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El 24 de agosto, cuando el Partido Republicano (PR) nominó a Donald John Trump para reelegirse, trascendió que sería la elección más reñida en la historia de Estados Unidos (EE. UU.). Sin embargo, nadie anticipó que un patógeno entorpecería la reelección del presidente del país más poderoso del planeta.
La situación cobra relevancia a escasos días de la elección, con el futuro de las relaciones en la superpotencia, sus 320 millones de habitantes y el mundo en la mayor incertidumbre. Al capitalizar los errores del magnate, Joe Biden se perfila como ganador; pero el presidente amaga con no aceptar el resultado, lo que provocaría un choque entre las élites, el caos y el fin de la utopía en el “país de la democracia”.
La elección presidencial del tres de noviembre en EE. UU. ocurrirá en medio de una dramática crisis, ocasionada por los graves efectos de la pandemia en la salud pública y la economía. La expansión de esta enfermedad desmanteló, además, la estructura de silencio que por décadas cubrió la injusticia racial y social en aquel país.
De modo que, aunque los dos candidatos ofrecen un mejor escenario, pocos confían en que alguno lo logre. Para empeorar el clima de tensión, Donald Trump advirtió que si pierde la elección, puede negarse a dejar el cargo. Este amago añade una nueva cuota de incertidumbre a un país ya desconcertado por su pérdida de hegemonía económica y protagonismo político global.
Si las instituciones políticas estadounidenses fracasan en declarar a un presidente legítimo, y si Trump mantiene el punto muerto en Año Nuevo, el candidato del caos y el comandante en jefe serán uno y el mismo. Por eso se atribuyó esta inquietante frase a un asesor legal del presidente: “En todo caso, cualquier escenario que veas, no será tan raro como la realidad”.
EL VOTO DE LOS OLVIDADOS
A estas alturas de la campaña, la población más agraviada, explotada y menos atendida por el gobierno estadounidense es el principal objetivo de los candidatos. Biden aseguró que ese sector, que representa casi el 20 por ciento de la población estadounidense, es “el futuro del país” y criticó las políticas de Trump como dar fin al muro fronterizo.
Estimó que 40 mil latinos han muerto y tres millones perdieron su trabajo por el Covid-19 y exhortó a iniciar el ciclo de los buenos tiempos. El demócrata afirmó que esa comunidad puede “determinar el resultado de esta elección, no solo la del presidente sino también del Congreso”. Según una encuesta del Centro Pew, Biden tendría el 63 por ciento de apoyo de esos posibles electores, contra el 29 por ciento que votaría a favor de Trump.
Sin embargo, sondeos del diario Los Angeles Times estiman que esa ventaja podría no bastar pues, en 2016, el 67 por ciento de latinos señaló que votaría por Hillary Clinton, quien perdió la elección. Además, Biden está lejos del 68 por ciento del voto que los latinos dieron a Barack Obama, en 2008, y del 71 por ciento que le refrendaron en su reelección de 2012.
Para el investigador Barton Gellman, la actual situación de EE. UU. es igual a la que los analistas de inteligencia veían meses antes del 11-S. “Mientras se acerca la elección, las pantallas se encienden en rojo y alertan que el sistema político no sabe cómo asimilar la actual situación. Ven los signos obvios –que todos vemos– pero también saben cómo disimular lo que no ve la mayoría: que algo peligroso se esparció y la nación se tambalea por ese camino”.
Elección impugnable
Por primera vez en décadas, estrategas, abogados, expertos en ciencias de la conducta y periodistas políticos coinciden con David Smith, el periodista de The Observer, quien advirtió: “Hoy, la bola de cristal política está más opaca que nunca y esto es quizás lo más grave para los estadounidenses”.
Algunos alertan que esta elección fracturará a EE. UU. no solo por el resultado –cualquiera que sea– sino porque atizará el clima de turbulencia y controversia que desembocaría en algo peor. Un primer escenario contempla la temeraria negativa de Trump a aceptar su derrota, lo que impedirá toda negociación.
Ello implicaría un masivo recuento de sufragios, esfuerzos por suprimir votos y demandas estatales y federales que debilitarían más el ya poco confiable sistema electoral. Y, por tanto, enardecerá los ánimos ciudadanos hasta que el disfuncional ciclo se estabilice a finales de diciembre o inicios de enero.
La vigésima enmienda de la Constitución estadounidense es clara: la gestión presidencial “debe terminar” el mediodía del 20 de enero. Sin embargo, los dos candidatos podrían llegar a esa fecha alegando su derecho a asumir la presidencia.
Otro foco rojo es que el Partido Demócrata y el mismo Joe Biden no valoran la naturaleza de la amenaza. Solo les preocupa que Trump pierda y se rehúse a dejar la Sala Oval. Estiman que las autoridades (servicio secreto) lo “escoltarían fuera de la Casa Blanca y que las instituciones lograrían que ceda el candidato perdedor”.
También se prevé que Trump use su poder para volcar el resultado a su favor; sus aliados republicanos desempeñarán el rol que él les asigne en el Congreso, como obstruir una victoria legalmente ambigua en el Colegio Electoral, impedir consensos y, en medio de esa incertidumbre, el magnate retendría el poder.
Debido a estas variantes, la potencia bélica mundial vive hoy una situación similar a la que los analistas de contraterrorismo previeron semanas antes del 11-S, cuando advertían un inminente ataque de Al Qaeda y solo esperaban la fecha. “Este año, los analistas electorales saben que existe el problema, pero no cuándo estallará”, concluye Barton Gellman.
Algo es obvio: los equipos legales estatales y nacionales de Trump ya tienen un plan de maniobras postelectorales para eludir los resultados de cara al conteo de votos en entidades adversas. Del lado de Joe Biden, también se diseña una estrategia de contrataque; para concluir, los analistas prevén que Trump puede perder o ganar, pero nunca concederá nada.
Virus presidencial
La pandemia de SARS-COV2, que causa el Covid-19, se ensañó con la población más pobre de EE. UU. y con los inmigrantes de origen latinoamericano. El saldo al alza corresponde a más de 7.5 millones de contagiados y más de 211 mil muertos. Pero la temeridad del presidente no se reduce a oxigenar un conflicto postelectoral sino que, en su afán protagónico, expone la salud de sus simpatizantes.
Trump, que negó la letalidad del nuevo virus y no prestó atención a los sectores en riesgo, convirtió a la Casa Blanca en un foco de infección durante octubre, a un mes de la elección. Tanto así que él, su esposa, su cercano asesor Stephen Miller –autor de su política antiinmigrante– y el personal cercano se contagiaron.
El Covid-19 proliferó y se convirtió en el mejor agente desestabilizador al infiltrarse en las altas esferas del poder civil y militar, primero en la Casa Blanca y en el Pentágono, donde se sospecha que el jefe del Estado Mayor, el general Mark Milley; el almirante Charles Ray, de la Guardia Costera, y los jefes de distintos cuerpos están contaminados y han sido aislados, reportó el periodista Joël Chartreau.
El multimillonario magnate, que en 2016 solo pagó 750 dólares en impuestos federales, ocupó la lujosa suite presidencial del hospital Walter Reed de seis habitaciones con sala de terapia intensiva, cocina, recibidor, dormitorios y comedor con candelabro de cristal cortado; apenas fue dado de alta, Trump organizó un acto de campaña en la Casa Blanca para mostrarse “en forma” y sin mascarilla.
El principal experto en enfermedades infecciosas de EE. UU., el doctor Anthony Fauci, lo criticó cuando indicó que fue un “evento de superpropagación” del Covid-19. Un día después, el médico personal del presidente desmintió al especialista y afirmó que el magnate ya no tenía riesgo de transmisión. Y tras ser dado de alta, el presidente instó a los estadounidenses a “no temer al patógeno”, ni dejar que “domine” sus vidas.
En Twitter, el actor Chris Evans reprochó: “¿No temer al Covid-19? Has estado bajo intenso cuidado las 24 horas por los mejores doctores y usando las mejores drogas, ¿crees que cualquiera tiene acceso a ello? Estoy seguro que estás consciente de esa disparidad, pero no te importa. Es una imprudencia de grado apabullante y ofensiva hasta para ti”.
El republicano y politólogo de la Universidad de Standford, Michael McFaul, preguntó a Trump: “¿Se ha reunido alguna vez con las familias de los más de 200 mil estadounidenses muertos? ¿Se da cuenta que el 99.99 por ciento de los más de siete millones de estadounidenses con Covid-19 no se tratan en la suite presidencial de Walter Reed?
Entretanto, la revista francesa Le Haine preguntó al lingüista y politólogo Noam Chomsky, por qué EE. UU., tan rico y poderoso, no ha contenido a la enfermedad y si es por mala conducción política o un fracaso estructural.
El lingüista explicó que cuando Trump asumió el poder, en enero de 2017, el país tenía un programa para controlar la pandemia que él desmanteló durante los primeros días en el cargo. Quitó fondos al Centro de Control de Enfermedades y a otros sectores de la salud; en febrero, cuando la pandemia ya causaba estragos, vetó a científicos estadounidenses que trabajaban con colegas chinos para identificar y estudiar al patógeno.
MÉXICO ¿TRUMP O BIDEN?
Para los analistas, un triunfo de Joe Biden anunciaría la renovación de viejas alianzas y acuerdos multilaterales que Trump abandonó. Se preguntan qué país visitaría primero, y piensan en uno europeo para reparar la relación trasatlántica; pero los optimistas citan a México; confían en que el demócrata renueve lazos con su vecino y socio clave con una visión “humanaˮ de su nueva política de inmigración.
Bloomberg, la agencia especializada en finanzas, vaticinó que Biden “daría a los comerciantes internacionales una razón para mantener la estabilidad del peso mexicanoˮ. Un pronóstico semejante hizo el centro de análisis de BBVA; aunque si Donald Trump se mantiene, las tasas de interés en la segunda economía latinoamericana permanecerían elevadas, según la Wells Fargo.
El riesgo está en que Biden tiene un plan muy definido para estimular las energías limpias, que choca con la visión del mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador en torno a rescatar Petróleos Mexicanos. Hay quienes afirman que los juicios antidrogas en EE. UU. contra mexicanos, como el de Genaro García Luna, cambiarían si gana Biden, porque mantuvo muy buena relación con Felipe Calderón y su exsecretario de Seguridad.
“La Casa Blanca obstaculizó toda respuesta constructiva”, indicó Chomsky. Muchos opinan que si Trump no hubiera sido tan arrogante y hubiera atendido con seriedad la pandemia, no se habría infectado y sus preferencias electorales estarían hoy al alza.
Guerra de élites
Los dos candidatos pelean por los estados con mayor número de votos, llamados “grandes electores”. La presidencia se obtiene con 270 de los 538 votos en el Colegio electoral; hoy, seis estados son clave en esa elección: Florida (29 votos), Pensilvania (20), Carolina del Norte (15), Arizona (11), Michigan (10) y Wisconsin (10).
Hay estados “rojos” dominados por los republicanos (Idaho, Alaska y algunos del sur). Otros son estados “azules” o demócratas (California, Illinois, Nueva Inglaterra o de la costa noroeste); también existen los estados “péndulo” que pueden cambiar de signo.
Trump hizo fuerte campaña entre la población de origen cubano y jubilados de Florida, que son muy conservadores; pero los demócratas denuncian que a los afroamericanos se les suprimió el acceso al voto. Biden ofrece reactivar la industria en Pensilvania, su estado natal y Trump confía en el apoyo de la clase rural blanca.
Michigan era demócrata, pero votó por Trump porque les ofreció el regreso a su auge industrial. Biden confía en el voto de afroamericanos y obreros. En Wisconsin, los demócratas enmendaron su error e hicieron su convención nacional pues, en 2016, Hillary no hizo campaña ahí. Además, en Kenosha estallaron las protestas antiracistas y la violencia policial.
Carolina del Norte ya inició el voto por correo. Trump cuenta con la población rural blanca, adulta mayor y los evangélicos. Biden espera apoyo de negros jóvenes urbanos. Arizona es bastión republicano, pero su electorado cambia por su mayoría latina; los californianos son liberales. Los conservadores apoyan las medidas antiinmigrantes de Trump.
El exvicepresidente Joe Biden prometió atención médica y lucha integral contra la pandemia, combate a la desigualdad racial, al crimen y un plan de seguridad pública que ha ganado apoyo. Tal como hizo Barack Obama, Biden declaró en Florida: “necesitamos una nueva política hacia Cuba, pues la línea dura de Trump es un enfoque que no funciona y daña a las familias de La Isla”.
EE. UU. necesita reactivar su economía y, por ello, el diario británico The Economist consideró que Biden debe ser “audaz, más decisivo y ambicioso” si desea reimpulsar la economía y asegurar el liderazgo mundial de su país.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.