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“El libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento;
antorcha del pensamiento, y manantial del amor”.
(Rubén Darío).
Los mexicanos leen cada vez menos; a su empobrecimiento material se agrega el cultural, como pesada losa que oprime y frena el progreso del país y el bienestar social. Según el Módulo Sobre Lectura, Inegi, transcurrida la última década, el año pasado “69.6% de la población alfabeta de 18 años y más declaró haber leído libros, revistas, periódicos, historietas o páginas de Internet. Este dato es 14.6 puntos porcentuales menor, con relación a la cifra del primer levantamiento del MOLEC en 2015 (84.2%)” (Inegi, 23 de abril de 2024). De acuerdo con estos datos, 30 por ciento de quienes saben leer declararon no hacerlo: un alarmante nivel de analfabetismo funcional.
Asociado con esto, según el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC), reconocido por la UNESCO, en cantidad de libros leídos por persona al año, también estamos mal: España, 10.3; Chile, 5.4; Argentina, 4.5; Brasil, 4.0; Perú, 3.0; México, 2.9. Y adviértase que éstos son promedios, frecuentemente engañosos, pues los sectores de mayores ingresos seguramente leen más. Y en las escuelas mismas la situación es grave. “… los niños de sexto de primaria y secundaria están teniendo un nivel de segundo grado” (La Silla Rota, 25 de febrero, datos del Centro Kumon). Todo esto va asociado con un bárbaro desconocimiento del idioma español básico y, por ende, con una pobre comprensión de la lectura.
Respecto a las causas, en lo económico, la mayoría de la población, los trabajadores, labora jornadas extenuantes que no dejan mucho tiempo y ánimo para dedicarse a leer; los libros son caros y el magro salario no permite adquirirlos. Recuérdese que, entre los países de la OCDE, los mexicanos laboran las jornadas más prolongadas y perciben los salarios más bajos. Así, la realidad material conspira contra la lectura.
En lo político e ideológico, el abandono está correlacionado con la predominancia avasalladora de los teléfonos “inteligentes” (particularmente entre niños y jóvenes), mecanismo de enajenación masiva y fuente de fabulosas ganancias empresariales, calculadamente inducido por los corporativos trasnacionales, en lugar de la lectura, que cae en desuso, remplazada por imágenes o fotografías como medio de comunicación supersimplificado, desplazando al texto y al esfuerzo que conlleva su lectura y el de imaginación al que contribuye. “México es uno de los países que pasa más tiempo frente a la pantalla del celular. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el país ocupa el tercer lugar a nivel mundial en uso de dispositivos móviles, con un promedio de ocho horas diarias” (Xataca, cinco de noviembre de 2024, OCDE, Digital Economic Outlook).
Muchos se engañan a sí mismos creyendo que saben y pretenden simular que saben, cuando simplemente están “consultando” su teléfono para averiguar de momento lo que ignoran y salir del paso, pero no se aplican a estudiar concienzudamente y a superarse. Sólo remiendan su desconocimiento y caen en la simulación de un saber que no poseen.
Pero el problema de la lectura es más grave, pues aquí nos referimos sólo al aspecto cuantitativo, cuánto se lee, no así a lo cualitativo, qué se lee, qué tan edificante es la lectura; si es que acaso motiva el pensamiento crítico y aguza la razón; si lo leído pertenece a lo dicho por Neruda: “Los libros que te ayudan más son los que te hacen pensar más”. ¿Y pensar para qué? Para hacer del conocimiento herramienta de transformación de la realidad, pues no se puede transformar lo que se desconoce. El conocimiento es poder; los antiguos griegos lo simbolizaban en el mito de Prometeo, el titán amigo de la humanidad, que robó el fuego a los dioses para darlo a los hombres; el fuego simboliza conocimiento y arma de lucha.
Las consecuencias del abandono a la lectura son graves. Económicamente, al caer el nivel educativo de la fuerza laboral, cae también su capacidad productiva y la competitividad económica. Esto nos recuerda que México no compite con sus progresos tecnológicos, sino con su mano de obra barata, ocupada en actividades simples, muy mecánicas, no de creación sino de maquila, que demandan poca preparación. La economía misma en muchos sectores no exige una fuerza laboral altamente calificada. Así lo dicta el modelo neoliberal.
Ideológica y políticamente, la enajenación se ahonda. Sin leer, el pueblo carece de criterios para discernir sobre las falsedades que los medios (y los políticos tramposos) le dicen. La lectura permite formar un filtro para seleccionar la información verídica y separarla de la maliciosa y manipuladora. No leer deja al hombre vulnerable (como si no tuviera vacunas) a las infecciones ideológicas, propenso al fanatismo, el misticismo y el irracionalismo en boga.
No leer y no informarse condena al pueblo a la apatía y a la despolitización, esto es, a la incapacidad de ver más allá de sus necesidades y problemas inmediatos y domésticos. Quedan así rehenes de su inmediatismo, sin perspectivas más amplias, nacionales y mundiales, y sin perspectiva de largo plazo en el tiempo, sin visión histórica. Son presa fácil de engaños, espejismos políticos, como la llamada “Cuarta Transformación” y su promesa mesiánica de que por obra y gracia de Andrés Manuel López Obrador la suerte de los pobres mejoraría. El resultado… un auténtico desastre.
Por lo dicho, no es descabellado concluir que el abandono de la lectura por un alto porcentaje de mexicanos no es casual; y no es que seamos ajenos a la cultura o, mucho menos, enemigos suyos. Se trata de una política calculada para alejar a las grandes masas trabajadoras del conocimiento, obnubilar su mente e impedirles ver el camino de su verdadera liberación, más allá de la libertad ficticia que les ofrecen. Al no promover la lectura se enjaula su pensamiento y se aprisiona a los trabajadores en su triste realidad de miseria.
Como conclusión, para liberar política y económicamente a México y a las clases trabajadoras es menester demoler el modelo neoliberal, raíz económica subyacente; asimismo, limpiar la conciencia social de toda la basura que le han echado encima. Para ello debe fomentarse masivamente la lectura, construir y dotar de bibliotecas a cada pueblo, colonia popular o sindicato y promover una política editorial de Estado con publicaciones de buena calidad a precios asequibles; esto, combinado con una elevación real del ingreso y una reducción en las extenuantes jornadas laborales. Los libros deberían ser parte de la canasta básica. Haciendo así, incluso los niveles de delincuencia, pandillerismo y criminalidad bajarían.
Finalmente, y hablando de lectura, este año la revista buzos celebra su 25 aniversario. Aprovecho para felicitar a sus directivos por el ingente esfuerzo realizado durante ya un cuarto de siglo en pro de la conciencia de las clases trabajadoras. Y agradezco sinceramente su generosidad al haberme permitido desde los inicios expresar mis ideas en este digno y respetable espacio periodístico. Sin subvenciones oficiales, buzos se ha sostenido gracias a la preferencia de sus suscriptores, lograda por la alta calidad periodística de la revista, por su admirable calidad material, la claridad que transmite y su valentía periodística. Ha sabido navegar contracorriente, sin traicionar la verdad, cumpliendo dignamente con su tarea de informar y analizar el acontecer nacional y mundial. Felicidades a quienes con su esfuerzo hacen posible la existencia de este excelente medio de comunicación.
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Escrito por Abel Pérez Zamorano
Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.