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Todavía, no hace mucho tiempo, se podía desayunar en el céntrico portal que está afuera de la casa en la que se firmaron los Tratados de Córdoba, Veracruz, el 24 de agosto de 1821, casi once años después de haberse iniciado la insurrección de los mexicanos contra el dominio español. En ese lugar y en esa fecha, se dice, se logró la Consumación de la Independencia y ahora, 200 años después, el presidente Andrés Manuel López Obrador, como una original conmemoración de la “Cuarta Transformación”, convocó a sus sufridos gobernados a recordar la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la ciudad de México el 27 de septiembre.
¿Son fechas dignas de considerarse como importantes victorias del pueblo mexicano? Me tomo la libertad de dudarlo mucho. A pesar de que el Presidente organizó con ese pretexto exposiciones “sobre la grandeza de México” y presidió un acto en el Zócalo de la Ciudad de México con la asistencia de importantes funcionarios y dignatarios de numerosos países, no pareció estar muy convencido de la verdadera trascendencia histórica de esos acontecimientos. Ahí, en su discurso de doce minutos de duración, dijo: “Aun cuando la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México fue un festejo de la élite militar y política, y con poca o ninguna significación social, no deja de ser el acontecimiento formal en el que desembocaron los acuerdos de Iguala y los Tratados de Córdoba y la culminación de la lucha de más de una década para alcanzar la Independencia de México”. Anótese: “festejo de la élite militar y política, y con poca o ninguna significación social”. Entonces, ¿qué celebramos?, ¿por qué tantas reverencias?
El Presidente añadió: “es cierto que, el 27 de septiembre de 1821, cabalgaban al frente de las tropas triunfantes el general Agustín de Iturbide y sus subordinados, los militares realistas, y que muy atrás venían los liberales encabezados por Vicente Guerrero, quienes ni siquiera firmaron al día siguiente el Acta de Independencia del Imperio Mexicano”. ¿Celebramos entonces la humillación histórica a Don Vicente Guerrero y a sus humildes indios contagiados de mal del pinto, quienes con ingentes sacrificios habían mantenido en alto la bandera de la Independencia durante más de diez años?
Fue todo lo que dijo sobre la llamada Consumación de la Independencia. A partir de ahí, el Presidente declaró: “este día lo dedicaré a exaltar la importancia que tiene el mantener relaciones de amistad con todas las naciones del mundo”. Y habló de las relaciones con la Iglesia Católica, con el Papa, con Rusia, China, Japón, Italia, Irlanda, Bangladesh, Dinamarca, Sudáfrica, Emiratos Árabes, Bolivia, Guatemala, Canadá, Cuba, Belice, India, Países Bajos y Estados Unidos.
Los iniciadores de la lucha por la Independencia de México, particularmente Miguel Hidalgo y José María Morelos, no solo se oponían al dominio español, eran convencidos luchadores por una nación más justa, eran parte de una antigua tradición liberal. Miguel Hidalgo convocó a los pobres de Guanajuato y, a la cabeza de un ejército genuinamente popular, tomó en unas cuantas horas la inexpugnable Alhóndiga de Granaditas. Una buena prueba del espíritu progresista de Hidalgo, que iba más allá de la simple separación de España, la encontramos en el Decreto de Morelia del 19 de octubre de 1810, por medio del cual el cura de Dolores abolió la esclavitud, mandó liberar a los esclavos y prohibió el comercio con ellos bajo pena de muerte. Ítem más, en este mismo bando, suprimió el tributo de las castas y redujo varias contribuciones que agobiaban desde hacía muchos años al pueblo bajo.
José María Morelos fue hijo del pueblo y, también, hombre progresista cuyas ideas liberales iban mucho más allá de la separación de España. Nos ha legado un importante documento escrito bajo su dirección que se llamó Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana. aprobado y promulgado el 22 de octubre de 1814 y que se conoce como Constitución de Apatzingán. Este documento es provocadoramente actual, su mensaje tiene plena vigencia y lanza desde nuestro pasado un grito de alerta sobre la situación que vive ahora nuestra patria.
Dice el Artículo 11º del Decreto de Apatzingán: “Tres son las atribuciones de la soberanía: la facultad de dictar leyes, la facultad de hacerlas ejecutar y la facultad de aplicarlas a los casos particulares” y, por si quedara alguna duda de sus implicaciones, remata de manera contundente en el Artículo 12º diciendo: “Estos tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, no deben ejercerse ni por una sola persona, ni por una sola corporación”. Hay elementos históricos suficientes para asegurar que esta idea, que se oponía a la centralización que imponía la colonia, no fue una ocurrencia momentánea. En el documento fechado cuatro meses antes, y firmado por Don José María Liceaga, Constituyente de Apatzingán, se dice que “… la división de los tres poderes se sancionará en aquél augusto código; (y) el influjo exclusivo de uno, en todos o algunos de los ramos de la administración pública, se proscribirá como principio de la tiranía”. “Principio de la tiranía” le llamaron sin ambages nuestros próceres a la vulneración de la división de poderes. Esto ya no era solamente la independencia política de España.
Los Tratados de Córdoba fueron la consecuencia de la decisión de los poderosos peninsulares, los mandos del ejército y el alto clero mexicanos de separarse de España porque veían peligrar sus privilegios debido a los vientos liberales que soplaban en la península. Fue una artimaña de las élites cuyo operador principal fue Agustín de Iturbide. Los Tratados de Córdoba y la posterior entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, que ahora conmemora la “Cuarta Transformación”, por su parte, dicen en gran contraste:
“Art. 1º. Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente, y se llamará en lo sucesivo “Imperio Mexicano”. 2º. El gobierno del Imperio será monárquico constitucional moderado. 3º. Será llamado a reinar en el Imperio Mexicano… en primer lugar el señor don Fernando VII, rey católico de España; y por su renuncia o no admisión, su hermano el Serenísimo Señor infante don Francisco de Paula; por su renuncia o no admisión, el Serenísimo Señor don Carlos Luis, infante de España, antes heredero de Etruria, hoy de Luca; y por renuncia o no admisión de éste, el que las Cortes del Imperio designen”.
Solo alguien que no quiera ver no notaría la diferencia. La corriente liberal era partidaria acérrima de la división de poderes y rechazaba decididamente la autocracia. Luchaba por mucho más: El artículo 4° de Apatzingán establecía: “… el gobierno no se instituye para honra o interés particular de ninguna familia, de ningún hombre ni clase de hombres; sino para la protección y seguridad general de todos los ciudadanos, unidos voluntariamente en sociedad…”. Y el artículo 24º: “La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos, y el único fin de las asociaciones políticas”.
A los que creían en estos principios, a los que los escribieron y los aprobaron en bien de los mexicanos, los fusilaron en Chihuahua y en Ecatepec, los traicionaron en Acatempan, los satanizaron y persiguieron durante más de diez años. ¿Quiénes? Los que conspiraron en La Profesa, fueron a urdir engaños a Iguala, firmaron la “independencia” en Córdoba con un enviado español sin facultades y entraron a la Ciudad de México orgullosamente encabezados por un sanguinario general realista que siempre había perseguido y ejecutado a los insurgentes y que, aprovechando puntualmente el contubernio que se firmó en Córdoba, diez meses después, se hizo coronar emperador.
Trabajadores mexicanos: ¿es digno celebrar con bombo y platillo la firma de los Tratados de Córdoba y la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México? ¿Es de aprobarse el engaño y la manipulación que lleva a cabo la llamada “Cuarta Transformación” precisamente ahora que se atropella escandalosamente la división de poderes, se erige un ominoso poder unipersonal y el pueblo no goza de “igualdad, seguridad, propiedad y libertad”, sino que se debate en la más insultante de las pobrezas?
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".