

En EE. UU. las cosas son distintas: su gobierno está en la peor situación durante décadas: además de una inflación disparada, el presidente Joseph Biden se encuentra tan vulnerable (86 años) que al presentar su propuesta económica en Carolina del Sur no entusiasmó a nadie y su hijo Hunter pactó un acuerdo de culpabilidad con la justicia por delitos fiscales menores.

Otros problemas que enfrenta el líder político de la superpotencia son el hallazgo de documentos clasificados de su gestión como vicepresidente durante su residencia en Delaware, y sus dificultades para pactar con el Congreso el límite de la deuda. Es un entorno que el analista Peter Baker describe como “herida abierta y punto más vulnerable” en la armadura de su carrera por la reelección.

 

 

Relación acotada

 

En Asia-Pacífico, que se llamó el Siglo del Pacífico y ahora el Siglo Euroasiático, nuestro país se ha limitado a practicar una diplomacia comercial con criterios alineados a los intereses estadunidenses de complementación, denominada así por los neoliberales, sea política, económica, técnica o cultural.

La relación con el archipiélago de Oceanía es muy acotada; en general, a foros internacionales. Somos el principal socio comercial de Australia en América Latina, con el 40 por ciento de intercambios. Con Nueva Zelanda hay convenios de cooperación científico-tecnológica y aérea; y somos un gran consumidor de sus productos lácteos.

Con Fiji tenemos relaciones muy superfluas desde 1975, al igual que con Papúa Nueva Guinea, desde 1976; con Vanuatu, desde 1986; con Islas Marshall, 1993; Palaos y Nauru, 2001; Kiribati, 2005; Tuvalu, en 2006; y Tonga e Islas Salomón, en 2008.

 

Con esta vulnerabilidad interna, Washington ha cometido un error geopolítico en Oceanía: en lugar de atraer a sus aliados mejorando la infraestructura, insiste en exagerar los riesgos que la ayuda china implica para esa región, explica el especialista Eli Jackson. Por ello, cuando a finales de junio Biden reconoció que China tiene “enormes problemas económicos”, el vocero de la cancillería china, Mao Ning, respondió: “EE. UU. mejor debería resolver sus propias cuestiones internas”.

Esta opinión trascendió a propósito del enorme déficit comercial estadounidense con China que, según The New York Times alcanzó en 2022 más de 948 mil 100 mdd; y la certeza de que la economía china crecerá arriba del cinco por ciento contra el 1.2 por ciento de la estadounidense, que además deberá enfrentar la recesión que se mostrará claramente en el último trimestre de este año, según la calificadora Fitch Ratings.

En estos dilemas, Washington envió a Beijing a dos de sus principales representantes: el Secretario de Estado, Antony Blinken y la Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, quienes al final de su misión reconocieron que ambos países mantienen importantes desacuerdos.

Tal incompatibilidad geoestratégica entre ambas potencias se escenifica en Oceanía, ese continente entre Asia y América integrado por islas-Estados y miles de isletas y atolones dispersos en el océano Pacífico, colonizados y recolonizados por el imperialismo anglosajón.

En los 14 estados de Oceanía (Australia, Fiyi, islas Marshall y Salomón, Kiribati, Micronesia, Nueva Zelanda, Palaos, Nauru, Papúa Nueva Guinea, Samoa, Tonga, Tuvalu y Vanuatu) habitan 43 millones de personas.

Forman un conjunto heterogéneo de formas de gobierno, niveles de desarrollo, ideologías, razas, idiomas y religiones, que constituyen un atractivo mercado y fuerza de trabajo para el capitalismo contemporáneo. Además, poseen metales, gas natural, bienes agrícolas y una ubicación atractiva para las novedosas rutas de tránsito marítimo.

Por ello, la también llamada región de Estados Insulares, hoy es el objetivo de la cerrada competencia entre EE. UU. y China para influir en las decisiones de los gobiernos locales. Aunque esa disputa no ha llegado al terreno militar, hace décadas que Occidente aloja ahí bases militares y navales.

La rivalidad de Occidente contra Beijing crea la percepción de que la presencia china en la zona tiene efectos negativos. Es un alarmismo que alientan académicos y supuestos sinólogos de universidades occidentales, niponas, indias, filipinas, australianas y neozelandesas.

Todos coinciden en que el acercamiento diplomático, comercial, de infraestructura y tecnología chino es una “amenaza”. El profesor de la Universidad de Melbourne, Michel Wesley, brinda el mejor ejemplo de esta alerta: “es un proceso peligroso que erosiona la influencia de EE. UU. y sus socios regionales”.

 

Operación pinza

Desde los años 90, la competencia entre Beijing y Washington en el Pacífico sur afecta las relaciones entre Japón y las islas de la Polinesia desde tres perspectivas distintas. Una es política-ideológica y se expresa con la versión de que la iniciativa de la Franja y la Ruta china tiene una “agenda secreta” que busca imponer deudas impagables a los socios de la RPCh.

Con base en esta falsa versión estadounidense, sus aliados presentaron la presencia de la firma Huawei en los sistemas de telecomunicaciones como amenaza directa a la seguridad nacional de Australia y Nueva Zelanda, países que se alinearon a Washington y abandonaron el diálogo y su aproximación a China.

 

 

Juego Suma-Cero contra China

 

1951. ANZUS: pacto militar de defensa del Pacífico sur (EE. UU., Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda) que se ha fortalecido en años recientes.

2004. Alianza QUAD: diálogo Cuadrilateral de Seguridad (EE. UU., India, Australia y Japón) realizan ejercicios militares en la región Indo-Pacífico.

Septiembre de 2021. Acuerdo AUKUS: sociedad de seguridad (EE. UU., Reino Unido y Australia) para controlar el Indo-Pacífico con tecnología, bases industriales y cadenas de suministro. EE. UU. entrega a Australia submarinos nucleares. Fiji, Micronesia y Samoa aceptan esta sociedad; pero las Islas Salomón y Nueva Caledonia rechazan las armas nucleares en la región y Tuvalu condena el pacto.

Abril de 2022. Pacto de seguridad China-Islas Salomón para entrenar a las fuerzas del orden interno y que los barcos chinos entren a puertos. Australia protesta y el premier Manasseh Sogavare garantiza que no recibirá presencia militar china permanente.

Mayo-junio de 2022. El ministro del Exterior Wang Yi, viaja 10 días por ocho naciones para ofrecer la Visión Común de Desarrollo.

Septiembre de 2022. Sociedad EE. UU.-Islas del Pacífico en Seguridad Marítima.

Diciembre. Acuerdo de seguridad Australia-Vanuatu; otro con Papúa Nueva Guinea y Kiribati.

Mayo de 2023. EE. UU. y Filipinas refuerzan relación militar; el ejército estadounidense usará sus bases en emergencias. Washington anuncia que construirá bases en Micronesia y Palau.

22 de mayo. EE. UU. renueva sus Asociaciones Compactas de Libertad (COFA’s) con Micronesia, Palau e Islas Marshall. Ejército estadounidense accede a sus aguas en el Pacífico Norte, un espacio tan grande como EE. UU. Acuerdo Contra Amenazas en el Pacífico de EE. UU. y Papúa Nueva Guinea.

 

Otro eje de la estrategia anti-China de EE. UU. consiste en oponerse al acceso naval de Beijing al Pacífico. El desarrollo de la capacidad militar china, con el despliegue de misiles, sensores y submarinos, arriesga directamente la operación naval del Pentágono (el Departamento de Defensa estadounidense) en el Pacífico occidental.

Por ello, Washington impone a sus aliados locales la política de oposición a los avances navales chinos. Pero como China está determinada a consolidar su presencia en Oceanía y a garantizar su propia seguridad territorial, ya desarrolla capacidad naval con recursos de alta tecnología.

El tercer eje confía en obstaculizar el acceso del país asiático a la energía del Golfo Pérsico. Para ello, la obliga a cruzar los estrechos del Sureste Asiático, disputados pese a ser muy angostos y cada vez más congestionados.

Los estrategas chinos, previendo que la competencia escale en esos estrechos, tienen la ruta al sur y este de Australia como alternativa; pero EE. UU. ha reforzado sus fuerzas submarinas y bases marítimas en el Océano Índico y el Pacífico Sur.

 

 

La creciente atención de Washington, Ottawa, Londres y Bruselas en los Estados isleños del Pacífico evidencia, por primera vez, que los países ricos compiten entre sí para ganarse el favor de los Estados de Oceanía, que han aprendido a negociar por sus intereses.

Así vemos que las Islas Salomón y Vanuatu obtienen favorables pactos de infraestructura en comunicación de Australia; y antes acordaron con Huawei el compromiso de que será su proveedor.

Esto confirma una tendencia inédita: que los gobiernos de las islas del Pacífico rechazan la lógica polarizante de Occidente y su “estrategia de pinza”. La mayoría ha declarado que construirán lazos con Beijing mientras sostienen relaciones cercanas con Washington, Londres, Canberra y Wellington.

Tal es el pragmatismo de algunos líderes regionales, que ven esta competencia como una oportunidad para demostrar que el Pacífico Sur ya no es pasivo receptor de los designios estratégicos del poder hegemónico, sino que se asumen como participantes activos en la estructura regional de seguridad.

Y como alternativa al proyecto de la Casa Blanca sobre una nueva Guerra Fría, nació la Declaración Boe que incluye aspectos de seguridad regional no tradicionales como el cambio climático y crimen trasnacional. Estos asuntos también se debaten en el Foro de las Islas del Pacífico (FIP), donde piden a EE. UU. –que se retiró del Acuerdo de París– y a Australia –exportador mundial de carbón–, acciones concretas contra estos energéticos que alientan el cambio climático.

Ésta es la gran preocupación de Estados insulares como Kiribati, cuyos yacimientos de agua dulce están inundándose con agua marina por el alza en el nivel del mar y temen una inminente inundación mayor de su territorio.

 

Presencia china

Beijing usó su poder suave y llegó a Oceanía con ofertas de gasto en infraestructura, préstamos blandos para infraestructura (puertos, ferrocarriles y caminos), inversión extranjera directa y cooperación tecnológica, informa Eli Jackson.

Esta canasta de oportunidades hizo ya de China el tercer mayor donador de ayuda al desarrollo de la región insular –detrás de Australia y Nueva Zelanda– y choca con la gran visión Indo-Pacífico estadounidense.

Por ello, Washington agitó el caso Taiwán, pues algunos Estados de la región son de los pocos que reconocen la soberanía de ese territorio. Sin embargo, en 2018, Kiribati y las Islas Salomón retiraron el aval a Taipei, después de aceptar 11 mdd como fondo de desarrollo de la banca china. Todo está por verse en ese juego de suma-cero.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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