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¿Qué ocurre con el Sistema Nacional de Salud en España? ¿Es cierto que es completamente deficiente? ¿Cómo nos puede afectar esta cuestión?
Hace tiempo que nos hacemos esta pregunta, y el Covid-19 sólo fue la gota que colmó el vaso. Para poder tener una perspectiva más objetiva, contamos con la visión de una médica de la Comunidad de Madrid, quien puede dar algo de contexto de la situación.
Para Yolanda, uno de los problemas base del sistema es que el pilar fundamental siempre tiene que ser la atención primaria, afirmando que muchos problemas se evitarían si el médico de cabecera siempre fuese el mismo para cada paciente durante mucho tiempo. Tanto es así, que existen estudios que aseguran que tener durante 15 o 20 años el mismo médico de cabecera disminuye la mortalidad y las patologías graves.
Ella nos cuenta que es muy importante porque, además de lo que podemos ver cuando nos atiende un médico de cabecera habitual, hacen una tarea de “medicina preventiva”, que consiste en tener un control general del paciente, pudiendo detectar a tiempo diferentes enfermedades o en caso de padecer una enfermedad crónica, poder minimizar las consecuencias de las mismas. Además, esto permite evitar futuras enfermedades graves o poder cubrir la necesidad de ofrecer baja laboral si es oportuno.
“Todo es una pirámide y la base tiene que ser la atención primaria y eso se está descuidando muchísimo. No se le está dando dinero y no se le ha valorado durante muchísimo tiempo”.
Yolanda explica que se dio mucho dinero a hospitales siendo lo que “llamaba la atención”, pero que en realidad una correcta gestión hubiese sido reforzar la atención primaria, pudiendo atender correctamente a los pacientes y, a la larga, mejoraría la calidad de vida del paciente, la salud y la inversión no sería tan extensa como lo está siendo actualmente.
Esto también fue reflejo de los cambios que ha ido sufriendo el sistema. Ella terminó su carrera en el año 1986. Según nos cuenta, se pasó de tener historias clínicas e informes realizados por especialistas en el hospital a llegar en los 2000 a tener las primeras historias electrónicas. La informatización de las historias clínicas ha conseguido que, actualmente, los médicos puedan ver las historias de especialistas, radiografías, analíticas de hospital, etc.
Aunque esto es un avance, al tener pocos médicos, a menudo no se tiene la atención habitual porque muchas personas no disponen de un médico asignado, llevándonos a la situación de que nos vean médicos diferentes cada vez, y al mismo tiempo, esos médicos tienen que atender a una media de 70 u 80 personas cada día, añadiendo la atención a domicilio, convirtiéndose en un efecto dominó que provoca que a menudo no se puedan actualizar recetas electrónicas o que el profesional que va a atenderte no te conoce, y por tanto, no puede dar el cuidado individualizado que se debería.
Pero, ¿Cómo comenzó toda esta problemática?
Según nos cuenta, alrededor del año 78, no había un límite para que las personas pudieran hacer medicina, desencadenando en unas promociones extraordinarias de hasta tres mil y cuatro mil alumnos por promoción.
En aquel entonces, se dieron cuenta de que eso era imposible por varias razones: en primer lugar, porque no era viable realizar unas prácticas decentes ya que un médico no puede llevar a una media de 10-12 alumnos. En segundo lugar, a la salida se vio que no había necesidad de tantos médicos, y por ello se implantó el número clausus, es decir, que no se podía acceder hasta llegar a determinada nota.
Esto fue así hasta que las promociones más pequeñas pudieron incorporarse al sistema, de manera que se compensaban las plazas que quedaban libres por jubilación.
Por otra parte, existe otro factor a tener en cuenta: para formar a un médico se necesitan de 11 a 12 años. Son seis años de carrera, más un año de preparación hasta que se incorporan al MIR, y el MIR requiere cuatro o cinco años para completarse.
Conociendo estos datos, podemos llegar a la conclusión de que es inviable cubrir unas tres mil plazas de las personas que se están jubilando en este momento, habiendo tan solo una media de 500 médicos formados y listos para incorporarse.
Añade que esta situación podría haberse previsto tomando en cuenta toda la información de la que se disponía y se dispone, contando además con que, en su mayoría, suelen trabajar en la pública. Esto, comenta, será un hecho transitorio, ya que poco a poco se irán llenando esos huecos y aunque han aumentado las plazas, ya es tarde para ello.
Aunque hay muchos frentes abiertos y a tener en cuenta, nos encontramos ante otra tesitura más. Por un lado, existen más mujeres en la medicina, lo que implica que muchas de ellas necesitan compatibilizar con la familia, ya que sigue habiendo diferencias a la hora de hacerlo entre hombres y mujeres. Esto sumado al cambio de pensamiento de las nuevas generaciones, y las ofertas que obsequian en otros países de Europa, mucha gente se está marchando de España.
Finalmente, Yolanda nos comenta: “están acostumbrados a maltratarnos”. Es decir, se acostumbraron a que, en el área de la salud, a pesar de brindar opciones que no eran nada favorables, siempre existía alguien que por pura necesidad aceptaba ciertas condiciones, a pesar de que pagasen poco y los requisitos no fuesen favorables para las y los trabajadores.
Aun así, los profesionales médicos dan una excelente atención en cuanto a enfermedades que se manifiestan físicamente, pero seguimos teniendo deficiencias en salud mental. Esto, ¿a qué se debe?
En España nos regimos por la definición acordada en la conferencia internacional de Alma Ata en 1978. En la misma, se llegó a un consenso en cuánto a la definición de salud, que sería la siguiente: “La salud es aquel estado de total bienestar físico, social y mental, y no simplemente la falta de enfermedades o malestares, siendo un derecho humano fundamental y convirtiendo la búsqueda del máximo nivel posible de salud en la meta social más importante a nivel mundial, cuya realización requiere de la participación de otros sectores sociales y económicos en adición al sector de salud”.
Aunque la atención por parte de los médicos y médicas en general es excelente, podemos detectar fallas en la salud mental. Esto es a consecuencia de que la inversión que se aporta en ese ámbito es menor con respecto a la atención primaria y especializada. A pesar de que, si se ha solicitado que exista una mayor inversión en esa área, todavía existen diversos problemas ya que hay muchos menos profesionales, y por tanto es imposible abarcar la demanda. Además de este hecho, aún hay mucho que avanzar en cuánto a salud mental, y existe una falta de información importante.
Aunque podríamos hablar de varios aspectos dentro de dicho campo, hoy haré especial hincapié en las neurodivergencias, que implican autismo, TDAH y AACC (altas capacidades intelectuales). Una de las fallas más notables es el número de personas adultas no diagnosticadas que se ven obligadas a sobrevivir sin conocer su situación, teniendo que vivir numerosos eventos desagradables que reducen drásticamente su calidad de vida, viéndose en la obligación de adaptarse a un mundo que jamás se adaptó nosotros.
Y dentro de este grupo, que no es pequeño, aún hay mucha tela que cortar. El autismo era considerado exclusivamente de hombres. Tanto era así, que símbolos como la pieza del puzle de color azul reflejan esta idea. El TDAH también era en su mayoría diagnosticado en varones, no teniendo en cuenta que en las niñas solía ser más común encontrar TDA (déficit de atención sin hiperactividad). A su vez, era impensable pensar en que el autismo y el TDAH pudieran ir juntos en una misma persona.
Actualmente, sabemos que esto no funciona así, pero algunas personas del ámbito de la salud mental no quieren reconocerlas, y solo nos queda asistir a profesionales especializados de pago o a instituciones que ofrecen diagnostico oficial, pero requieren de una gran inversión para ello.
Estos casos no son tan lejanos, los tenemos a pie de calle, son personas que hacen sus vidas lo mejor posible, y se amoldan a este mundo. El primer caso que tenemos es el de Xenia. “No quisiera pensar que la negligencia que se ha tenido con mi hija, sea por ser niña”. Su hija se ve obligada a asistir desde los seis años de edad a diferentes profesionales porque nadie era capaz de dar una explicación a la aparición de tics fónicos (carraspeo), tos seca y tics motores faciales (parpadeo). “Su pediatra muestra interés por este comportamiento y sugiere que sea vista por un neurólogo, descartando así la posibilidad de Síndrome de Tourette”.
Según nos explica, ese diagnóstico fue desechado, teniendo que buscar una segunda opinión, por lo que es derivada nuevamente a un neurólogo de reputación en otra provincia. Aunque se realiza un interrogatorio exhaustivo, y se explica que esos tics también se presentaban en su padre, nuevamente se niega la existencia de Tourette y no existe un nuevo estudio hasta el próximo año.
Al verse en la misma coyuntura, no existiendo hallazgos, pero si conductas de estrés emocional, agresividad verbal y tics oculares, es derivada a psiquiatría infantil. Tras varias visitas, exploraciones y multitud de preguntas, es derivada a USMI (Unidad de Salud Mental Infantil), donde determinan que, a pesar de todo, al poder adaptarse al colegio y tener un buen rendimiento académico, se pueden descartar neurodivergencias.
A lo largo de su vida, sufre episodios de ansiedad, y todo lo resumen en la separación de sus padres. Y aun con todo lo que estaba teniendo que atravesar, apenas se le brindaron un par de visitas con el psicólogo, por lo que Xenia se vio obligada a acudir a un psicólogo privado, que después de un año, por fin se llega a la sospecha de la existencia de TDA. Finalmente, un año y medio después, de forma casual se realizan determinados test dando como resultado doble coincidencia: TDA y autismo.
Después de esto, decide acompañar a su hija a salud mental desde la seguridad social para poder dejar en constancia el diagnóstico y así poder ser tomada en cuenta en el futuro. Aunque han conseguido llegar a la conclusión de que su hija es neurodivergente, el mejor consejo que puede ofrecer su médico de cabecera es que ambas vean la serie The Big Bang Theory.
Otro de nuestros testimonios es el de Reina. Ella es una superviviente de violencia de género que vivió 50 años pensando que era tan sólo una persona rara, extravagante, sensible y maniática. El tratamiento propuesto por los profesionales del sistema para tratar su insomnio fue medicación, dar algunas pautas que de nada sirven si no se interviene en terapia a la persona y dormir más. Por otra parte, toda respuesta a las necesidades que presentaba eran justificadas en un trastorno adaptativo mixto con ansiedad y depresión, sin darle más explicaciones ni soluciones.
Ella jamás se había planteado la posibilidad de ser autista, ya que ni siquiera fue una opción para el resto de profesionales. Reina vivió su vida desde la ansiedad, con medicamentos y sintiéndose incomprendida durante años. Eso cambió al poder llegar a una sesión con la psicóloga de Fundación Ana Bella, quien realizó los cuestionarios correspondientes.
Cuando intentó solicitar el reconocimiento y la ayuda por parte de salud mental por la seguridad social, el trato hacia ella se tradujo en faltas de respeto e invalidación, aludiendo a que Regina no podía ser autista porque no tenía similitudes con el personaje protagonista de la película “Rain man”. Después de esto, buscó una segunda opinión, no teniendo demasiada suerte, ya que se encontró de frente con amenazas muy sutiles si trataba de enmendar la situación. Aunque ofrecieron realizar diferentes test y ser atendida por otra persona, esto no ocurrió. Para terminar, falsearon sus informes, dejando un único diagnostico que modificaron al final de toda la intervención: Trastorno adaptativo secundario a VG. Según ellos no concluyente, pero tampoco se encargaron de contrastar lo que la paciente sugería.
Actualmente, trata de seguir adelante, temiendo no poder formalizar jamás su diagnóstico, con miedo al prejuicio de la sociedad.
Finalmente, Kara es una más de esas historias de diagnóstico en la edad adulta. Siempre fue una niña silenciosa, que apenas jugaba con otros niños y niñas, alineaba sus peluches y tenía ecolalias. Aparecía también el mutismo selectivo, crisis que parecían rabietas o ataques de ansiedad e hiperfocos que podían durar largas horas, como el dibujo, la lectura o los videojuegos. Una vez más, como en los otros dos casos mencionados, es el perfil de una niña sensible, que todo parece afectarle con buenos resultados académicos y que se adaptaba relativamente bien en el aula, y el único comentario destacable era “que no hablaba en clase”.
Kara era un caso más de violencia de género. Su padre ejercía violencia sobre su madre, sus hermanos y ella, provocando una sintomatología que camuflaba el resto de características que poseía. Esto desencadenó, que cualquier particularidad se considerase derivada de un Trastorno por Estrés Post Traumático Complejo.
Tuvo que pasar por ocho profesionales diferentes antes de alcanzar la que por fin sería la respuesta definitiva. Los tres primeros profesionales tenían que tratar de urgencia cuestiones que estaban referidas al maltrato infantil. Un año después, una profesional de la psicología que pertenecía al equipo de los peritos judiciales que llevaban el caso usó el informe como arma arrojadiza en contra de su madre, en lugar de usarlo a favor para investigar las dificultades y características que presentaba Kara.
Durante ese mismo año, fue atendida por otra psicóloga clínica privada, quien no usó test adecuados ni específicos a su edad y ni siquiera pidió segundas opiniones. Negaba la existencia de autismo o TDAH. Posteriormente, acudió a dos psicólogas clínicas más, de las cuales, una de ellas también descartó la existencia de neurodivergencias, pero al comenzar a experimentar crisis muy concretas, tomó la decisión de derivar a Kara a otra persona. La segunda, por el contrario, si realizó pruebas específicas de TDAH, pero no de autismo, alegando que no creía que fuera necesario realizar dichas pruebas porque no veía características del espectro en ella.
Por último, a sus 28 años fue atendida de urgencia en Fundación Ana Bella por una psicóloga clínica, quien tomó la decisión de realizar los test correspondientes para determinar el diagnostico oficial. Actualmente, mejoró mucho gracias a la atención recibida, pero no pudo ser reconocida en la salud pública.
Desgraciadamente, el factor común para que estas mujeres no sean diagnosticadas se basa en un claro sesgo de género, desactualización, falta de profesionalidad y una constante mofa hacia ellas. El autismo parece ser diagnosticado por los estereotipos que hemos ido acumulando en lugar de por criterios diagnósticos recogidos en diferentes manuales. Nadie tendría por qué vivir este tipo de situaciones para poder tener una vida digna y plena.
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Escrito por Carolina Miranda
Integradora social y estudiante de Psicopedagogía.