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Hoy, cuando los funcionarios de los tres niveles de gobierno se desgarran las vestiduras para saber con certeza qué pasó en Teuchitlán, Salvador Díaz Mirón no pudo haberlo escrito mejor: “¡Sobre los fangos y los abrojos en que revuelca su desnudez, cría querubes para el presidio y serafines para el burdel!”. Sí, en estos sencillos versos, el gran poeta veracruzano describió, a más de un siglo de distancia, tanto a los pobres que son víctimas de la explotación laboral como a los que son carne de cañón de los grupos del crimen organizado.
La narco-cultura mexicana, fomentada por los medios de comunicación masiva –televisión, radio, cine, series y canciones– ha logrado que los líderes de las bandas delincuenciales sean considerados héroes populares gracias a su sagacidad y valentía para comprar o burlar gobiernos municipales, estatales y federales; y hacer dinero a manos llenas fácil y rápidamente.
Millones de jóvenes de los estratos más bajos de México entonan canciones del momento en las que se plantean amores fáciles, drogas y sexo desenfrenado. Millones desean un arma y una oportunidad para servir al crimen organizado, para probar su valentía y hacerse ricos; y precisamente del panorama de pobreza y abandono que prevalece en el país es del que los maleantes se valen para engancharlos.
Es por ello que el lema principal de los gobiernos morenistas “primero los pobres” luce solamente como un cuento para párvulos de primaria. El programa asistencialista Jóvenes Construyendo el Futuro representa “una tomada de pelo” que no resuelve la imperante necesidad de éstos de contar con un empleo decoroso y ser contratado, ya que la mayoría de los becarios van por el dinero, al igual que los dichosos empresarios.
Además, el crimen organizado “paga mejor” y cuenta con toda la ineptitud de los gobiernos para reclutar a los jóvenes más vulnerables por las buenas o las malas. Se sabe que, en Jalisco, así como en otras entidades del país, algunos jóvenes son enganchados con el engaño de que tendrán altos salarios como guardias de seguridad, en call center u otras áreas; y cuando estas ofertas no funcionan, los recluta de manera forzada.
Las fotografías de los 200 pares de zapatos hallados en Teuchitlán son sólo una parte de los horribles testimonios de la tragedia ocurrida en ese centro de concentración, entrenamiento criminal y exterminio. Éste es el destino de muchos jóvenes mexicanos que tienen la desdicha de pertenecer a los estratos socioeconómicos más bajos y carentes de oportunidades laborales.
Para estos jóvenes, la vida en México es un infierno y “no tienen para dónde hacerse”. El país está literalmente en llamas. Quién los protege, si el Estado mismo permite y fomenta el uso de la mano de obra barata en actividades licitas e ilícitas. Es una vida muy similar a la de los miembros de las guerrillas de El Salvador, cuyos jóvenes se hallan entre dos fuegos:
El provocado por las grandes corporaciones trasnacionales o el generado por los grandes capos del narcotráfico que, para colmo, de acuerdo con uno de los organismos de inteligencia de Estados Unidos, suelen serlos mismos. Los jóvenes que en una sociedad sana debieran estudiar la preparatoria o una carrera universitaria, desde niños trabajan en campos de cultivo como sicarios o narcomenudistas.
Para muchos padres, aunque la decisión sea dolorosa, prefieren que sus hijos se vayan de migrantes y se expongan a la política represora y proteccionista de Donald Trump, porque así se libran de la violencia local y no terminarán en las escuelitas del narcotráfico donde se aprende a halconear, a cuidar campos de marihuana, matar, descuartizar y desaparecer cuerpos como ocurría en Teuchitlán.
Lo ocurrido en Jalisco lleva a concluir que los grupos de poder ocultan más de lo que difunden, ya que el escándalo fue suscitado por las madres buscadoras y los colectivos de la sociedad civil. Su denuncia pública representa una lección para la sociedad, porque la barbarie no se detendrá por quienes la provocan, sino por quienes realmente quieren cambiar las cosas en este país.
Smith escribió el libro La riqueza de las naciones, donde afirma que la especialización del trabajo resulta determinante para aprovechar mejor los recursos disponibles, abaratar los productos y competir con mayor eficacia en el mercado.
En sus primeros días de administración, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo fue recibida con la muerte de seis migrantes a manos del Ejército en Chiapas.
En una época confusa como la actual, cuando la lucha de las mujeres se ofrece como la simple defensa de sus derechos de género, muchas de ellas han ido más allá.
Existe algo terrible que ningún gobernante puede ocultar: el deterioro económico.
Gobernar bien no es cuestión de género.
La falta de empleos y oportunidades no sólo debe interesar a los afectados, sino también a los gobernantes responsables que se ocupan en garantizar que en su población haya equidad.
En las últimas seis o siete décadas ha habido una enorme afluencia de la población rural hacia los entornos urbanos.
Los conflictos generacionales siempre han existido porque las personas reemplazadas afirman que “el pasado fue mejor”.
La narco-cultura mexicana, fomentada por los medios de comunicación masiva –televisión, radio, cine, series y canciones– ha logrado que los líderes de las bandas delincuenciales sean considerados héroes.
En fecha reciente, sobre todo cuando se celebró el Día Internacional de la Salud Mental, se presumió que próximamente se brindará este servicio a los trabajadores para que gocen de mayor bienestar.
En total hay 121 mil personas desaparecidas en el país, según los registros de la RNPDNO.
Han pasado ya 30 años del llamado “error de diciembre”, que se produjo en 1994 durante el cambio de gobierno entre Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León.
La cifra de pobres registrada en ese diagnóstico es similar o incluso mayor a la actual; por lo que el lema “primero los pobres” es solamente una de las muchas mentiras del morenismo rampante.
En la jocosidad tradicional, los mexicanos siempre terminamos estallando de risa después de imponernos con ingenio y astucia ante los extranjeros; pero lamentablemente, sólo ocurre en los chistes, no en la realidad.
“Verde, vete a casa” es la traducción al español de la frase inglesa con la que los ciudadanos de América Latina rechazaban, según una añeja versión popular, a los soldados de Estados Unidos.
Escrito por Capitán Nemo
COLUMNISTA