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La idea ordinaria que se tiene de la filosofía es aquella que la identifica con una herramienta para resolver los problemas dramáticos de la existencia. Se concibe como un instrumento útil para dar respuesta a problemas fundamentales como la vida y la muerte. Se reduce su papel al de axiomas, normalmente sacados de contexto, con los que se puede salir honorablemente de un callejón sin salida. En última instancia la filosofía no es, para la conciencia ordinaria, más que un recetario de frases manidas con las que se puede justificar una acción que en sí misma parece ser irracional. Nos enfrentamos por doquier a hechos contradictorios que se justifican con las mismas ideas; con frases sueltas que extirpadas de una concepción totalizadora del mundo carecen de sentido. O, en el peor de los casos, al eclecticismo inconsciente que mezcla concepciones del mundo antagónicas pero que nos valen para salir del paso según sea la situación.
Así, se piensa que se filosofa cuando para justificar una actitud desenfrenada y muchas de las veces francamente estúpida, sacamos de la chistera un “Carpe diem” (Atrévete a vivir) o un “Memento mori” (Recuerda que morirás) que nos justifica ante nosotros mismos. Igual de útiles son frases como “In vino veritas” (En el vino está la verdad) o algunas más trilladas y con menos contenido como las nietzscheanas “El amor está más allá del bien y el mal”, “No hay hechos sólo interpretaciones”, “Toda convicción es una cárcel”, o tonterías por el estilo. Toda idea sacada de contexto pierde significado. Y no sólo sucede con frases o axiomas cuya relación con el verdadero sentido de la vida es nulo o limitado, sino con verdaderos principios filosóficos a los que vaciamos de contenido cuando los usamos sin ton ni son, a diestra y siniestra, sin comprender su significado, para aparentar sabiduría o para evitar resolver un problema que reclama soluciones concretas. El marxismo es víctima predilecta de este tipo de charlatanismo y se convierte en diletantismo cuando lo trocamos en fraseología. Esto permite incluso que los más recalcitrantes enemigos reales del Materialismo Histórico justifiquen sus acciones enarbolando frases sueltas de esta revolucionaria concepción del mundo.
El reduccionismo del que es víctima la filosofía parece sentenciarla a existir sólo como consuelo: como ataraxia según el epicureísmo, como autarquía según el estoicismo o como un “prepararse para morir” según el platonismo. Sin embargo, y he aquí uno de los aportes de Spinoza al Materialismo dialéctico, es mucho más que eso. Mucho más que un paliativo, un consuelo o un analgésico que nos ayude en los momentos críticos de la vida; la razón de ser de la filosofía radica en un aprender a vivir, en otras palabras, regir nuestra conducta individual, nuestra ética, en consonancia con las necesidades sociales. No significa esto que debamos escoger de las diversas corrientes del pensamiento la que más se adecúe a nuestros prejuicios o aquella que coincida con el proceso específico de la vida por el que estamos atravesando. La filosofía no es un trapo que podamos recortar según la moda o nuestras necesidades particulares. Interpretación que explica el renacimiento del estoicismo en un entorno en el que el hombre no encuentra salidas; o la elevación de la “resiliencia” a principio filosófico cuando en el fondo no es más que un sinónimo de cobardía, de negarse a cambiar la realidad que provoca el sufrimiento.
¿Qué es entonces la filosofía y en qué se distingue del sentido común y la ideología? La filosofía es una concepción del mundo, una explicación científica de la realidad apegada a leyes y principios que, como en toda ciencia, deben aprenderse para poder aplicarse. No es una ocurrencia personal, una manera particular de ver las cosas. Es la síntesis de todo el pensamiento humano alcanzado hasta ahora. Síntesis que comprende los aportes esenciales de cada época y que adquiere su forma más elevada en el Materialismo Histórico y Dialéctico. En los artífices de esta síntesis y su reinterpretación cabe, entre otros, el mérito de comprender la realidad y la teoría que de ella emana como un devenir, como un proceso constante que no deja de afectarse mutuamente. En otras palabras, en la medida en que la realidad se transforma, las ideas, la conciencia de esta realidad, se transforman también. El método es dialéctico tal y como la realidad lo es. No es lugar éste para ahondar en esta explicación; es necesario antes que nada demostrar el momento oscurecido y violentamente desgarrado de la filosofía al que deben su existencia estas líneas.
Hemos dicho ya: el sentido común es la explicación del mundo que nos otorga la experiencia; la ideología es el dogma que nos permite responder a los problemas sociales e históricos y que viene siempre preñada de los intereses de la clase en el poder, sea cual sea, y se nos arroja como verdad universal. La filosofía, finalmente, es la concepción científica del mundo. Ahora bien. Estos tres momentos de la conciencia no se distinguirían uno del otro si no fuera porque determinan no sólo nuestra forma de pensar, sino nuestra manera de ser y de actuar, es decir, nuestra política. Todos los seres sociales son políticos. Lejos de la generalización, válida pero insuficiente, que plantea que por vivir en sociedad se es ya un ser político, la política debe entenderse como la aplicación práctica de una específica concepción del mundo. Si nuestra concepción del mundo y de la vida se limita al sentido común nuestra política será congruente con éste. Si nos apegamos a una ideología, a un dogma, este dogma se verá materializado en nuestros actos. Si nuestra conciencia es filosófica, nuestra política será coherente con las necesidades sociales.
Se suele decir, en términos muy vagos, que la filosofía de la praxis es la única que pretende transformar el mundo. Sin embargo, y siguiendo el nivel de generalización de este análisis, hay que tener presente que toda “filosofía” tiene una práctica concreta, es por lo tanto, una praxis también. Desde las corrientes filosóficas clásicas, pasando por el cristianismo, hasta el modernismo más vulgar, toda idea se materializa políticamente. No debe extrañarnos por ello que la dialéctica hegeliana concluyera prácticamente con la defensa del Estado prusiano. Es que esta política estaba ya contenida en la filosofía de Hegel. Así pues, toda filosofía, en cualquiera de sus momentos, “sentido común”, “ideología” o como ”concepción del mundo” lleva aparejada una política específica. ¿Qué lleva entonces al Materialismo Histórico y Dialéctico a ocupar un lugar superior entre las diversas teorías? Dos cosas: 1) el hecho de que su interpretación surge de la realidad misma y no de las intenciones, prejuicios o preconceptos que de ésta se tengan; 2) que para realizarse reclama una política coherente con los principios que predica. Ajeno a ilusiones, fantasías o leyes universales, el marxismo se concibe justamente como ¡La! Filosofía de la praxis por el simple y sencillo hecho de que su política es congruente no sólo con “su” filosofía, sino con las necesidades de todo el cuerpo social. Se erige como verdadera filosofía de la praxis, pues, porque su interpretación del mundo coincide con las necesidades de éste y reclama en consecuencia una acción política, científicamente transformadora. Cuando Marx afirmaba que la cabeza de la emancipación es la Filosofía y su corazón el proletariado, no hacía más que confirmar este hecho.
Los resultados finales de la política cultural de la 4T nos dejan más incertidumbres que aciertos.
La superación de la que habla Marx no niega por completo lo anteriormente construido por la tradición, sino que lo integra y, en algunos casos, lo supone. Aquí lo explico.
La Grecia clásica confinaba a las mujeres a roles estrictamente definidos.
Las nociones de bien y mal han cambiado tanto de un pueblo a otro y de una época a otra que frecuentemente llegan incluso a contradecirse.
En el Manifiesto Comunista de 1948, Marx y Engels resumieron su visión materialista de la historia en la tesis que afirma que “la historia de toda sociedad (posterior a la disolución de las sociedades comunales primitivas, aclara Engels), hasta nuestros días, es la historia de las luchas de clases”.
La acumulación de capital financiero es cada vez mayor y la especulación tiene sus límites. Para movilizar estos recursos, los bancos han endeudado a todo el mundo.
Los antidialécticos asumen en definitiva que la filosofía de la dialéctica no sirve de nada o en todo caso de casi nada. Más todavía...
La obra tuvo un tiraje de mil ejemplares y fue editada por el Consejo Editorial del Congreso y la Editorial Esténtor.
La libertad y el conocimiento son dos de los problemas que la reflexión filosófica ha abordado desde sus orígenes.
Dalton subraya en todo momento los conceptos “construcción” y “lucha”.
Para que nuestros actos sean realmente libres, necesitamos conocer tanto el objeto sobre el que actuamos como la motivación que guía nuestra acción.
Las ideas se desarrollan por medio de un impulso contradictorio en donde distintos intereses producen distintas formas de entender el mundo.
Este sentido común, esta “dialéctica inconsciente" sirve, muchas veces para toda la vida, como guía en cada una de nuestras acciones. Dos errores se cometen, sin embargo, al valorarlo.
El arte le ha servido a la Iglesia, a las élites económicas y políticas y ahora sólo a los propios artistas. Como tesis, el arte renacentista cumplió su función de adoctrinar, pero fue superado con la síntesis que realizó el muralismo mexicano.
No sólo se trata de contemplar el elemento transformador, sino de transformar conscientemente: se requiere praxis.
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“¿Cómo voy a abrazarte?”, fotografía de niño palestino sin brazos gana World Press Photo
Reportan cuatro muertes por altas temperaturas en México
Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).