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El divorcio escandaloso entre el discurso izquierdista del Presidente y los hechos de signo contrario en que aterriza tal discurso, no ocurre solo en política exterior; pero, ciertamente, es en la política exterior donde tal contradicción adquiere mayor resonancia mundial.
Se acaba de celebrar el Diálogo de Seguridad de Alto Nivel entre México y Estados Unidos (EE. UU.) en el cual podemos comprobar esto. Para el gobierno mexicano fue un éxito rotundo, porque se logró un cambio en la relación con EE. UU. al pasar de una cooperación asistencialista, limitada y asimétrica, regida por el llamado Plan Mérida, a una integral entre iguales, de acuerdo con el canciller Marcelo Ebrard. Dijo, además, que “…hoy se construye una alianza de respeto en la que ambos gobiernos aceptan una responsabilidad compartida, para resolver los problemas comunes. Ambos países acordaron dejar atrás la Iniciativa Mérida y convertirla en el Entendimiento Bicentenario, con el cual se hará frente a la seguridad, pero con nuevos enfoques en los que la prioridad es la protección de la población” (El Universal, nueve de octubre). Por su lado, los incondicionales la 4ª T se dieron vuelo asegurando que todo lo debemos al “genio político” del presidente López Obrador, según ellos, es el nuevo Francisco de Asís que ha domado con su sola palabra al Lobo de Gubia norteamericano y lo habría convencido de dejar de actuar como imperialismo para convertirse en un igual, en un hermano de los pueblos de Latinoamérica. Pura bazofia sin valor informativo.
El reportero Alejandro Domínguez (Milenio, nueve de octubre) entrevistó al secretario de Estado Antony Blinken, jefe de la delegación norteamericana, quien da una versión más sobria y relativamente más clara. Según el reportero, Blinken dijo estar “consciente que su país comparte con México el compromiso de garantizar condiciones de seguridad para los habitantes de las dos naciones, como reducir el consumo de drogas en su país y combatir el tráfico de armas hacia México. Además de que ambos trabajen en la aplicación de la ley en el combate al crimen, (Blinken) ve viable renovar la cooperación en materia de seguridad para darle un enfoque también de atención a las causas de la drogadicción y la criminalidad, por lo que admite que su país está dispuesto a invertir en los programas sociales de la cuarta transformación para lograrlo”.
Aquí podemos ver que no se trató de una “rendición incondicional” a la opinión de López Obrador, como dicen sus turiferarios, oficiales y oficiosos, sino más bien de un quid pro quo en el que todavía falta investigar quién ganó y quién perdió en el intercambio. Cuando el reportero pregunta directamente sobre la política de “abrazos, no balazos” y sobre la ley que restringe la presencia y actividad de espionaje de los agentes de la DEA en México, el secretario Blinken evita contestar directamente: “Como mencioné, lo que acordamos fue un enfoque integral que tenga ambas cosas, aplicando la ley de una manera moderna y efectiva, pero también hay que asegurarnos de hacer cosas que eliminen algunas de las causas subyacentes que llevan al crimen, la inseguridad y al tráfico”. Cuando el reportero insiste sobre las visas para los agentes de la DEA, Blinken se torna más tajante: “Hablamos de todo esto, pero no entraré en detalles…”.
El reportero pregunta: “En esta nueva etapa de la iniciativa Mérida, ahora con otro nombre, ¿qué le pide México a EE. UU. en vez de armas, helicópteros y este tipo de apoyo? (…)ˮ. Y la respuesta: “Son varias cosas. (…) tenemos que invertir en encontrar oportunidades para la ciudadanía, ya que si no tienen oportunidades, parte será orillado a recurrir al crimen, las drogas, etc. Tuvimos un diálogo económico de alto nivel sumamente exitoso en Washington hace un mes donde establecimos planes concretos para hacerlo, incrementar la inversión, el comercio, e invertir especialmente en comunidades marginadas. (…) como dije, es dar y recibir (…)” El reportero insiste: “Entonces, ¿este nuevo mecanismo implica cooperación e inversión en programas sociales?”. Respuesta: “Absolutamente. Es invertir en programas sociales. Y es algo de lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador se siente muy convencido y estamos de acuerdo en ello”.
Dos cosas importan aquí: la franqueza con que se formula el quid pro quo de que he hablado antes y la afirmación de que esta reunión es, en esencia, la continuación de otra de alto nivel, celebrada en Washington, para hablar de cuestiones económicas. En ella se tomaron acuerdos que significan un estrechamiento mayor de los vínculos de todo orden entre México y EE. UU., política que el gobierno de López Obrador impulsa desde antes de ser Presidente, según él mismo confiesa. Esto desenmascara el carácter fingido, teatral, de los desplantes izquierdistas de AMLO. De aquí la amabilidad de los delegados norteamericanos y la equivocación de quienes predicen un desastre en las relaciones recíprocas.
Según han precisado columnistas experimentados, la “responsabilidad compartida” es, en los hechos, echarnos encima cargas que, en buena lógica, no tenemos por qué aceptar. EE. UU. acepta combatir la adicción entre su población (que es su obligación elemental) a condición de que México aplique sus reglas y acepte su injerencia en la lucha contra el flujo de estupefacientes hacia su territorio; accede a frenar el contrabando de armas hacia México a cambio de que éste se comprometa a decomisar las que logren cruzar la frontera; se compromete a invertir en programas sociales en el sur de nuestro país y en Centroamérica a cambio de que México ponga su parte, siga frenando las oleadas migratorias en su frontera sur y continúe recibiendo en su territorio a todos los migrantes que ellos expulsen. Así, el “triunfo” de las ideas de AMLO es, en realidad, un sometimiento mayor a la política norteamericana.
A pesar de todo esto, el cambio en la postura norteamericana es un hecho, como lo es también el trato “respetuoso”, como “de iguales”, de los altos funcionarios norteamericanos hacia la delegación mexicana. Queda, pues, suficiente material para que los fans de AMLO lo declaren “genio” de la política y expliquen así el “éxito” en la negociación reciente. Por mi parte, creo que esos hechos solo pueden entenderse si se entiende también la situación mundial y la posición actual del imperialismo norteamericano. Crece cada día el consenso sobre el declive económico norteamericano, un declive que no obedece a causas externas como el avance de China, sino a causas intrínsecas al sistema mismo. En términos muy resumidos, se trata del acelerado desarrollo tecnológico y la automatización de la producción, que obligan al capital a sustituir su maquinaria “vieja” por una tecnológicamente más avanzada para enfrentar la competencia y a despedir cada vez más obreros. Lo primero modifica aceleradamente la composición orgánica del capital aumentando la parte fija del capital constante a costa de la parte circulante, lo que le resta flexibilidad para saltar de una rama a otra más redituable, lo desfasa de la demanda y lo empuja a crear sobreproducción artificial. Lo segundo reduce directamente la cuota de ganancia y ambos factores sumados provocan y aceleran el declive de la tasa de ganancia. El imperialismo lucha desesperadamente por su sobrevivencia.
Y aquí entra Latinoamérica y el papel que el imperialismo norteamericano le ha asignado a México. El discurso revolucionario y otros desplantes izquierdistas de López Obrador en vísperas de la VI cumbre de la CELAC no tenían más propósito que hacer creíble su propuesta de crear un frente único de todos los países de la CELAC para negociar “de igual a igual” un New Deal con EE. UU.; comprometerlo a respetar la soberanía y el derecho a la autodeterminación de los pueblos y países latinoamericanos a cambio del apoyo para levantar su alicaída economía y frenar el avance de China en América Latina. En síntesis, un bloque pronorteamericano y antichino. Así lo confirmó el actual secretario de Gobierno de la CDMX, Martí Batres, en su réplica al columnista Raymundo Riva Palacio: “En resumen, no es cierto que el gobierno de México busque optar por una alianza estratégica con China y contra Estados Unidos, como dice Riva Palacio. En cambio, sí es verdad que el gobierno mexicano prefiere una alianza estratégica con Estados Unidos en un marco de respeto a la soberanía de cada Estado”.
Pero a nivel internacional las cosas se dicen más claramente. El portal RT publicó, el siete de octubre, una investigación del conocido economista Ariel Noyola: “¿Será México el «caballo de Troya» de EE. UU. en América Latina? El nuevo intento por resucitar el ALCA”. Más abajo dice: “Expertos consultados por RT sostienen que la propuesta del inquilino del Palacio Nacional, además de «inviable en términos económicos», representa un «grave riesgo para la soberanía regional», toda vez que Washington «siempre impone condicionamientos para hacer valer sus intereses»”. Y renglones adelante afirma: “Lanzar un acuerdo de libre comercio de alcance continental obedece, según López Obrador, a la necesidad de hacer que EE. UU. no caiga en la «tentación» de optar por la vía militar para impedir la caída de su economía frente a China”.
Esto prueba de modo indiscutible que AMLO no entiende que el declive de la economía de EE. UU. nace de sus propias entrañas, y que la vía militar es para ellos la única puerta de salvación, por lo que su enfrentamiento con China es inevitable. “Samuel Ortiz Velásquez, profesor de la Facultad de Economía de la UNAM –dice RT–, sostiene que la suscripción de un acuerdo de libre comercio tal como lo propone el mandatario mexicano, lejos de disuadir la confrontación entre EE. UU. y China, no hará sino intensificar las tensiones entre ambas potencias”. Y ésta es la verdadera realidad de las cosas.
AMLO tampoco entiende que, aunque el sacrificio de la soberanía y las riquezas de América Latina lograran volver a posicionar a EE. UU. como la economía dominante, su afán de dominio mundial y su tendencia a desatar conflictos armados, reales y potenciales, no cesarían ni aun en ese caso, porque sin ese dominio absoluto, su economía no podría sostenerse en el primer lugar. Finalmente, tampoco ve que la única posibilidad real de una negociación equitativa entre los países de América Latina y EE. UU. solo será posible cuando éstos no tengan ya la capacidad de imponernos tratados leoninos por la fuerza. Es decir, que su debilitamiento no es una tragedia sino una bendición para los pobres del mundo, su mejor oportunidad de conquistar su plena soberanía y para conseguir finalmente superar la pobreza y el subdesarrollo. Por no entender nada de esto, AMLO se ha autoimpuesto el triste papel de pastor de los pueblos latinoamericanos para reconducirlos al redil del imperialismo depredador y abusivo. Haber aceptado prestarles tan gran servicio es lo que explica el buen trato que le dispensan los jerarcas norteamericanos, fingiendo que reconocen su superioridad intelectual y que se someten a sus ideas en materia de combate al crimen y a la migración. Pero, como vimos, esa victoria pírrica solo nos trajo nuevas y más difíciles tareas y compromisos que cumplir. Ésta es la amarga verdad.
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Escrito por Aquiles Córdova Morán
Ingeniero por la Universidad Autónoma Chapingo y Secretario general del Movimiento Antorchista Nacional.