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En Canción de cuna, arrullo o desvelo, la doctora Anna María Fernández Poncela señala que las nanas o canciones de cuna, presentes en todas las culturas desde la antigüedad, forman “parte del aprendizaje infantil, pero no solo de la música y el ritmo o de la seguridad y afecto, también se aprenden desde los sonidos y las vocales, hasta las palabras y las frases; esto es finalmente el lenguaje, y ligado a éste su significación (…) las letras, el contenido y por lo tanto los mensajes no son lo más importante en las nanas frente a, por ejemplo, la musicalidad, la afectividad o su utilidad práctica –dormir al bebé–. Sin embargo y pese a todo, las letras existen” y contienen mensajes que “forman parte de una narrativa y discurso fincado en los significados culturales de una determinada sociedad”.
Canto de cuna es el título de un estremecedor poema lírico atribuido a Nonohuitzin de Nextenco, “que fue poeta y caballero” y antologado en el Capítulo IV de Poesía Precolombina, dedicado éste a Los hombres. En este monumento literario se reflejan con inquietante claridad rasgos de aquella civilización guerrera, con toda la violencia que implica una educación para el combate. Criar hombres recios, dispuestos a la batalla, era la misión fundamental de las mujeres desde la más temprana juventud; junto a la ternura con que le habla al hijo varón, puede ya sentirse el desprendimiento inminente, la certeza de que el guerrero está destinado a perecer en la “guerra florida”, de cuyos horrores, por el momento, lo protege su ternura maternal.
Al comenzar un canto entre flores,
al punto tomo en brazos a mi hijito,
voy a deleitar a mi enrollado niño;
se digna ser mecido el niño Ahuitzotl.
No llores ya, hijito mío, gozarás con tus flores y tus sonajas.
Yo, doncella mexicana, estoy meciendo al Anáhuac:
en mi cuna hecha de escudos llevaré a cuestas,
en ella tenderé a mi hijo de la guerra florida.
Resonarán los cascabeles, y yo lloraré; ay hijo mío, de
[la guerra florida.
De fragantes flores es la leche de mis pechos,
perfumadas flores hemos entretejido, oh varoncito Ahuizoton.
en tanto duermes, se alegra con flores tu corazón
oh varoncito Ahuizoton.
La guerra es permanente; mientras arrulla a su hijo, la madre mexica mece a la siguiente generación de guerreros de Anáhuac; puede venir el padre momentáneamente a saludar a su descendiente y no debe encontrarlo llorando; es preciso decirle que reprima sus emociones; aquí, como en otras canciones de cuna del mundo, el personaje masculino es fuente de temor –el coco, el diablo, los malos espíritus–; y la posible visita del padre impulsa a la mujer a un esfuerzo por dormir a su hijo.
Van a prepararse la tiza y las plumas,
las flores del llanto, las flores del escudo
ondulan relucientes, se revuelven agitadas,
en las murallas de Atlixco juguetean.
Sí, las flores de nuestra guerra van a entrelazarse,
los hombres de Chalco las llevarán a cuestas,
el Árbol Florido se yergue en Huexotzinco,
en las murallas de Atlixco juguetean.
Ah, rollito, seas liado; no llores, hijito mío:
recostaré tu cabeza en tu cunita,
vendrá tu padre, oh Ahuizoton y te mecerá.
Mi corazón lo sabe, yo te he formado,
vendrá tu padre, oh Ahuizoton, y te mecerá.
Y como el rol maternal recae en toda mujer, la siguiente parte refleja la subordinación femenina; no importa si se trata del hermano menor o entre la mujer y el varón recién nacido no existe una relación de consanguinidad; el hecho de ser varón basta para considerarlo un futuro guerrero y, por lo tanto, merecedor de las atenciones y protección necesarias.
Oh hermanito mío Ahuizoton, no crezcas mucho,
ay, que recordarás a tu hermano Axayacatón.
¿Cómo estás hermanito? ¿Te pones a llorar niñito?
oh deseado niño, ven que se te cargue,
que yo te tome en brazos, que yo te dé gusto,
que te aquietes y calles, oh niño deseado.
Oh flores que habéis brotado y abierto la corola,
aquí vamos a ver al lindo niño Ahuizoton:
que te aquietes y calles, oh niño deseado.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.