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Como lo tenían anunciado, los obreros de tres enormes empresas automotrices estallaron huelgas en tres factorías de Ford, General Motors y Stellantis, las cuales enfrentan la demanda de firmar un nuevo contrato colectivo y no debe dejar de señalarse que las encuestas indican que la opinión pública está abrumadoramente del lado de los 13 mil miembros del sindicato United Auto Workers que suspendieron sus actividades. La paz laboral de que gozaba Estados Unidos (EE. UU.), como consecuencia de las condiciones de privilegio que podía otorgarles a sus trabajadores y empleados, empieza a llegar a su fin.
El neoliberalismo, la modalidad más sanguinaria del capitalismo, que se impuso desde EE. UU. al mundo entero, ha llevado a cabo una demoledora y persistente campaña propagandística tendiente a inocular en las grandes masas de trabajadores de todo el planeta la idea de que la organización sindical no sirve para defender los intereses de los trabajadores que, antes bien, sólo es útil para enriquecer y empoderar a corruptas mafias y los ha empujado a rechazar la organización sindical; no obstante, la necesidad ineludible de la defensa laboral, ha empezado a operar y, poco a poco, los sindicatos recuperan fuerza y combatividad.
Es una verdad inobjetable que los trabajadores de base de las poderosas empresas automotrices de EE. UU. están muy retrasados con respecto a los constantes aumentos de precios, sus salarios se han encogido enormemente, los precios de los automóviles que fabrican han aumentado, incluso, por encima de la inflación, lo que ha ocasionado que los sueldos y estímulos de los más altos ejecutivos, así como las formidables ganancias de los dueños de las empresas, hayan crecido escandalosamente.
El sindicato reclama, pues, justamente, un aumento de 40 por ciento a los salarios, que es equivalente a los aumentos que han recibido los directores ejecutivos durante los últimos años. Mary Barra, la Directora Ejecutiva de General Motors, por ejemplo, ha recibido un “paquete salarial” de 29 millones de dólares, trate usted de imaginar, modesto lector de 300 pesos diarios, ¿cuánto recibirán los dueños de la empresa por concepto de ganancias? Por tanto, si hay para los empresarios y sus más altos empleados, tiene que haber para los obreros. No obstante, hasta ahora, la empresa sólo ofrece el 20 por ciento de aumento y no hay arreglo, la huelga continúa.
Enterados de esas fabulosas ganancias, los obreros, no sólo demandan un 40 por ciento de aumento salarial, reclaman, también, el restablecimiento de las pensiones de prestaciones definidas que se habían eliminado gradualmente para los nuevos trabajadores desde 2007; una semana laboral de 32 horas, remunerada con un salario de 40 horas y la garantía de que los trabajadores seguirán cobrando si la planta que los emplea cierra permanentemente. En este momento, los tres fabricantes de automóviles de Detroit pagan en total alrededor de 64 dólares por hora y el conjunto de demandas enarboladas llevaría el pago total a aproximadamente 130 dólares por hora. Estamos, pues, ante una lucha económica histórica y trascendente que puede arrastrar con su ejemplo a millones de obreros en EE. UU. y en el mundo entero.
Pero… y aquí viene el “pero” que hay que tomar muy en cuenta. Obligadamente, la negociación tendrá que llevarse a cabo y concluir en un acuerdo; los obreros, por muy combativos que sean, no pueden vivir sin vender su fuerza de trabajo y, si no la venden en General Motors, Ford o Stellantis, tendrán que marcharse a venderla a otra parte para llevar el pan diario a su familia, no tienen otra alternativa. La labor volverá a empezar, dicho claramente y sin retorcimientos, los obreros –aun en condiciones menos duras– volverán a la jornada diaria, se renovará el ciclo de su explotación.
Los sindicatos de EE. UU. y del resto del mundo, aun los más resistentes y honrados, no están diseñados más que para librar la lucha por mejoras de cuando en cuando; no pueden, ni explicar la inevitabilidad de la explotación ni la universalidad del fenómeno mientras exista el modo capitalista de producción. Pero los vendedores permanentes de fuerza de trabajo que la entregan a cambio de un valor que está mucho muy por debajo del valor que producen, tienen el más absoluto derecho a aspirar a que su tormento de Sísifo tenga fin y termino algún día.
Se necesita, por tanto, en EE. UU. y en México también, un partido de la clase de los proletarios. Pero según la ideología dominante en el mundo occidental, los partidos existen solamente para inscribir candidatos, ganar votos y ocupar puestos en el aparato del Estado, casi siempre, donde no se deciden los aspectos trascendentales. Pero la clase obrera tiene problemas como clase, no sólo como vendedora de fuerza de trabajo, pues hay millones de obreros que no tienen ni nunca tendrán empleo y, por la pobreza, hasta son expulsados de sus países. Necesita quien colabore con ella a combatir la pavorosa manipulación de la que es víctima obligándola a pensar y a actuar en contra de sus propios intereses, a renunciar a organizarse y a luchar como clase.
Con ciertas diferencias, en el mundo occidental, nuestro país incluido, se acepta que tienen derecho a organizarse y a defender sus intereses las comunidades indígenas, los individuos con capacidades diferentes, los afrodescendientes, las mujeres, los gays y las lesbianas y otros grupos más que afortunadamente han conquistado espacios para defender sus agendas propias; pero la clase obrera, según la ideología en boga, no tiene ni puede ejercer sus derechos de clase social; para algunos incluso, los promotores de subdivisiones sociales, ni siquiera existe. Partido de clase y lucha de clases siguen formando parte del horror de la política oficial y se estigmatiza y se persigue al que las usa y pone en práctica.
La clase obrera necesita un partido propio que proclame que la explotación del hombre por el hombre no es ni maldición divina ni condición obligada y permanente de la naturaleza humana; que las ideas de los oligarcas que disponen de medios inmensos para difundirlas e imponerlas no son ni las únicas ni las mejores y, muchas veces, ni siquiera verdaderas. Necesita quién se ocupe de defender la concepción de que no sólo se puede recibir un salario mejor, sino que se deben y se pueden controlar las ganancias y los precios, se puede tener empleo seguro para todos, excelente salud pública, educación universal y gratuita hasta los niveles universitarios y cultura y deporte para las grandes masas trabajadoras y sus hijos.
Necesita estar consciente de que se puede y se debe acabar con los vicios y los crímenes para siempre, que se puede poner fin a la destrucción del medio ambiente, al agotamiento de los recursos vitales, como el oxígeno y el agua, como consecuencia de la producción diabólica de mercancías y, sobre todo, que se le puede poner coto y fin al monopolio de la propiedad de los recursos naturales, los medios de la producción y el transporte que son patrimonio de la humanidad.
Todas estas legítimas aspiraciones de la masa productora de la riqueza social sólo las puede encabezar y hacer realidad un partido de esa misma clase y sus aliados. ¿Y con qué armas se va a luchar en nuestro país? A pesar de los intentos reaccionarios de criminalizarlas y hasta de destruirlas, con las armas de la Constitución, que quedaron plasmadas luego de más de dos millones de muertes: con la libre organización y con la libre manifestación de las ideas. Y con estudio, trabajo y valor.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".