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Claudio Katz es una de las personalidades más connotadas en el ámbito del pensamiento sobre la izquierda y los movimientos de resistencia al neoliberalismo en América Latina.
Economista de izquierda, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Argentina y autor de varios libros, entre ellos Bajo el imperio del capital y La economía marxista hoy. Su último libro es América Latina en la encrucijada global, que reúne el intenso trabajo sobre las organizaciones y los movimientos sociales en la región, en el que comparte una lectura sobre los cambios políticos de cara a la nueva administración de Donald Trump en la Casa Blanca, la actualidad del legado de Lenin y del marxismo como vigentes para dar la pelea frente a la ultraderecha que, admite, ha avanzado tras los errores del llamado “progresismo” en el poder.
Francis Martínez (FM).- Ante el ascenso que ha tenido la derecha en América Latina. ¿Cuáles considera que son los nuevos dilemas que tiene la izquierda?
Claudio Katz (K).- Es indudable que la ultraderecha tiene propósitos muy regresivos para el conjunto de la población de América Latina. Ellos pretenden debilitar o destruir las organizaciones populares, avasallar los derechos democráticos, desarticular los agrupamientos que se han construido desde las zonas populares y recortar todo tipo de derechos; de género, de las mujeres, de la diversidad sexual, de distinto plano democrático. No cabe duda que esa ultraderecha, al mismo tiempo, ha logrado capitalizar el descontento existente con la globalización neoliberal, con la expansión de la desigualdad, con el incremento de una brecha social favorable a un puñado de poderosos y que margina a amplísimos sectores de la población. Por ello diría que la disyuntiva principal, el reto central, el propósito central nuestro, es poner un freno a este avance de Trump, Bolsonaro, Meloni, Milei. Y para hacerlo debemos desenvolver una acción conjunta, tanto en el plano de la acción directa, de la movilización callejera, de la defensa de nuestros derechos en los lugares de trabajo y en nuestras localidades, como también en el plano electoral, en la confrontación de votos, especialmente en la segunda vuelta, cuando en general se dirime si un presidente ultraderechista llegará o no a la presidencia de un país.
Me parece que eso es lo central. El avance de la derecha no es un curso inexorable, no es un devenir inevitable, hay muchos ejemplos donde ha sido frenado, ha sido derrotado. Lo fue en Bolivia, no lograron la secesión del país. Lo fue en el ascenso de Lula, cuando Bolsonaro intentó un golpe de Estado que falló. Lo estamos viendo hoy en Venezuela, donde hay una decisión soberana de defender el país de las agresiones de la ultraderecha y lo vimos hace poco tiempo en Francia, donde se esperaba un triunfo casi inexorable de Marine Le Pen (Agrupación Nacional) y apareció, irrumpió la sorpresa de una coalición de izquierda dirigida por Jean-Luc Mélenchon (coalición de izquierdas Nuevo Frente Popular), que obtuvo un significativo nivel de votos e impidió que un país tan relevante, como Francia, se sumara a las naciones que estaban bajo esta impronta derechista.
FM.- El avance de la derecha, de la extrema derecha que estamos viendo en diversas partes del mundo también tiene, en su contraparte, las ideas de los grupos que reivindican el socialismo y el marxismo. ¿Cómo desembarazarse de esta connotación negativa que tienen ambos términos, socialismo y marxismo?
K.- Se tiene que librar la batalla cultural e ideológica sin ningún titubeo, sin ninguna vergüenza, sin ninguna prevención. Creo que una de las razones por las cuales la ultraderecha captura gran parte de la atención y del voto de sectores populares es porque transmite una modalidad de autenticidad; dice lo que piensa en forma descarada, desfachatada. No juegan con las palabras, no calculan qué es lo políticamente oportuno, sino que plantean en forma contundente qué es lo que ellos piensan. Reivindican la desigualdad, reivindican el capitalismo, la injusticia social, la desigualdad social. Los que somos parte de una tradición de izquierda, comunista, socialista, tenemos que plantear la batalla en los mismos términos. No tener vergüenza de nuestra identidad y revisar críticamente nuestro pasado, como cualquier corriente política, en aquello que consideremos equivocado o erróneo, pero librar la batalla ideológica en términos frontales y especialmente demostrar que las principales metas, valores que comparte el grueso de la población, tales como la libertad, la democracia, la justicia, la igualdad, son valores de la izquierda, porque forman parte de nuestro acervo, por una razón muy sencilla: el capitalismo es incompatible con esos anhelos de los sectores populares y los mismos valores históricos de la humanidad. Tenemos que salir frontalmente a esa defensa, por ejemplo, demostrando el carácter inconsistente de sostener que la derecha puede ser libertaria. El término libertario es incompatible con la derecha, porque la única libertad que defienden es la libertad para que los poderosos acumulen más riqueza, la libertad para explotar al trabajador. La verdadera libertad es una sociedad más equitativa; pero esta sociedad equitativa es incompatible con la dinámica de un sistema capitalista que se asienta sobre la competencia por beneficios surgidos de la explotación. La Unión Soviética ya cayó hace un periodo muy significativo; no podemos cargar con eso como si fuera una desgracia eterna, tenemos que explicar por qué ocurrió y tenemos que defender los principios de nuestro proyecto y de nuestro horizonte.
FM.- Hablaba de la caída de la Unión Soviética; y en ese sentido, no hay que olvidar la vida y obra de Vladimir Ilich Lenin. Muchos grupos políticos lo han dejado de lado, pero hay quienes siguen rescatando su legado. Desde su punto de vista, ¿qué considera que todavía es actual de la política leninista? Y si las derrotas de la izquierda se deben al olvido de las teorías fundamentales, particularmente la de la creación de un partido que encabece este movimiento de transformación en un país.
K.- En 2024 se celebraron 100 años del aniversario del fallecimiento de Lenin, quien sigue presente como una figura clave del pensamiento transformador, del proyecto revolucionario. Me parece muy pertinente destacar de Lenin su realismo político. Lenin transformó las ideas marxistas en práctica política. Evitando la canonización, el academicismo y el dogmatismo, tenemos que recuperar la noción que Lenin nos aportó en el plano de la lucha política concreta; por ejemplo, la estrategia de priorizar el enemigo principal cuando se batalla contra la ultraderecha, por ejemplo: construir frentes que resalten esa gravitación de confrontar a quien amenaza a los derechos básicos de la población. Lenin, en su estrategia contra un golpe derechista, el golpe de Lavr Georgievich Kornílov –militar ruso– sentó las bases de este tipo de estrategia que me parece sumamente útil en la actualidad. Creo que en Lenin también hay una idea de la gravitación, del antiimperialismo y de los países periféricos. Esta noción es muy sustancial.
Estamos atravesando una era en la que las potencias centrales descargan sobre la periferia todos sus desequilibrios internos y aumentan la captura, la transferencia de valor, la apropiación de nuestros recursos y, por lo tanto, la lucha actual de los pueblos y la humanidad, no sólo es contra el sistema que los oprime, que es el capitalismo, sino también con esas formas imperiales que introducen despojos en nuestras riquezas y opresiones a los derechos nacionales de nuestros ciudadanos. En Lenin hay temas mucho más coyunturales, que hacen a la especificidad de cada época, a la forma de partido o movimiento, el sujeto social, si es el proletariado o nociones ampliadas de la clase trabajadora o un movimiento de precarizados. Bueno, son características que se amoldan al capitalismo de cada época. Y aquí no hay que hacer de Lenin un pensamiento rígido, dogmático o invariable. El propio Lenin sugirió que el curso de la revolución bolchevique triunfante en Rusia no era un curso automáticamente aplicable a otros países, por ejemplo, en Europa oriental y Europa occidental. Y allí sentó las bases para estrategias contemporáneas de llegar al gobierno, disputar el poder, utilizar a fondo la estructura constitucional parlamentaria como mecanismo de transformación de la sociedad. Hay mucho que aprender de Lenin, hay mucho que revisar de Lenin; y los marxistas no debemos tener ningún titubeo en absorber sus ideas.
FM.- Un poco más hacia la actualidad, en el caso de América Latina, siempre se ha ubicado al progresismo como todos estos gobiernos que de alguna manera se declaran de izquierda. Y en ese sentido, ¿cuál es el balance que usted tiene de estos gobiernos progresistas en América Latina?
K.- Bueno, bajo el término progresismo, se incluyen un conjunto de connotaciones, figuras mucho más heterogéneas. Pero lo que sí podemos decir es que es un ciclo progresista que derivó de rebeliones populares, dos ciclos de rebeliones populares. Uno que empezó en 1989, otro más reciente, que comenzó en 2019. En todos los casos, las protestas populares después tuvieron su correlato en el plano electoral con la llegada del gobierno de Guyana, de tintes de centroizquierda, de izquierda, del progresismo, con un ciclo bastante prolongado en la primera década de este siglo y un ciclo mucho más corto en los últimos años. Uno de los cambios más importantes es que los procesos políticos que sean, se han hecho más pequeños, se han acortado, en parte por esta contraofensiva de la ultraderecha que no tolera en el gobierno más conquistas, derechos, mejoras y, por lo tanto, lanza golpes, conspiraciones, acciones “destituyentes” para impedir el avance de las causas populares. Diría que el progresismo incluyó derechos en muchos países y conquistas, pero también estuvo marcado por la vacilación, los titubeos, las insuficiencias, el desengaño. Y ese desengaño es el que condujo a la aparición de la ultraderecha. El ejemplo más evidente es Argentina. Javier Milei no hubiera existido si el de Alberto Fernández no hubiera sido un gobierno tan negativo, tan reprobado por la población, con tantos incumplimientos de las promesas que lo llevaron al gobierno.
Milei es una reacción contra ese fracaso. Podríamos decir que, en cierta medida, ese pequeño periodo del gobierno de Pedro Castillo en Perú, un gobierno caótico también, cuyo norte original quedó completamente perdido, también favoreció la arremetida posterior y el golpe posterior de la derecha. Hoy en día tenemos situaciones distintas. Creo que hay un elemento de desengaño y reflexión muy fuerte en Chile, con la llegada al poder de Gabriel Boric, quien prácticamente ha reconfirmado los privilegios de los sectores militares y ha asegurado los beneficios de los de la minoría de millonarios que controlan los recursos del país. Hay expectativas, en cambio, en otros procesos: en Colombia, con Gustavo Petro, con el proyecto de alcanzar la paz, para desde allí avanzar en reformas sociales; con Lula en Brasil, cuyo gobierno está muy a medias de lo que él había prometido y eso implica el fuerte resurgimiento de Jair Bolsonaro. Y existen batallas centrales que diría que van más allá del espectro progresista; porque se desenvuelven en países claves como Venezuela y Bolivia, donde el trumpismo pretende arremeter o atacar gobiernos que defienden su soberanía y, por lo tanto, en América Latina está todo abierto y el tiempo dirá quién gana en esta disyuntiva.
FM.- El caso venezolano ha resistido por esta posibilidad que ha tenido el proyecto bolivariano de movilizar y de hacer, digamos, una fuerza popular que sigue sosteniendo el proyecto político. Pero eso es algo de lo que carecen todos los otros proyectos que usted menciona, digamos, sin esta fuerza popular, por otro lado, aquellos gobiernos que se denominan “de izquierda” prometen demasiado; estos dos aspectos colocan a sus sociedades en alto riesgo de girar a la derecha y a la ultraderecha.
K.- No cabe ninguna duda de que es así. Y otra vez, por eso es que señalaba que el desengaño con los gobiernos progresistas ya no conduce, como en el pasado, a una alternancia convencional, el desengaño con la centroizquierda vuelve a algún gobierno más típico, tradicional. No, ahora viene la ultraderecha. Es decir, el coste del fracaso de las experiencias progresistas para la población es muy grave, porque los gobiernos toman fuerzas muy regresivas, dispuestas a arrasar con las conquistas populares. Por eso sí creo que Venezuela es un ejemplo a seguir, por la decisión que ha demostrado en defender al país frente a una cantidad incontable de conspiraciones, golpes y sabotajes económicos; Venezuela ha estado sometida a sanciones, un estrangulamiento económico que multiplicó lo que ya vimos en el embargo con Cuba hasta niveles inimaginables y la movilización política, la decisión de actuar con contundencia, el recurso de mantener al pueblo movilizado y construir organismos populares desde abajo, en gran medida, nos indican un camino de resistencia. Diría que en Venezuela es interesante, por ejemplo, el caso de las comunas, las comunas sirven como instancia de resistencia y, al mismo tiempo, están demostrando poder desempeñar un papel cada vez más protagónico en la gestación de un modelo económico e igualitario en la sociedad venezolana; entonces, de ahí tenemos mucho para aprender. Y en los países donde el progresismo está vacilando por la acción popular, la demanda a las autoridades y la independencia respecto de ellos, no quedar cooptados, neutralizados, sometidos a una agenda de gobiernos que concilian con la derecha, que mantienen el statu quo y que no cumple sus promesas, es clave para que la izquierda siga sosteniendo su propio perfil y pueda proyectarse como una alternativa efectiva de transformación social.
FM.- El mundo está en una incertidumbre creciente con la situación de Oriente Medio se avizora un 2025 complejo, con el inicio de la presidencia de Donald Trump.
K.- México es clave porque Trump va a asumir; y él ya ha dicho que piensa liderar una guerra comercial directa contra China. Y esa guerra comercial la librará a costa de todo el resto de las sociedades conectadas con Estados Unidos (EE. UU.). En el caso de México ya ha declarado una política antiinmigrante descarada, incluso ha sugerido que subiría los aranceles poniendo en peligro la dinámica del Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) y creando una tensión fronteriza muy aguda si cumple con su promesa de expatriar inmigrantes en número considerable; Trump se dispone a ejercer una presidencia con una actitud de déspota, con una actitud autoritaria; buscará, como lo hizo en su primer mandato, incrementar el superávit comercial, forzar a nuestras economías a amoldarse a las necesidades de la economía estadounidense, tiene un diagrama de embajadores conectados al lobby reaccionario de la Florida para facilitar el papel de las embajadas estadounidenses en los procesos “destituyentes” de aquellos gobiernos con los cuales Trump no simpatice.
Es decir, hay una agenda muy agresiva del magnate que ocupará nuevamente la Casa Blanca y el mensaje nuestro es la unidad en América Latina para resistir estos atropellos. Necesitamos, como nunca, que nuestras sociedades, en nuestros países, construyan un proyecto común, una integración común, no sólo pensando una dinámica futura de desenvolvimiento compartido en América Latina a largo plazo, sino para enfrentar el peligro inmediato de la agresión imperialista que prepara Trump sobre el continente.
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Escrito por Francis Martínez Mateo
Periodista y reportera multimedia. Ex corresponsal en China 2022. Desde 2020 conductora en Canal 6 Tv. Síguela en X como @FranMartinezMx