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La Gran Guerra Patria y su victoria sobre el enemigo más destructivo y sangriento de la historia, el nazifascismo, es el gran legado del socialismo soviético a la humanidad. Occidente pretende ocultar esa victoria y priva al mundo del derecho a la verdad y la memoria; recordar esa proeza desde México es un acto de honor y congruencia.
Hace 80 años, el pueblo y ejército soviético derrotaron al nazifascismo en las más cruentas batallas vistas por la Humanidad. Esa proeza de millones de hijos de la tierra soviética rusa legó al mundo la idea de soberanía, libertad y derecho al futuro, que el mortecino hegemón le niega falsificando la historia.
Los valientes soviéticos y el pueblo ruso libraron esa guerra –igual que en otras campañas impuestas por sus adversarios– y salieron victoriosos, convencidos de que no hay otra vía que la autodeterminación.
En contraste, Estados Unidos (EE. UU.) y sus socios han salido derrotados de todas sus guerras de conquista: Corea, Vietnam, Irán, Cuba, Nicaragua, Irak, Libia, Afganistán y otros. La ofensiva Occidente-OTAN en Ucrania se escenifica en las mismas ciudades, bosques y montañas donde el Ejército Rojo derrotó al nazifascismo hace 80 años ¡Y la han perdido también!
Sin aprender esa lección, el imperialismo estadounidense sigue implicado en 52 guerras de distinto matiz en 92 países. Urgido por superar la primacía económico-tecnológica de China, ese sistema deja como daños colaterales guerras perpetuas por recursos, el bloqueo a Cuba, el neofascismo en Venezuela y la tecno-política con algoritmos como tanques de batalla del futuro.
Ese Occidente Colectivo pretende borrar de la memoria colectiva que ocho décadas atrás, el Ejército Rojo liberó los campos de exterminio nazis en Auschwitz y Majdnek. Lo hace hoy para que no veamos la limpieza étnica en la Palestina ocupada por su cómplice, el sionismo israelí.
El gran peso de liberar a Europa del fascismo corrió a cargo de la URSS, pues a posta, los Aliados postergaron sus acciones. Hoy la Unión Europea financia a Ucrania y declara a Rusia su enemigo; lo que exhibe a un bloque incapaz de vencer a su Némesis: la ultraderecha neofascista, que se pavonea entre sus socios.
En cambio, en estos 80 años, Rusia ha superado las viscisitudes y renacido como Ave Fénix. Con el Sur Global cimienta un porvenir multipolar y ése es el espíritu vigente del Día de la Victoria en la Gran Guerra Patria.
A las 03:15 a. m. del 22 de junio de 1941, cruzaron la frontera soviética 3.5 millones de soldados alemanes –seguidos de finlandeses y rumanos–, en la Operación Barbarroja, bautizada así por Adolfo Hitler en honor al emperador Federico I.
Esa invasión a Rusia respondía a la geopolítica del Espacio Vital del Tercer Reich, cuyo imaginario era dominar el inmenso territorio soviético, sus recursos y esclavizar a su población en la utópica Germania aria.
Es un embuste de Occidente que esa invasión fuese una sorpresa táctica, pues el liderazgo soviético la vio venir dos años atrás. De ahí el pacto Ribbentrop-Molotov de 1939, para prepararse ante la invasión inminente de un adversario bien pertrechado y motivado por su avance en la Europa cómplice.
La campaña hacia el este de la nazi Wehrmacht (Alto Mando de la Fuerza de Defensa) comenzó tarde. Influyeron varios factores, como el fracaso de Italia en África, aunque Hitler confió en controlar Moscú antes de noviembre. Al iniciar su Operación Barbarroja, vaticinó que el mundo detendría la respiración y que la estructura soviética se “derrumbaría como edificio podrido”.
El Frente Oriental cubría unos mil 600 kilómetros, del Báltico al mar Negro y se ampliaba cada día más. Para allanar el paso a las tropas, ahí operaban cientos de agentes de órganos de ejecución germanos y cómplices europeos.
Comandos Itinerantes (Einsatzgruppen) liquidaban a miembros del Partido Comunista y funcionarios soviéticos. Los SS exterminaban a líderes de la resistencia, mientras agentes de la Oficina de Seguridad del Reich (RSHA) con aliados húngaros, croatas, italianos y eslovacos, acorralaban a la población.
Con entereza STAVKA, el Alto Mando Soviético, emprendió esa Gran Guerra Patria. Contraatacó para frenar al invasor, que en los primeros tres días destruyó entre tres mil y cuatro mil aviones (80 por ciento del total), recuerda Carlos M. Shäferstein.
Entre 1941 y 1945, el Ejército Rojo y pobladores soviéticos libraron heróicas batallas entre estepas, costas y montañas en esa campaña asimétrica, con escasa munición, equipo y alimento. Lo que abundaba era la convicción de que el invasor no conquistaría la Madre Rusia.
Sagaz, la dirigencia soviética anticipó que el enemigo pretendía tomar la industria situada al oeste. Tras evacuar de ahí a la población, emprendió la hazaña de desmontar y trasladar más de mil 500 fábricas que reubicaron al otro lado de los Urales.
Toda la industria pesada, acerías y ferrocarriles se transportó por tren, caballería y convoyes motorizados hacia al corazón de Rusia. Habitantes de las ciudades receptoras re-ensamblaban equipos y fábricas. Ladrillo por ladrillo, pieza por pieza reactivaron las industrias en un Plan Maestro de logística.
Esa estrategia dio un vuelco a la doctrina de guerra alemana, que concebía la destrucción total del enemigo y no la ocupación del terreno. Los soviéticos obligaron a la Wehrmacht a penetrar hasta lo profundo del país, lo que anula la falacia de la “invasión sorpresa” alemana. Esa realidad es la que con distorsiones quiere borrar Occidente.
El 22 de agosto de ese año, cuando los soviéticos enfrentaban al invasor a orillas del Volga, la Wehrmacht y sus colaboradores italianos, búlgaros y rumanos, capturaban Stalingrado en la Operación Azul (Fall Blau).
En su asedio de cinco meses arrasaron todo, masacraron civiles, violaron mujeres y ejecutaron a tropas inermes. Fue la más sanguinaria conflagración en la historia, que se zanjó con 2.5 millones de bajas por hambre, frío y masacres nazis, que cínicamente bautizaron como: Rattenkrieg: Guerra de Ratas.
Pese a estar sitiados, pobladores y autoridades de la ciudad resistieron heróicamente y entonaban la música de La Gran Guerra Sagrada y su frase: “Que nuestra ira los azote como una gran ola”.
En noviembre, bajo el crudo “General Invierno” los soviéticos lanzaron su contraofensiva: encapsularon a unos 300 mil miembros del Sexto Ejército del mariscal Friedrich von Paulus, quien se rindió el 31 de enero de 1943 a un día de ser ascendido por Hitler.
El alto mando soviético designó a sus dos mayores estrategas para avanzar contra Alemania: al mariscal Gueorgui Zhúkov en el Primer Frente, y al mariscal Konstantin Rokossovski, en el Segundo Frente de Bielorrusia.
Tras perder la batalla de tanques en Kursk, los alemanes entendieron que habían perdido el Frente Oriental. Sin ayuda de nadie, el Ejército Rojo inició su avance hacie el oeste y liberó Polonia, Rumania, Bulgaria y gran parte de Hungría.
Washington silencia esa gesta soviética para encubrir que, en repetidas ocasiones, Iósif Stalin le solicitó abrir un segundo frente para aliviar la presión que la Wermacht ejercía sobre la URSS. Con excusas, retrasó esa acción y hasta que cayó el Frente Oriental, armó el Desembarco de Normandía.
El publicitado Día D, como episodio militar, no fue decisivo en la derrota nazi. El análisis geopolítico de esa acción revela que la burguesía anglosajona pretendía que la URSS diera su sangre y saliera con el mayor daño de esa contienda.
Esa previsión fracasó; en marzo de 1945, el Ejército Rojo entró en Alemania y capturó Berlín el 22 de abril; por lo que Adolfo Hitler se suicidó tres días después. El dos de mayo las fuerzas nazis se rendían incondicionalmente ante los soviéticos.
Para adjudicarse el triunfo, Dwight Eisenhower y sus aliados escenificaron la capitulación del Jefe de Operaciones, general nazi Alfred Jodi, el siete de mayo en la ciudad francesa de Reims.
Iósif Stalin exigió reconocer el triunfo soviético y así, el nueve de mayo de 1945, Gueórgui Zhúkov atestiguó en el barrio berlinés de Karlshorst, la capitulación del más alto oficial nazi, el mariscal Wilhelm Keitel. Era el primer Día de la Victoria.
A 80 años de ese hecho, y aunque se dice que la historia la escriben los ganadores, a la URSS sus aliados le escatiman ese reconocimiento. Un día después de la victoria soviética, Occidente comenzó su Guerra Fría y persiste en denostar a Rusia.
El pasado abril, la Unión Europea prohibió a sus miembros celebrar el Día de la Victoria en Rusia, pues sería contra “los valores europeos”. Ese veto quiere borrar el sacrificio de casi 30 millones de sus ciudadanos y, a la vez, pretende reescribir la historia para borrar de la memoria colectiva la condescendencia europea y anglosajona ante el expansionismo nazi.
Olvidan la verdad histórica que admitieron los propios líderes de la época: el premier británico Winston Churchill escribió: “Fue justamente el Ejército Rojo de Rusia el que sacó las tripas a la máquina de guerra hitleriana”.
Eisenhower exaltó la maestría operativa de Iósif Stalin, de sus mariscales y afirmó: “Las magnas hazañas del Ejército ruso despertaron la admiración de todo el mundo”. El jefe de las Fuerzas Armadas de EE. UU. en China, general Lee Chennault admitió que la URSS “Fue el factor decisivo que aceleró el fin de la contienda” en Extremo Oriente.
EE. UU., perturbado porque tras la Gran Guerra Patria la URSS emergió como potencia, se obsesionó por invalidar el triunfo soviético. Con su Cruzada Anticomunista, Harry S. Truman usó la Ley Smith-Mundt y la Agencia de Información para proyectar a EE. UU. como pilar del “Mundo Libre”.
La Guerra Fría creó la percepción de una “inminente” invasión soviética, de un socialismo “represor”; universidades, escuelas, centros infantiles, teatros, prensa, libros de texto, cine, televisión, cómics y espectáculo, explica Mercedes Saborido.
En contraste, las tropas de EE. UU. encarnaron la libertad y el “boyante modo de vida occidental”. En este siglo, ese abanico de mentiras aún agita el fantasma del peligro “comunista” de la Rusia “dictatorial” agrega Jessica Gienow-Hecht.
Al conmemorarse 80 años de la Victoria del Ejército Rojo, Occidente niega ese mérito al afirmar que su aporte fue mínimo y deshonra la memoria de víctimas y héroes al enaltecer a nazis de la división Galzein SS, como hizo en 2023 el Parlamento canadiense.
Al invasor le urgían el carbón, alimentos, minerales, metales, mano de obra y el enorme territorio soviético como el 10 por ciento del crudo mundial del Cáucaso y minerales útiles para Alemania, que en esa invasión pasó de disponer de cuatro minerales estratégicos a seis, de un total de 21.
Los nazis centraron su ofensiva en capturar los recursos soviéticos y sus aliados del Eje hicieron lo mismo. Cuando los soviéticos perdían 60 por ciento de sus recursos alimentarios, Alemania explotaba a 400 mil agricultores franceses, Japón invadía China y robaba arroz de Corea, cuya población sufría hambruna, mientras Roma invadía Etiopía y se adueñaba del mejor puerto del Mar Rojo.
Los Aliados también saquearon. Reino Unido y EE. UU. tomaron estaño de Bolivia y cobre de Chile. México les suministró petróleo, plata, zinc, grafito, productos agrícolas, ganado, cerveza y otros bienes esenciales.
Lázaro Cárdenas se sumó al bloqueo económico de la Liga de las Naciones por la invasión de Italia a Etiopía, y cuando EE. UU., Reino Unido y Francia callaban ante la agresión nazi a Austria, nuestro país protestó en la Sociedad de Naciones.
La diplomacia de Manuel Ávila Camacho tuvo tres ejes: defender la soberanía, negarse a establecer bases extranjeras y solidaridad continental. Esa estrategia se puso a prueba al declarar la guerra al Eje, en mayo de 1942, por el hundimiento de dos petroleros por submarinos.
Entrar a la guerra significó la alineación total con EE. UU. Mineria y recursos estratégicos mexicanos sirvieron al interés geopolítico de EE. UU. Como ejemplo, suspendió el uso del cobre para acuñar moneda y su industria cuando Washington lo usó en la guerra. Además, México se alineó a EE. UU. en el control de las cadenas de suministro de recursos estratégicos y las prácticas de segregación a ascendientes alemanes, italianos y japoneses que impuso EE. UU.
De ahí la importancia, desde México, de recordar el significado del triunfo soviético sobre el poderoso enemigo como ejemplo de lucha por la autodeterminación.
Pacto de Munich (30 de septiembre de 1938). Inglaterra, Francia e Italia sacrifican a Checoslovaquia, conscientes de que Hitler la invadiría y desmembraría, a cambio de su promesa de no agresión.
Pacto de defensa mutua (1937-1939). Inglaterra pacta la protección de sus colonias en Asia, con su adversario, Japón.
Pacto Ribbentrop-Molotov de no agresión (30 de agoso de1939). entre la URSS y Alemania.
Operación Tifón o Batalla por Moscú (30 de septiembre de 1941- 20 de abril de 1942). Hitler urge a tomar Moscú; ordena bombardear civiles y dinamitar el Kremlin. Stalin crea un cerco de 100 kilómetros para evitar un ataque de pinza sobre Moscú, donde la población construyó trincheras, defensas antitanque y colocó explosivos en puntos estratégicos.
Operación Azul (17de julio de 1942). Los nazis capturan Stalingrado y lo asedian; en noviembre, el frío de 40 grados bajo cero incapacita tanques, ametralladoras y faltan alimentos, bajan la moral y poder ofensivo de las tropas alemanas. Los mariscales Fedor von Bock y Erich Hoepmer informan a Hitler, quien les advierte que no aceptará que capitulen.
Operación Urano (dos de noviembre de 1942). Soviéticos arrinconan el aeropuerto de Pitomnik para evitar que lleguen alimentos; por 55 minutos disparan siete mil cañones, morteros y lanzacohetes, hasta derrotarlos. El 18 de enero parte el último avión-correo alemán con el general Hube, con quien Paulus envía a su esposa el anillo de su graduación. Él será el primer general alemán en capitular en la historia.
Operación Gunnerside (1942-1943). La inteligencia británica sabotea la empresa noruega Norsk Hydro ASA para evitar que Alemania fabrique bombas nucleares con esa agua.
EE. UU. pretende borrar que millones de desconocidos triunfaron sobre ese enemigo, como los guerrilleros del Partido Comunista, que obtenían información en el terreno y la daban a su Ejército mientras distraían al enemigo con acciones falsas.
Otro forjador de la Victoria fue el Coronel Ilyá Stárinov, reconocido por destruir infraestructura enemiga y tan efectivo, que Hitler ofreció recompensa por su captura.
Ejemplo de la destreza del personal aéreo de la URSS es Marina Raskova, que en 1933 fue la primera navegante y en la guerra voló más de seis mil 400 kilómetros en su bombardero reconvertido DB-2. Propuso a Stalin combatir a los nazis y ahí nació la célebre unidad aérea: Las Brujas de la Noche, que cada noche atacaron al enemigo y destruyeron 23 mil objetivos.
Para ser invisibles, Las Brujas volaban a baja altura en viejos aviones con cabina abierta y sin usar radio o radar, confundían al enemigo; sus contundentes ataques, causaron rumores de visiones entre el enemigo.
Por primera vez en la historia, en la Gran Guerra Patria, la Humanidad apostó a conservar la vida de pueblos enteros y países.
En la URSS, el fascismo destruyó: mil 700 ciudades, 70 mil aldeas, 32 mil industrias y 65 mil kilómetros de ferrocarril.
Sin ayuda de ninguna fuerza, el Ejército Rojo derrotó 507 divisiones alemanas y 100 del Eje (3.5 veces más que en otro frente de esa guerra). Derribó 70 mil aviones y 50 mil tanques (casi 75 por ciento del arsenal enemigo).
Participaron 100 millones de tropas de 61 países.
De 50 millones de muertos, más de 27 millones eran soviéticos y 10 millones alemanes.
Efectivos nazifascistas: nueve millones 400 mil. El 68 por ciento (cinco millones 400 mil) combatió al Ejército Rojo en el Frente Oriental.
El frente de guerra alemán cubrió del mar Negro al océano Ártico.
Fue un problema el suministro en ese frente extenso, lejano y numeroso. Se requerían 170 toneladas al día para una División de Infantería y cinco mil 440 para una Unidad Acorazada con 16 divisiones.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.