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“La montaña se sube paso a paso, la barca se balancea brazada a brazada”, sentencia uno de los proverbios chinos que mejor explican los esfuerzos realizados por el gobierno de la República Popular China (RPCh) para contener el avance del Covid-19. A dos años y medio de distancia, la cuarentena se ha centrado, y el combate a la pandemia se cumple cotidiana y masivamente.
El vuelo 2366 Frankfort-Jinan, China, del 14 de junio, fue una corrida aérea más si solo consideráramos la lógica del mercado. Decenas de ciudadanos compraron sus boletos de viaje, pasaron los controles aduanales ordinarios, saludaron a las azafatas; se subieron al avión y llegaron a sus casas. Sin embargo, los vuelos hacia China tienen una particularidad: el meticuloso procedimiento para asegurar que las personas visitantes del gigante asiático no lleven el Covid-19, que incluye una cuarentena obligatoria como segundo control.
Este mecanismo consiste en un sofisticado sistema digital que recurre al uso de tres colores —verde para personas no contagiadas, rojo para positivos y amarillo cuando están en revisión— que almacena su información en una gigantesca base de datos en la poderosísima herramienta de mensajería, que representa todo para los chinos: el Wechat o Weixin. En esta plataforma, los ciudadanos deben reportar constantemente su estado de salud y resulta crucial cuando salen al extranjero; ya que a su regreso deben presentar test negativos de PCR o antígeno, según las regulaciones para obtener el código verde, avanzar en su viaje y prácticamente funciona como el segundo pasaporte.
El sistema de los códigos sanitarios es un modelo de seguimiento digital masivo y único aplicado tanto a los chinos como a los extranjeros (versión en inglés Health kit); toda persona que quiera viajar a China debe cumplir con estas normas, según las disposiciones de las secciones consulares correspondientes.
Inédita política sanitaria
La política de aislamiento centralizada para descartar contagios en el ingreso al territorio chino es inédita. El aislamiento dura dos semanas; y la medida puede resultar dura y excesiva para los ciudadanos de cualquier otro país, especialmente donde la portación de cubrebocas no es obligatoria. Pero en el gigante asiático, no hay resquicio posible para evadir la política de Covid-0 habilitada por el gobierno, especialmente enfocada a evitar contagios importados. En los puertos fronterizos hay infraestructura adecuada con decenas de profesionales de la salud y los necesarios para definir el estado de salud de los pasajeros.
Estuvimos en el hotel de cuarentena de la ciudad de Jinan, en la provincia de Shandong, donde todo pasajero extranjero o chino que ingresa al país debe aislarse; y una vez que cumple con los análisis médicos, obtiene el código sanitario verde, “segundo pasaporte” que le abrirá o cerrará las puertas a lo largo de la nación asiática; ya que para acceder a cualquier ámbito social, educativo, laboral, etc., le es exigido. Es una especie de código de barras en el que están encerrados los datos de cada uno de los mil 400 millones de chinos, además de los extranjeros que han visitado China para que su condición de salud sea monitoreada en tiempo real.
En los centros de cuarentena, donde el personal médico realiza las pruebas PCR, se preparan y entregan puntualmente alimentos, ya que las horas de encierro pueden prolongarse; porque el objetivo de la política del Covid-0 que China ha aplicado, desde el inicio de la pandemia, es evitar los contagios internos y externos.
A casi tres años de distancia, nadie en la RPCh cree ganada la batalla ni se sienta a descansar a pesar del desgaste y las jornadas extenuantes en los procesos de revisión meticulosa y variada.
Los hoteles de cuarentena están habilitados en todas las ciudades con acceso a China; y las medidas son especialmente rigurosas en las urbes de mayor tránsito, como Beijing, Cantón, Shanghái y Hong Kong, entre otras metrópolis. Ninguna de las provincias cuenta con reglas propias, ya que todas están sujetas al mismo código.
Los centros de cuarentena están designados directamente por el gobierno de la RPCh, cuyas embajadas en todo el mundo comunican a los extranjeros sobre la existencia de este sistema sanitario preventivo para evitarles sorpresas durante su arribo en algunas de las regiones de China.
Una cadencia singular
Desde las 5:00 a.m. se escucha un atípico coro de metales rodantes en los extremos del piso del hotel; son los carritos con ruedas metálicas en los que los asistentes trasladan la comida de las personas en aislamiento. En estos centros se contabilizan al menos 40 huéspedes, el promedio de uso o cupo de los aviones.
Los alimentos se ofrecen tres veces al día. A las 6:56 se sirvió el desayuno de los ocho residentes en un piso del hotel donde, quien esto escribe, estuvo confinada. Todos, comensales y asistentes, usaron siempre mascarillas durante los casi quince días que permanecí en cuarentena.
En el interior de la habitación, la única comunicación fue por Wechat con el grupo encargado de la cuarentena; y si requieres el uso de redes sociales como Facebook o WhatsApp, debes proveerte de un servicio especial de mensajería; pues estas redes sociales no existen por la acción del Gran Firewall, el poderoso navegador en China.
A las 7:15 del jueves 30 de junio dejé la habitación que fue mi primer hogar en Jinan. Al final del proceso, según datos de las autoridades sanitarias, en el vuelo 2366 procedente de Frankfort, Alemania, con destino a Jinan, se detectaron 26 casos positivos, lo que justificó la medida de aislamiento.
Al dejar el hotel y despedirme, pude distinguir –detrás de los cristales de las mascarillas de bioseguridad– en los diminutos ojos de los integrantes del personal médico y sus ayudantes, el cansancio; pero también un ponderado brillo de satisfacción por el servicio que brindan.
La vigilancia sanitaria no termina al cerrar la puerta del hotel, es permanente, como una huella digital. El nuevo destino del viajero comienza con la siguiente prueba antiCovid-19, que debe realizarse cada dos días, fundamentalmente con el cambio territorial en la zona de residencia, la ciudad y la provincia.
Los ciudadanos chinos son los primeros en cumplir con las reglas de la política Covid-0. Ningún otro Estado en el mundo puede presumir que sus propios ciudadanos exijan el firme cumplimiento de las normas establecidas por el gobierno. Aquí no hay “letra muerta”, porque la ley se cumple o se hace cumplir.
Después de dos años y medio de pandemia, los chinos están asimilando estos procedimientos frente a la permanencia de la pandemia. Por ello, como en los primeros días del SARS-COV-2, no pueden volver a la normalidad y deben aplicarse pruebas cada dos días en sus áreas de residencia; viajan con mascarilla a todas horas y en todo lugar y no realizan reuniones masivas, como ocurre en el resto del mundo, donde estas decisiones fueron dejadas a la voluntad individual.
La sociedad de la RPCh entiende que esta política sanitaria no representa una arbitraria decisión gubernamental o un edicto unilateral; pues de ella depende la vida y el bienestar de cada individuo, especialmente de los adultos mayores. En China han fallecido poco más de cinco mil 226 personas debido al Covid-19 desde el inicio de la pandemia.
Para los extranjeros, la cuarentena y la vigilancia sanitaria cada dos días (mediante la aplicación de la prueba PCR) puede ser desesperante; pero para quienes conozcan o quieran conocer China, es una muestra del temple y carácter de una nación que “debe agigantarse” a todas horas.
Esto se pudo constatar por una periodista mexicana de carne y hueso, que vio cómo un ejército de hombres y mujeres practican diariamente la política sanitaria estatal de manera estoica para convertir el Covid-19 en Covid-0.
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Escrito por Francis Martínez Mateo
Periodista y reportera multimedia. Ex corresponsal en China 2022. Desde 2020 conductora en Canal 6 Tv. Síguela en X como @FranMartinezMx