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Después de siete años de haber roto oficialmente relaciones diplomáticas, Arabia Saudí e Irán han puesto fin a un conflicto que tenía en Yemen su epicentro y que ha costado decenas de miles de vidas en Oriente Medio. El 10 de marzo de 2023 se acordó iniciar la paz en la región que, más allá de lo que ha dejado entrever la prensa occidental, es uno de los factores de estabilidad más anhelados en el continente. Esta momentánea paz, cuya duración, siendo realistas, no podemos calcular dados los antecedentes del conflicto, se debe, en gran medida, a la intervención de Pekín. La política china de no intervención en los asuntos internos, repetida insistentemente en cualquier foro internacional, no excluye, sin embargo, el papel de intermediario en conflictos globales. Por primera vez en su historia, al menos oficialmente, la República Popular China ha intervenido como mediador en un conflicto de trascendencia global. Este cambio en la diplomacia de Pekín revela, fundamentalmente, una transformación en el orden geopolítico que, al parecer, nadie ha pasado por alto.
Estados Unidos, país autoproclamado “guardián universal de la libertad”, y, más aún, de la libertad de Oriente Medio, región en la que ha desencadenado conflictos por décadas, no fue apenas considerado por ambos países al producirse el acercamiento. El Wall Street Journal reveló la preocupación existente en Washington, y justificó su alejamiento y ausencia como un efecto de los altos costos tanto humanos como económicos que han significado para este “guardián de la libertad”, las guerras en la región. “Con las guerras agotadoras en el Medio Oriente costando 60 mil millones a 70 mil millones al año (…) simplemente no teníamos los recursos necesarios para cubrir todas las amenazas más avanzadas, como la hipersónica”. Al ser criticados por los diferentes medios por esta “inexplicable” ausencia, John Kirby, vocero de la Casa Blanca, solo atinó a decir: “los saudíes nos mantuvieron informados, pero no hemos estado directamente implicados”. Esta declaración evasiva fue consecuencia de otro desliz más del presidente norteamericano quien, tratando de desviar la atención sobre el problema, declaró al respecto: “nada nuevo, amigos”. Pero, amigos, aquí hay mucho de nuevo.
¿Qué razones tiene Pekín para aparecer como mediador de los conflictos en Oriente Medio? Para responder a esto solo hay que considerar que “Arabia Saudí se ha convertido en el primer proveedor de petróleo; Qatar, de gas natural, y Emiratos Árabes Unidos, en lo que se refiere al oro negro, otro tanto”. Y el hecho, no menos importante, de que, como consecuencia de la aparición de la Nueva Ruta de la Seda, en 2002 y 2022, las inversiones directas chinas en Arabia Saudí alcanzaron los 106 mil 500 millones de dólares; en Kuwait, casi 100 mil millones; y en Emiratos Árabes Unidos, más de 64 mil millones” (Belkaïd y Bulard). Lo que significa que tanto para el mercado chino como para el asiático, es fundamental la relación armónica entre las diferentes naciones que hasta ahora han estado en un conflicto permanente, instigado, en gran medida, por Estados Unidos. Sin embargo, hay una razón de mayor importancia en este viraje de la política china respecto a otras naciones y el acercamiento, a su vez, de las emergentes potencias económicas al gigante asiático. Ésta radica, en gran medida, en el nuevo papel que desde hace décadas se anunciaba ya para el país oriental.
El desplazamiento del liderazgo mundial de Washington a Pekín, repetido sotto voce en todo el mundo, era una realidad que Washington pretendía ignorar. Pero más allá de esta labor de mediador, ejercida por el PCCh, hay que considerar la función que juega como orquestador de gran parte de la geopolítica internacional. Su papel dirigente en la Organización de Shanghái y, sobre todo, su función al frente de los BRICS, organización a la que pertenecen Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica y a la que pretenden incorporarse Arabia Saudí, Egipto, Emiratos, Turquía y Argelia, solo son una muestra de las alianzas estratégicas a las que podemos incorporar el Foro de Cooperación entre China y los Estados Árabes (FCCEA) y, naturalmente, la abierta y cada vez más fuerte unión que mantienen con Moscú.
Este ascendente liderazgo relega paulatinamente a segundo plano la hegemonía estadounidense, que no ha tardado en prender las alarmas: “El régimen autoritario del Partido Comunista Chino quiere suplantar el liderazgo de Estados Unidos”, ha dicho la congresista por California Maxine Waters; mientras que su homólogo, el congresista republicano Patrick McHenry, aseveraba que Pekín constituye “la mayor amenaza a la posición de Estados Unidos en el mundo” (Martine Bulard). Estas declaraciones no serían dignas de consideración si no vinieran acompañadas por acciones fácticas que evidencian la trascendencia del hecho en sí. Más allá de la prohibición de la red social TikTok, de origen chino y que pretende ser aprobada por el congreso norteamericano, motivo de las declaraciones antes señaladas, Estados Unidos ha movilizado sus fuerzas de tal manera que cerque o, al menos, limite por algún tiempo, la influencia y consolidación de la hegemonía china: “En sus esfuerzos por enfrentar este nuevo escenario, el Pentágono ha ampliado su acceso a las bases en Filipinas y Japón, a la vez que ha reducido la presencia militar estadounidense en Medio Oriente. También ha destinado una mayor partida de fondos –140 mil millones de dólares, una cifra jamás alcanzada– para la investigación y desarrollo de armas”. (Sputnik)
El nuevo papel del gigante asiático, ya en proceso desde hace algunos años, comienza a hacerse evidente. El mundo unipolar surgido de la Segunda Guerra Mundial, construido bajo la égida norteamericana y secundado por las potencias europeas, empieza a desintegrarse. No es momento, ni razón suficiente el hecho descrito, para concluir de manera definitiva que el orden mundial ha cambiado; simplemente es necesario apuntar que la estructura que sostenía el “viejo orden” comienza a resquebrajarse, y que ese omnipotente Atlas, que podía, hace algunos lustros, sostener el mundo con la fuerza titánica de sus brazos empieza a flaquear, mientras un nuevo Hércules, o, tal vez, con mayor propiedad, un nuevo Gilgamesh, emerge del otro lado del orbe.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).