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Como sacada de un cuento para niños, se quiere grabar en la mente de los trabajadores del mundo la vida y la muerte de la Reina Isabel II de Inglaterra, Jefa de Estado del Reino Unido durante 70 años. La campaña publicitaria desatada en el mundo occidental por su deceso tiene todas las características de las guerras de propaganda del imperialismo, se le han invertido miles de millones de libras esterlinas o de dólares o de ambas monedas a la vez, para presentarla como una viejecita bonachona que conquistó el amor ardiente de sus súbditos en el Reino Unido y en muchas otras partes del mundo. Como todas las campañas imperialistas, se sustenta en la impudicia y en el engaño y, sobre todo, en la impunidad.
¿Qué tiene que hacer un monarca en un país capitalista, el más antiguo del mundo bajo ese sistema económico? Representar al Estado para que, aunque el gobierno designado por la mayoría parlamentaria sucumba total o parcialmente, el Jefe de Estado, el monarca, se mantiene y marca la fortaleza y la continuidad del régimen. Es, por lo tanto, la garantía de que el Estado seguirá llevando a cabo su función fundamental de mantener sujetos a los esclavos asalariados y, como ha sucedido con el Reino Unido, también a las poblaciones de los numerosos países que ha colonizado a través de su historia. Ningún rey y ninguna reina pueden ser considerados ajenos a los abusos, saqueos y crímenes de sus respectivos Estados burgueses, antes bien, los protegen y representan.
“La burguesía británica –escribió León Trotsky– se desarrolló bajo la protección de las instituciones antiguas, por un lado adaptándose a ellas y por otro sometiéndolas a sí misma, gradualmente, orgánicamente, ‘de manera evolutiva’”. Los levantamientos revolucionarios del Siglo XVII fueron profundamente olvidados. En esto consiste lo que se llama la tradición británica. Su característica básica es el conservadurismo. Más que cualquier otra cosa, la burguesía británica está orgullosa de no haber destruido viejos edificios y viejas creencias, sino que ha adaptado gradualmente el antiguo castillo real y noble a los requisitos de la empresa comercial. En este castillo, en las esquinas del mismo, estaban sus iconos, sus símbolos, sus fetiches, y la burguesía no los quitó. Hizo uso de ellos para consagrar su propia regla. Y puso desde arriba sobre su proletariado la pesada loza del conservadurismo cultural.
El Reino Unido no solo ha sido capitalista, ha evolucionado y ha sido imperialista. En época tan remota como 1624, en la isla de San Cristóbal, el explorador sir Thomas Warner fundó la primera colonia británica en el mar Caribe. Luego vendrían numerosos países y territorios cuya lista y descripción aun breve no cabría en este espacio, no obstante, menciono a Estados Unidos, a La India e Irlanda. Cabe recordar ahora que Estados Unidos e Inglaterra son estrechos aliados contra Rusia, que el gobierno británico hizo todo lo que estuvo en sus manos para impedir la independencia de Estados Unidos y mantenerlo como colonia y que, casi un siglo después, durante la Guerra Civil, apoyó a los esclavistas del sur, reaccionarios y conservadores, que le hacían la guerra a los abolicionistas del norte, que pugnaban por la unidad nacional y el progreso económico.
Actualmente, el Reino Unido es un país que comprende cuatro nacionalidades: Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte, los tres últimos, sometidos a sangre y fuego por el colonialismo inglés. Escocia, pugna por independizarse, el año que entra tendrá un nuevo plebiscito para decidirlo, Gales posee un movimiento independentista menos vivo y enérgico, pero nunca se ha resignado a ser solo una parte del Reino Unido; e Irlanda del Norte es un jirón de la colonia más antigua del Reino Unido, es lo que ha logrado conservar la metrópoli después de muchos siglos de heroica lucha patriótica de los irlandeses, quienes nunca aceptaron ni aceptan la opresión imperial.
“Las demás colonias británicas –escribió John A. Hobson en su libro Estudio del imperialismo– son claros ejemplos del espíritu imperialista y no colonialista. No hay en ellas un sector importante de la población compuesto por colonos británicos que vivan con sus familias, según las costumbres sociales y políticas y las leyes de su tierra natal. Por el contrario, suelen formar por lo general una pequeña minoría que ejerce el poder político y económico sobre una mayoría de pueblos extraños y subyugados y que, a su vez, está sometida al control político despótico del gobierno imperial o de las personas que él designe para gobernar en su nombre las colonias”.
Como restos fósiles de estas colonias, existen en el mundo una serie de países que forman la Mancomunidad de Naciones que si bien ya son independientes, nunca se han constituido en repúblicas y siguen considerando al monarca inglés como su soberano. Estos países son 54 y solo menciono, a título de ejemplo a Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Bahamas, Belice, Granada, Jamaica y San Cristóbal. El mismo Hobson escribe en su importantísima obra: “El resumen estadístico del Imperio Británico para 1903… consigna un área de 9 millones 631 mil 100 millas cuadradas y una población de 360 millones 646 mil personas”.
Un señor, citado por algún periódico, dijo de la recién fallecida Isabel II que “se acuerda de la única vez que pudo verla a metros de distancia, ese día le dejó la impresión de que era una persona auténtica y del pueblo”, ese señor podría argumentar que todo eso fue antes de que ella ascendiera al trono en 1952. Pero la corona siempre estuvo atrás y no pocas veces adelante de todos los crímenes colonialistas e imperialistas y más recientemente, a la reina fallecida le tocaron numerosos actos de opresión y los convalidó callando, nunca se supo ni siquiera de un tibio reproche. Traigo ahora a la memoria la gesta de los patriotas irlandeses, ahora que el nuevo rey, Carlos III, se paseó por Belfast, la capital de Irlanda del Norte en donde “conviven” nacionalistas y unionistas (apoyados éstos por Inglaterra) en barrios protegidos con bardas.
Robert Gerard Sands, Bobby Sands para el mundo entero, nació el nueve de marzo de 1954 y murió por falta de alimentos, en la cárcel de Maze o Long Kesh, en Irlanda del Norte, el cinco de mayo de 1981. Bobby Sands fue uno de los millones de patriotas irlandeses que defendieron su tierra, su religión, su lengua el gaélico, su música y sus bailes. Durante cientos de años, el feroz colonialismo inglés prohibió todo esto a los irlandeses, pero ellos, en la intimidad del hogar, en secreto, con terquedad histórica, siguieron hablando gaélico con sus hijos y enseñándoles a amar sus tradiciones y a combatir al odioso invasor.
Como muchos otros combatientes irlandeses anteriores a él, Bobby Sands inició una protesta en la cárcel en la que se encontraba por ser miembro del Ejército Republicano Irlandés. La forma de lucha escogida fue la huelga de hambre que demandaba, en síntesis, que él y sus compañeros fueran reconocidos como presos políticos. Los luchadores presos acordaron que uno a uno se irían sumando a la protesta. El gobierno tiránico inglés se negó a atender sus justas demandas y, dando un ejemplo universal de convicción, consecuencia y valor, Bobby Sands, el dirigente del colectivo, un muchacho de 27 años, murió en el penal a los 66 días de sostener firmemente la huelga de hambre. Ante un mundo estupefacto que seguía las noticias, uno a uno fueron cayendo los luchadores irlandeses hasta llegar a diez muertos solo en esa huelga de hambre, solo en el verano de 1981. Jamás se supo de ninguna expresión ni siquiera piadosa de su majestad “auténtica y del pueblo”.
En fin, se murió la reina y no habrá elecciones para nuevo rey. Los monarcas y sus paniaguados que han existido en el mundo siempre han proclamado que lo son por designio de Dios y, por eso, sus hijos heredan el privilegio. Una dictadura inserta en las llamadas democracias occidentales que no sonroja a ninguno de sus plutócratas y que le costará al pueblo inglés, solo por concepto de salario del nuevo rey, el equivalente a 162 millones de pesos al mes, un chequecito quincenal de 81 millones de pesos sin hacer gran cosa, solo convalidar y presentar una cara amable a la moderna política imperialista, en este caso, de la siniestra OTAN. No se equivocaba Cecil Rhodes, un sanguinario colonialista británico, conquistador de lo que ahora son Zimbabue y Zambia cuando dijo: “La bandera de su majestad es el mayor activo comercial del mundo”.
Se puede observar claramente una división entre una minúscula clase burguesa propietaria de la mayor parte de la riqueza social y una masa gigantesca de trabajadores que viven de su trabajo, de su propio esfuerzo.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".