La economía mexicana avanzó a un ritmo mínimo en 2025, afectada por la caída en la inversión pública y privada, la debilidad industrial y la incertidumbre derivada de reformas internas.
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Es frecuente escuchar que las variables macroeconómicas del desarrollo en México están sólidas; sobre todo porque, en sus conferencias mañaneras, el Presidente repite hasta el hartazgo que a diferencia de otros países, incluido Estados Unidos (EE. UU.), el nuestro ha retomado la senda del crecimiento económico. Esto, quizás, resulte creíble para un pueblo que, como el nuestro, está acostumbrado a “irla pasando” hasta los límites de la sobrevivencia; y que, por razones religiosas, acepte continuar en una vida de austeridad franciscana; mientras los hijos de la llamada “Cuarta Transformación” (4T) derrochan dinero y presunción en las redes sociales. Pero las cosas no están bien en México ni en el mundo. Los expertos del país y de los organismos internacionales advierten una crisis económica más devastadora que la de la “gran depresión” de los años 30.
Aun las naciones desarrolladas viven en un escenario de bajo crecimiento y luchan como nunca por conquistar mercados para sus empresas trasnacionales –como la que sostienen frente a China, que ahora les lleva la delantera– para superar los efectos de la pandemia de Covid-19 sobre la producción y las relaciones comerciales, entre los que destacan la escasez y los precios altos de los productos de intercambio. A estos problemas se suman las restricciones comerciales y financieras que EE. UU. y los países integrantes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) han impuesto sobre Rusia, cuyas consecuencias negativas comparten. La economía estadounidense se encuentra estancada en todo lo que va de este siglo debido a que las invasiones y los conflictos bélicos que su gobierno ha promovido en otras naciones han generado enormes costos financieros para el futuro. Esta situación ha provocado que el gobierno estadounidense imponga restricciones al comercio internacional para proteger su mercado nacional e impulse medidas disuasivas y coercitivas contra la migración laboral que de poco le han servido. Por ello sorprende que, entre sus ocurrencias cotidianas, el Presidente diga que la economía va “viento en popa”.
Claro, esto únicamente lo celebran los morenistas y los seguidores fanatizados de AMLO; pero la amarga verdad es otra, ya que la realidad siempre se impone contundentemente; y donde se mire, los hechos sociales y económicos no pintan bien. Hoy, la economía mexicana se halla en el ojo del huracán; y no hay mucho para dónde moverla. El crecimiento económico fue de cero en 2019; en 2020 cayó el 8.4 por ciento; y si bien creció cerca del cinco por ciento en 2021 –nivel similar al de antes de la pandemia y mucho menor al de otros gobiernos “neoliberales”– en 2022, cuando mucho llegará al uno por ciento, porque la inflación no cede; y se prevé que a fin de año cierre por arriba del siete por ciento. Y si a esto agregamos la violencia de los narcos y la pandemia, dos flagelos que han provocado baños de sangre y muerte en el país y frente a los cuales el Presidente aplica una política de avestruz, el escenario real en México resulta extremadamente dramático. Pero, ¿cómo explicar a los confundidos ciudadanos que reciben una beca, o un apoyo a la tercera edad, que las cosas no están bien?
Quizás la respuesta posible consista en decirles que el gobierno solo es un administrador de los recursos financieros de todos los mexicanos; y que los apoyos que reciben vienen de las personas que trabajan y no del bolsillo del Presidente. Pero también hay que aclararles que la entrega de este dinero no está mejorando la situación socioeconómica en la mayoría de los beneficiarios, ni a la economía nacional; sino todo lo contrario. Si en el país hubiera inversión privada y pública, habría más empleos y mejor pagados; y en este escenario, los apoyos asistencialistas pudieran ser sostenibles, incluso no habría necesidad de ellos. Pero únicamente tenemos un gobierno que despilfarra los recursos en obras de infraestructura que, de acuerdo con los especialistas, no son rentables. La única respuesta que la gente recibe cuando pide empleo es que no hay plazas vacantes; y cuando encuentra una, le ofrecen un salario muy bajo; además de que los precios de los alimentos básicos, así como el vestido y el calzado, son inalcanzables. A esto hay que agregar la violencia delictiva en las calles y “los levantones” ejecutados por los empoderados narcos; y la migración laboral de jóvenes que quieren probar suerte en EE. UU., aunque a veces solo encuentren la muerte en el río Bravo o en la caja de algún tráiler. Este gobierno solo se ha mantenido en campaña político-electoral permanente durante los últimos cuatro años, despilfarrando dinero en obras inútiles y programas asistencialistas y provocando mayores problemas económicos, es decir, una crisis que ahora lleva el sabor de la 4T: uno muy amargo, por cierto.
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Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA