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El imperialismo mediático secuestra la verdad
Para el capitalismo corporativo, la noticia debe elaborarse y difundirse con base en una perspectiva geopolítica.
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El imperialismo de Occidente utiliza los medios de prensa y las plataformas digitales para manipular la información destinada a las audiencias, hacer negocios e impedir que éstas piensen y decidan en libertad.

Una muestra de este modus operandi es la reseña de cómo en un país industrializado un “lobo solitario”, un grupo armado o un suicida lanza una bomba o embiste un automóvil contra una multitud y cómo de inmediato las redes sociales y la prensa divulgan las reacciones de simpatía y solidaridad hacia las víctimas, así como sus identidades e historias.

Pero cuando un atentado se da en Bagdad, Bamako o Timbuctú y deja un número igual de víctimas, ya sea en un mercado, una escuela o un hotel, la prensa occidental asume una actitud discriminatoria hacia éstas y no reproduce sus nombres, sus historias personales y las reacciones de rechazo o denuncia contra el atentado criminal.

En contraste con esta actitud, en julio de 2011 la “gran prensa” de Occidente publicó en sus portadas unas palabras de la entonces Secretaria de Estado de Estados Unidos (EE. UU.), Hillary Rodham Clinton, con las que denunció sin ofrecer ninguna prueba “ataques generalizados sobre la población” de una zona rebelde de Libia ordenados por Muammar al-Khadafi.

Esa versión, de la que Diana Eltawahy demostró la falsedad, dio la vuelta al mundo y, en cuestión de horas, tropas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) invadieron Libia y asesinaron a Khadafi. A 14 años de ese suceso, la misma “gran prensa” no ha desmentido a Hillary Rodham, ni la ha denunciado como responsable de la ingobernabilidad en la que hoy vive Libia.

En un debate que sostuvo en septiembre de 2024, cuando era candidato a la vicepresidencia de EE. UU. JD Vance afirmó que en su país había “entre 20 y 25 millones” de migrantes indocumentados, cifra muy dispar con la oficial, que los estimaba entre 11 y 16 millones pero que la prensa no desmintió y con ello legitimó la actual política xenófoba de Donald Trump. 

Afín a su estilo, la agencia Associated Press (AP) incumplió el decreto de Trump que ordena llamar Golfo de América al Golfo de México, por lo que el magnate vetó el acceso de sus reporteros a la Casa Blanca. En respuesta, la AP replicó: “La prensa y todos en EE. UU. tienen derecho a elegir sus palabras sin temer represalias”. Ningún “gran medio” gringo protestó contra el abuso de poder de Trump.

El informe Riesgos Globales, del Foro Económico Mundial (FEM) 2024, alertó sobre el permanente conflicto que hay entre los centros de poder, la prensa y la necesidad de información de los ciudadanos, así como del grave riesgo que la desinformación deliberada representa para la seguridad de éstos.

Geopolítica y saturación

La batalla entre la necesidad ciudadana por enterarse de lo que ocurre en su entorno y el interés de los centros de poder político se da precisamente en los mensajes, cuyo contenido no excluye mentiras ni difamaciones, sea para cohesionar al propio bando o para debilitar al contrario.

Por ello, la amplia cobertura de las grandes corporaciones mediáticas, obedientes a su etnocentrismo y conscientes de la desigualdad de sus audiencias, construyen narrativas racistas y excluyentes para fomentar el poder hegemónico.

Para el capitalismo corporativo, la noticia debe elaborarse y difundirse con base en una perspectiva geopolítica; es decir, considerando el interés económico y político de la región geográfica donde nace y, asimismo, el área que será su blanco.

Por ello, para la “gran prensa” de Occidente hay Estados y gobiernos a los que considera actores non gratos contra los que hay que activar estrategias de “guerra mediática” a través el uso de mentiras y calificativos a fin de desprestigiarlos y desestabilizarlos.

En Sudán del Sur, por ejemplo, The New York Times y Fox Newsel primero anti-Trump y el segundo fanático suyo– intercambian denuestos, pero su cobertura invisibiliza los hechos de ese país y atribuye la guerra a una causa étnica, porque la línea de ambos es imperialista.

Además, el capitalismo corporativo mediático, de clara vocación neofascista, recurre al uso de los algoritmos y metadatos en las plataformas de Internet para reconfigurar el ecosistema mediático e imponer lo que Joseph Nye llamó: “poder suave” (soft power), es decir, el que se usa a través del periodismo y la propaganda.

La OTAN combina esta guerra “irregular” con la “regular”, es decir, la armada. Ese periodismo fue un arma tan importante como la militar en las invasiones de Occidente en Afganistán, Irak, Libia, Siria y Yemen, ya que usó las pugnas entre sunitas y chiitas para aplicar la figura de “terrorista” a todo grupo rebelde o confrontación. 

Mediante la difusión de mensajes elaborados con recursos de manejo psicológico estos medios controlan las emociones y necesidades de millones de personas a fin de convencerlos de lo opuesto a la realidad.

Estas tácticas de manipulación auspician la incertidumbre y confusión con el propósito de desestabilizar a los habitantes de otros países en beneficio de los intereses políticos y económicos de los halcones de Washington, explican Pol Bargués y Moussa Bourekba.

El imparable perfeccionamiento de la tecnología de la comunicación hace cada vez más poderosas a las corporaciones y plataformas mediáticas, cuyos actores deciden qué es noticia y la transmiten a millones de personas en el mundo.

Crean héroes, temores, enemigos; inducen al odio, al amor o rechazo a lo político; explotan las vulnerabilidades de un país; se inmiscuyen en la política de Estados y gobiernos, erosionan consensos y deslegitiman instituciones para que cambien su agenda.

Esta cibernética de guerra imperial allana territorios enteros del sistema-mundo, especialmente los de la región sur global, cuyas audiencias son incapaces de verificar la verdad y complejidad de las noticias, por lo que consumen falsificaciones, alerta Illya U. Topper.

También manipula el intensivo flujo informativo impreso y electrónico. Millones de noticias, reportajes, entrevistas, documentales y análisis fluyen a tal velocidad que las audiencias carecen de capacidad para discernir la calidad y veracidad de su contenido informativo y analítico.

Esta estrategia de desinformación erosiona la democracia y fractura a las sociedades. Si el poderoso dispersa en la red millones de mensajes para contener a sus rivales, ¿quién es capaz de cuestionar su veracidad?, pues antes se les convenció que “creer” e “imaginar” es igual que conocer.

El estudio Una medida que no llega a la guerra, de Jill Kastner y William Wohlforth evidencia que para alcanzar el nivel más alto del poder, el desinformador tiene como mejor arma el big data, es decir, la información que se interpreta a sí misma y se adelanta a la del usuario.

Mentira y guerra

El imperialismo tecnológico (big tech) influye en la información que se provee a la mayoría de los Estados del Sur global. Esta dependencia es casi total en el ámbito digital y la Inteligencia Artificial (IA)

Las plataformas fueron concebidas como negocio y usurpan los bienes comunes de la digitalización y minería de datos. Además, operan nuevas formas de violencia digital para favorecer a los grupos de poder y es claro que no defienden la libertad de expresión, apunta Iago Moreno.

Plataformas, redes de cuentas automatizadas y milicias digitales son clave para el imperialismo occidental y sus operaciones subversivas. Por ello incumplen sus códigos de ética y se permiten esfumar de la red parte de la historia cotidiana. Es la entropía digital, el desorden de un sistema, denuncia el periodista Chris Stokel. 

Hace 10 años, estos conglomerados se identificaban con la sigla AGAFAM (Alphabet, Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) y prometían un mundo informático libre. Hoy se han sumado X, WhatsApp, Telegram, las chinas TikTok y DeepSeek, que articulan la política y la economía de la industria.

En junio de 2024 declararon ingresos colosales: Alphabet, 284 mil millones de dólares (mdd); Meta Plattforms, 124 mil 76 mdd; Comcast, 112 mil 400 mdd; The Walt Disney Co., 82 mil 200 mdd; Amazon, 80 mil 500 mdd; y Apple Inc, 78 mil 700 millones de euros. Y compiten entre sí: Microsoft acusó a Google–Alphabet de operar una campaña de desprestigio en su contra; además riñen por el control de la nube y centros de datos.

 

 

¿En qué guerra las víctimas financian a sus victimarios? “No es conspiranoia –subraya el director del Centro Sean MacBride, Fernando Buen Abad– Estamos en el epicentro de una guerra mediática híbrida con armas ideológicas donde el capitalismo y sus élites despliegan acosos mediáticos (fake news) contra la clase trabajadora que compra sus tecnologías.

“Servicios de inteligencia y espionaje infestan mesas de redacción y direcciones editoriales; infiltran la anti-política y reclutan a jóvenes para infundir mensajes supremacistas. Se trata de borrar la historia o reescribirla y, desde la banalidad e ignorancia, sembrar odio de clase o inyectar miedo contra todo intento de modificar el statu quo”.

La guerra en Ucrania es el ejemplo perfecto. Desde 2014, los medios actuaron como generales, estrategas en la imperial guerra proxy contra Rusia. Sin ser el primer conflicto bélico tratado en redes, fue el más viral, reconoció The Economist el dos de abril de 2022.

La contienda conjugó variables políticas, históricas, étnicas, militares, económicas e informativas. El gobierno de Joseph Biden estableció la agenda mediática: posicionó a EE. UU como “líder del mundo libre” y a Rusia y su Operación Especial Militar (OME) como un “invasor”, recuerda Hilden Van den Buick.

Los diarios ABC, CBS, NBC, Le Fígaro, BBC, The Economist, El País, The New York Times, The Wall Street Journal, Newsweek, Times, The Atlantic y cientos de otros “grandes medios” y agencias noticiosas siguieron ese guion y silenciaron los ataques neofascistas a civiles del régimen de Kiev.

Además, los think tanks gringos proyectaron a “expertos” como Konstantin Sonin, del Instituto Becker Friedman, quien infundadamente atribuyó el conflicto a la “tradición imperial” rusa y a su “corrupto, desinstitucionalizado y personalista” régimen.

Esta construcción falaz no concedió derecho a réplica y proscribió tanto a medios rusos y alternativos del mundo. Es así como Ucrania es el país más conectado, pero del que menos emana la verdad, pues la propaganda engañó a millones de personas.

Medios de EE. UU., europeos, asiáticos y hasta latinoamericanos “blanquearon” la limpieza étnica que Israel ejecuta contra los palestinos. Los prosionistas dueños de esos emporios tendieron un manto ideológico-conceptual sobre la operación de Hamás.

Ocultaron protestas contra Benjamín Netanyahu, el bombardeo sobre Al Jazeera, la violencia de los ortodoxos en Cisjordania y la situación de miles de los secuestrados palestinos. En cambio, la propaganda prosionista dramatizó el caso de rehenes israelíes con masivas entrevistas a familiares, que acosaban a los medios para difundirlas.

Es lo que Noam Chomsky llamó la fórmula: “problema-situación” en su libro Armas silenciosas para guerras tranquilas.

El plan se extendió a los israelíes de EE. UU. y Europa que, ante cámaras y micrófonos, decían cómo perdieron “su tranquilidad” después de la acción de Hamás. La especialista Halima Ahmed lamentó: “Es terrible que alguien sea tan vil con la agonía de otros y se crea superior moralmente a los palestinos”.

La incitación llegó de Ynet (diario, en hebreo) hasta Newsweek, CNN, Time, CBS, The Atlantic, The Independent, The Economist, The Washington Post, Der Spiegel, El Clarín y El País. “Incurren en una forma de incitación al genocidio, pues los estadounidenses no necesitan ir a Palestina y matar a la gente, sólo aceptar la participación de su gobierno”, puntualiza Greg Shupak.

The New York Times refutó, en octubre de 2023, las críticas a Israel por cercar a Gaza; en su editorial, The Wall Street Journal, publicó que Israel debe defenderse porque vive en “un vecindario peligroso”. Discursos de odio que incitan a la violencia, alerta el jurista Gregory S. Gordon.

Esa escalada mediática se extendió a gobiernos anti-hegemónicos y le aplicó el vocablo “terrorista” a Irán, hutíes, yemeníes, la organización libanesa Hezbolá y la Siria de Bashar al-Assad. Todos fueron bombardeados por el sionismo israelí con la ayuda logística de EE. UU.

¡Engañados!

Resulta paradójico que en la era de la posverdad en la superpotencia bélica se complique el conocimiento de la verdad. Ahí, el mercantilizado periodismo corporativo se prestó para suprimir toda resistencia al neofascismo y al abuso de las élites, operando como un instrumento de engaño político de los estadounidenses, el pueblo más desinformado del planeta. 

Escándalos como el de 1967 en The New Yorker, el del Watergate y el de las armas de destrucción masiva en Irak, exhibieron el sistemático engaño en el que incurrieron el Estado y los medios de prensa contra los ciudadanos. Por ello, en octubre de 2024 la confianza en los medios llegó al mínimo histórico, según el sondeo que Gallup realizó entre seis mil adultos; el 36 por ciento dijo desconfiar totalmente y el 33 por ciento admitió que no confiaba mucho.

Al respecto, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China emitió su opinión el 14 de marzo de ese año: “Todos transmiten contenidos que desprestigian a otros y glorifican la visión occidental ante la comunidad internacional con información que destruye el clima de opinión pública internacional”.

Subvertir el objetivo

Las malas prácticas de los medios convencionales y digitales enfilaron contra los gobiernos progresistas o antihegemónicos de América Latina. Del Chile de Salvador Allende (1973), a la intentona de golpe de Estado en Venezuela (2002), noticieros y programas televisivos, radios, prensa impresa y electrónica, instigaron asonadas, huelgas, guarimbas, paros, protestas y cacerolazos.

Durante más de 64 años, el gobierno de EE. UU. ha estructurado y financiado una campaña de propaganda terrorista contra Cuba. Además de engañar a los estadounidenses sobre la naturaleza de la Revolución Cubana, sus medios emiten falacias para socavar la confianza de los cubanos e inducirlos a la rebelión contra el gobierno.

Junto con el bloqueo, EE. UU. atizó campañas de manipulación a favor de mercenarios. En 1961, Radio Swan instruyó a sus esbirros para que invadieran Playa Girón y por décadas TV Martí distorsionó lo que ocurría en La Isla. Por ello, en 1965 Cuba lanzó la Operación Verdad.

En abril de 1990, después de interferir esa emisora, Fidel Castro advirtió a 246 periodistas de todo el mundo (22 de EE. UU.): “Deben asumir su responsabilidad. Esa aventura no nos intimida”, recuerda Omar Pérez Salomón.

Sin embargo, Washington no cejó en su empeño, activando la red digital Zunzuneo, para subvertir a las disidencias. Una vez más, Cuba contrarrestó esas mentiras. “Eso confirma que hemos hecho bien las cosas”, declaró Johana Tablada, directora de la cancillería cubana en EE. UU.

Aunque hoy siete millones de cubanos acceden a Internet, en las plataformas abundan contenidos que contravienen las demandas legítimas de los cubanos. “Las amplifican para cuestionarlas de forma histriónica”, denuncia la analista Lillitse Hernández.

Pese a esa acometida, el presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel, se ha solidarizarizado con otros estados de orientación popular que se hallan bajo acoso mediático imperial y denunció la arremetida mediática de las oligarquías para desestabilizar al gobierno bolivariano de Venezuela.

Ante el gobierno nacionalista de Hugo Chávez Frías, los dueños de Radio Caracas Televisión, Globvisión, Venevisión, Televen y CMT, conjurados con 10 medios impresos (entre ellos: Universal, El Nacional, Tal Cual, el Impulso, El Nuevo País y El Mundo) alentaron entre sus audiencias el golpe del 11 de abril de 2002.

Dicha acometida no ha cesado, como ocurrió en la elección del 28 de julio de 2024, cuando la violenta oposición desconoció la victoria al presidente Nicolás Maduro con el apoyo de los medios prohegemónicos.

La desinformación es cotidiana, revela el estudio Fake News. Desinformación en Chile y América Latina, de la Red Mundial de Investigación de Mercado. El 73 porciento de los seis mil 49 entrevistados cree que la manipulación es un problema en su país y que casi todos los días ven noticias engañosas o falsas. El 60 por ciento piensa igual en Brasil, 58 por ciento en Ecuador, 51 por ciento en Argentina y 43 por ciento en México.

Ello evidencia el impacto de la desinformación en la toma de decisiones en esos países, afirma Florencia Melo.

Ejemplo del poder de las plataformas es el agrio choque entre el Supremo Tribunal Federal de Brasil (STF) y Elon Musk, después de la intentona golpista del ocho de enero de 2023 por partidarios de Jair Bolsonaro en rechazo al triunfo electoral de Luiz Inácio Lula da Silva. 

El juez del caso, Alexandre de Moraes, ofreció castigar a los sublevados, a quienes los financiaron y alentaron. Y en junio de 2024 consideró que las redes sociales fueron “tierra sin ley” al difundir noticias falsas de la elección y llamar a la intentona de golpe.

X difundió videos del Carnaval en Salvador de Bahía y la fiesta de San Fermín en España y Venezuela como falsos apoyos a Bolsonaro. Esa desinformación le permitió mentir y manipular a la red de Elon Musk.

Para determinar si hubo delito, Moraes ordenó a X bloquear siete perfiles de acusados por esa intentona (como el senador Marcos do Val). X incumplió y Moraes ordenó a Musk designar a un representante para explicar sus actos.

El magnate desacató la orden y el juez le impuso una multa de tres mil 560 dólares diarios. El propio Lula dijo sobre el multimillonario: “¿Quién se cree que es para incumplir la ley?”.

Musk acusó de censura al juez, quien aumentó la multa el 15 de agosto. Dos días después, X cerró su oficina en Brasil (su sexto mayor mercado con 21.5 millones de usuarios). Tal arrogancia recuerda el uso que hacen de X los oligarcas venezolanos que acusaron de fraude la elección del presidente Maduro. 

 

 

Toparquía o engaño 

En 1847, al reflexionar sobre el poder y la periferia, Simón Narciso Rodríguez, maestro del Libertador de América, Simón Bolívar, acuñó el vocablo Toparquía para aludir a una organización social, político-cultural y civilizatoria basada en la soberanía.

Era una alternativa al eurocentrismo de su época, que impedía la transformación de la América independiente, recuerda la Universidad de la Comunicación bolivariana.

Esta idea de soberanía cultural y de comunicación resistió la embestida cuando, en 1898, EE. UU. se convirtió en el único país cuyos políticos y medios incitaron a una “guerra hispanoamericana”. El jefe redactor del New York World, Joseph Pulitzer, y su colega de The San Francisco Examiner, William Randolph Hearst, incitaron ese conflicto con sensacionalismo editorial.

En los años 90, después de la Guerra del Golfo, el Departamento de Seguridad y Defensa de EE. UU. concibió el concepto de “guerra mediática” al replantearse el papel de los medios en las confrontaciones militares de su país.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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