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Memorias de un sátiro, de Remy de Gourmont
Gourmont contrapone el instinto y la divinidad de Antifilos a la civilidad racional del hombre moderno para concederle la razón al primero.
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Remy de Gourmont, escritor francés (1858-1915), fue autor de una decena de novelas, tres colecciones de poemas, dos de cuentos, dos obras de teatro, siete libros de ensayos e infinidad de artículos periodísticos publicados en la revista Contemporáneos y el diario El Mercurio de Francia. Con Stephan Mallarmé, formó parte de la corriente literaria presurrealista; fue también dibujante, pintor, crítico literario y de artes plásticas. Su escritura estuvo dominada tanto por el sensualismo como por el rigorismo crítico que, a menudo, lo obligó a escatimar sus historias de ficción. Sin embargo, éstas se hallan también dominadas por una exploración sensual profunda.

Dos mujeres abarcaron su vida emocional: Berthe de Courriére, su pareja de toda la vida, a quien conoció en 1886 y le inspiró la novela Sixtina (1890) y el poemario Cantos a Sixtina (1901); y Natalie Clifford Barney, con quien se relacionó en 1910 y le dedicó Cartas de un sátiro (1913).

En esta novela epistolar –traducida al español por Julio Gómez de la Serna y publicada, en México, en 1947 por la editorial Costa Amic– Gourmont cuenta la historia de Antifilos, un sátiro o fauno nacido en Frigia, Grecia, cuya afición por las mujeres casi lo llevó a renunciar a su divinidad y convertirse en hombre, lo que pudo evitar gracias al mal mayor que ataca a éste: el aburrimiento. Antifilos fue hijo de Hermes y una dríada; formó parte del cortejo de Dionisos; recorrió toda Asia Menor, Italia, Francia y Cataluña. Su aventura humana comenzó en la antigua Galia cuando tuvo su primera relación erótica con una mujer que le pronosticó que no sería más un “fauno”, sino un “diábolo”. Más adelante, en el estanque del santuario de San Cucufate, cerca de Barcelona, emprendió una travesía por la Costa Azul francesa, que incluyó Cogolin, Tolón, Monte Agel-Mónaco, Cannes y Montecarlo, durante la cual se enamoró de Fosca, Cidalisa, Didamia, Erebo, una prostituta y una desconocida.

Fosca, modelo del pintor Allegri, fue quien decidió civilizarlo: lo vistió y calzó de pies a cabeza para ocultar su pelaje, cuernos y patas de cabra; más tarde Cidalisa, lectora de poemas líricos en plazas públicas, lo subió a un tren y lo habituó a vivir en aldeas y ciudades. Fue de esta joven de quien más se enamoró en sus seis meses de “humanización”, cuando también conoció a Diógenes, filósofo popular, que actuó como sirviente y secretario y se dispuso a convertirlo en “auroral fauno cristiano”; pero fracasó en este objetivo, porque finalmente Antifilos regresó “a sí mismo” y a su “impureza”. En esta novela alegórica, Gourmont contrapone el instinto y la divinidad de Antifilos a la civilidad racional del hombre moderno para concederle la razón al primero. En su dedicatoria A la Amazona (Natalie), escrita a modo de introducción de Memorias de un sátiro, Remy de Gourmont explica: “Lo que me divirtió, escribiendo estas cartas, fue ponerme de parte del ser instintivo contra el ser razonable, cuya razón es tan limitada; pero por grande que fuese mi simpatía por este desvergonzado, no he podido proporcionarle la dicha de vivir en una sociedad estrecha, cuyas malicias hay que comprender para poder acomodarse en ella”.


Escrito por Ángel Trejo Raygadas

Periodista cultural


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