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El individualismo superfluo
Los habitantes de nuestra época tienen una obsesión por consumir y por la apariencia. ¿Qué consecuencias puede traer a la salud mental de la población esta obsesión por consumir y aparentar? Veamos.
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Para la burguesía, la clase de los multimillonarios, la apariencia lo es todo. Primero, porque la mayoría de los elementos que se consideran para tener una buena apariencia se consigue consumiendo (acto redituable para sus negocios): mucha y buena ropa y calzado, accesorios, majestuosas propiedades y casas, cosméticos y tratamientos, aparatos electrónicos de entretenimiento, automóviles, turismos exclusivos, en fin, millones de mercancías y servicios. Y es que a través de un aparato gigantesco de propaganda se inculca la idea de que no se trata, en sí, de cubrir una necesidad, sino de exagerar el modo en cómo se satisface; es decir, es más importante el “cómo” se satisface una necesidad (por ejemplo, calzar) que el “con qué”. Esto ocasiona que los habitantes de nuestra época tengan una obsesión por consumir y por la apariencia. ¿Qué consecuencias puede traer a la salud mental de la población esta obsesión por consumir y aparentar?

En un artículo de 2021 en The New York Times, los psicólogos sociales Jonathan Haidt y Jean M. Twenge publicaron datos espeluznantes. “Las crecientes tasas de ansiedad, depresión y sentimiento subjetivo de soledad en las generaciones más jóvenes no se deben exclusivamente al impacto de la pandemia: los casos proceden desde 2012; estos investigadores detectaron que los índices de ideación suicida y los intentos de suicidio, así como los suicidios efectivos, aumentaron drásticamente, sobre todo en niñas preadolescentes, con un incremento del 50% desde el mencionado año”. En general, en el periodo que va de 2012 a 2019, las tasas de depresión entre adolescentes casi se habían duplicado. Luego la BBC: “Las chicas adolescentes en Estados Unidos experimentan niveles nunca vistos de tristeza y ansiedad. Un estudio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), con datos de 2021, indica que casi tres de cada cinco chicas adolescentes reportaron sentirse tristes o desesperanzadas de forma constante, lo que representa un incremento de casi 60% en comparación con 2011, cuando un 36% de las jóvenes dijo sentirse de esa manera. Otro indicador preocupante del estudio es el aumento en el número de chicas adolescentes que han considerado seriamente suicidarse: una de cada tres”.

¿Es posible concluir que estos desequilibrios en la salud mental de la juventud tienen una relación con el fomento vomitivo de la burguesía por aspirar a despilfarrar a ultranza y tener una fijación enfermiza por la apariencia? Todo parece indicar que sí: el sentimiento constante de insatisfacción genera repulsión del individuo contra la sociedad que reproduce el ideario burgués: el egoísmo como camino para ser exitoso y la idea falaz de creer que vales por lo que tienes y por lo que aparentas. La consecuencia: la sensación de aislamiento e insatisfacción y, por consiguiente, el acendrado individualismo. El cineasta Ruben Östlund dice a propósito de su último film El triángulo de la tristeza: “primero tengo que aclarar que los ricos sí son solidarios: lo son con los otros ricos (dice irónicamente) (...); no estamos haciendo lo suficiente contra el calentamiento global, y eso nos hace insolidarios con las próximas generaciones. Pero creo que seguimos tratando este problema en un plano demasiado individual –yo consumo menos energía o energía verde, yo reciclo– pero nos falta organizarnos de verdad en un plano superior; nos falta organizarnos como sociedad. Es algo que no estamos haciendo porque vivimos un tiempo extremadamente individualista, lo que nos lastra a la hora de afrontar problemas juntos”.

Estas concepciones, por cierto, las plasma socarronamente en sus films, especialmente en su última obra: el egoísmo procede de superficialidades. Exacto: lo que está en la superficie, lo que no debería ser parte central de nuestras preocupaciones se convierte en el eje de nuestra existencia: tener lo prescindible y tenerlo en exceso. En pocas palabras, actuamos bajo los ideales de los más ricos, sin que seamos ricos. Somos egoístas y adoramos el lujo, sin que podamos llegar a gozarlo plenamente. Y el resultado es que este egoísmo nos impide afrontar colectivamente los problemas que nos oprimen a todos.

Este amor por lo superfluo odia la reflexión que es, por definición, pensar el mundo más allá de lo aparente; por eso una alternativa a este precipicio podría ser el fomento masivo del pensamiento entrenado con las artes y la literatura, pues las personas con esta cualidad tienen mayores condiciones para emanciparse de la obsesión consumista. De ahí que toda revolución que intente superar la decadencia de la sociedad capitalista debe apoyarse ineludiblemente en la práctica y divulgación de las bellas artes y de las humanidades, destacadamente, de la filosofía. No hay más.


Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl

Columnista


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