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En escuelas y medios de comunicación se promueve como solución al desempleo, sobre todo profesional, la creación de la propia empresa; que cada quien sea su propio jefe, se oye decir, y en apariencia suena atractivo. Históricamente el liberalismo surgió reivindicando la libre empresa; es más, el sistema se hace llamar así, y reclama la libertad de todo ciudadano para invertir su dinero en aquella actividad que le apetezca y convenga, sin que nadie pueda impedirlo; en sus orígenes cuestionaba los asfixiantes y avasalladores monopolios gubernamentales de las monarquías absolutas, como en la Nueva España, los estancos en aguardiente, tabaco, mercurio, pólvora.
A la postre triunfó el régimen de libre empresa, abriendo, según parecía, un futuro promisorio para quienes tuvieran creatividad, visión, iniciativa (y sobre todo dinero) para hacerse empresarios. Pero la economía capitalista está sujeta a leyes que le son inherentes y que se imponen objetivamente. Concretamente la competencia entre empresas por el mercado, donde, a modo de selección natural, triunfan las más grandes y fuertes; también la ley de la acumulación del capital, que se impone por vía de la acumulación y centralización, mediante sociedades por acciones y el crédito, la abierta violencia o el apoyo del Estado. El capital busca, como su razón de ser, maximizar la ganancia a todo trance: en este marco, las empresas pequeñas quiebran y son absorbidas por las grandes. Surgen así oligopolios, duopolios o el franco monopolio, que protegen sus mercados como coto de poder imponiendo barreras a la entrada que impiden el ingreso de nuevos competidores. Una de ellas es el capital necesario, que aumenta a tono con el desarrollo tecnológico y la expansión del mercado. Muchas empresas para ser competitivas han de volverse globales.
México no escapa a tales leyes. “Cada año el gobierno mexicano recibe unas 100,000 solicitudes para crear nuevas empresas. Pero de acuerdo con especialistas, el 80% de éstas muere antes de cumplir el primer año, y de las que sobreviven la mayoría cierra sus puertas antes de un lustro” (BBCMundo, 7 de enero de 2010). Un estudio del Inegi (2015) registra: “En entrevista concedida a Fórmula Financiera, Eduardo Sojo Garza Aldape, presidente del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), al referirse al estudio sobre la esperanza de vida de los negocios en México [...] destacó que durante el levantamiento del Censo Económico 2009, se captaron un total de 4.3 millones de unidades económicas, pero cinco años después, en 2014, había un faltante de un millón 600 mil de las encontradas durante la medición anterior, al tiempo que se identificó la creación de 2.2 millones de nuevas unidades [...] de acuerdo con la tasa de Mortalidad Acumulada de las empresas, por cada 100 unidades económicas, 36 desaparecen en el primer año de operaciones, y después de cinco años esta cifra sube a 70 [...] sólo 11 de cada 100 negocios en México llegan a la edad de 20 años [...] este indicador deriva de un estudio realizado con base en otro que tomó en cuenta los censos económicos de los 20 años comprendidos entre 1989 y el 2009 [...] la supervivencia de las empresas depende mucho del sector y del tamaño, pues las micro y pequeñas empresas tienen una esperanza de vida de 6.9 años; mientras que en las de mediano tamaño [...] su esperanza de vida es de 22 años [...] el sector comercio es el que presenta la menor esperanza de vida con sólo 6.6 años, mientras que en el manufacturero es de 9.5 años...” (Fórmula financiera, 19 de febrero de 2015). A resultas de ello y del desempleo causado por el desarrollo tecnológico, 60% de los ocupados laboran en la informalidad, y muchos jóvenes emigran o se enrolan en la delincuencia.
La causa profunda de la debilidad intrínseca de la pequeña empresa es el dominio de los mercados por grandes corporativos, que hacen punto menos que imposible a nuevos inversionistas (sobre todo pequeños) ingresar y tener éxito. Véase de qué magnitud es la concentración de los mercados en México: en Harina de maíz, Maseca controla el 70%, Minsa 24. En carne de pollo: Industrias Bachoco 38%, Pilgrim´s Pride 14 y Tyson 12. En refrescos Coca-Cola FEMSA controla el 68%, y Pepsi 16 (Fuente: Ibarra, Luis. A., El trimestre económico, Sep. 2016). En cerveza, dos compañías controlan el 99%: Grupo Modelo y Cuauhtémoc Moctezuma FEMSA (El País, 23 de septiembre de 2014). Algo similar ocurre en muchos otros sectores como automóviles, maquinaria agrícola, pesticidas, medicinas, bancos, lácteos, etc.
Las crisis económicas son catalizadoras de la acumulación, pues aumenta la mortandad de empresas (pequeñas y algunas grandes, como en 2008 en Estados Unidos) y la concentración de los mercados: diez meses después del crack de 1929 habían quebrado 744 bancos en EE. UU. En la industria textil española: “Desde el inicio de la recesión, en el año 2008 [...] ha desaparecido el 35% de las empresas del sector (8,471 en 2013 frente a 13,036 en 2008)” (El País Economía, 21 de julio de 2014).
Al aumentar la concentración en pocos y grandes corporativos, la libre empresa va reduciéndose a mera fórmula, y el poder del monopolio crece, en aparente retorno al origen, pero a un nivel superior. El mercado tiene dueño y el capital no se democratiza: se concentra progresivamente. Ciertamente, en los intersticios de la economía sobreviven, aunque sea de manera efímera, con más o menos éxito pequeños negocios, frecuentemente vinculados a los grandes. Así, la libertad de invertir y generar empresas pequeñas y competitivas se torna cada vez menos factible, y sí más ideológica y propagandística. Y la sociedad se polariza, mientras la clase media, histórico amortiguador económico y político, se desgasta. La expectativa de que si empresas o gobierno no ofrecen trabajo (como ocurre hoy), los jóvenes podrán formar emprender negocios por su cuenta, se torna más ilusoria, revelando de paso la incapacidad intrínseca del sistema para garantizar empleo permanente, digno y bien remunerado a todos. Como efecto de la ley de la acumulación, y debido a sus propias contradicciones, el sistema de libre empresa termina negándose a sí mismo y cancelando esa posibilidad para un número creciente y convirtiéndose en privilegio de una elite cada vez más reducida.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.