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Audaz contraataque de China y Rusia a presiones de EE. UU.
Rusia y China, con sus respectivos modelos de capitalismo de Estado, ofrecen al mundo un modelo alternativo de cooperación al de la supuesta democracia y libre mercado occidental.
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Estados Unidos (EE. UU.), que ha dejado de ser el hegemónico del orden unipolar occidental, detona su rivalidad estratégica contra China –emerge en la escena mundial como potencia económico-financiera y tecnológica– y Rusia, potencia energética y protagonista político-militar de Eurasia.

Así se vive la transición geopolítica del orden unipolar al orden multipolar; no obstante, esa evolución traerá tensiones comerciales, tecnológicas, energéticas, migratorias y financieras en los próximos lustros. Moscú y Pekín amplían inéditamente su asociación estratégica y emprenden los proyectos más fascinantes de la escena global.

China y Rusia construyen una nueva geometría internacional; y aunque en los últimos 75 años estas potencias han desempeñado roles en asuntos globales y han contribuido a la paz y seguridad internacional desde el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), no se habían propuesto, como ahora, seguir una estrategia que defienda sus intereses fundamentales, fortaleciendo su mutua confianza política.

Paradójicamente, es el presidente estadounidense Donald John Trump el inspirador de esa inédita alianza y su persistente política de sanciones contra ambos países. Su primer objetivo es frenar a China, que con gran visión cimenta la nueva geometría con dos megaproyectos de infraestructura: la Nueva Ruta de la Seda y la Iniciativa de la Faja. Ésta es una red de rutas estratégicas de transporte en 68 países (que acopian el 65 por ciento de la población mundial) con valor estimado de 900 mil millones de dólares (mdd).

Al magnate estadounidense inquieta el creciente poder e influencia de Rusia debido a su progresivo poderío energético. Rusia se ha reposicionado políticamente en el mundo, pues ha contenido el plan occidental para ocupar Siria e impedido el derrocamiento del presidente Nicolás Maduro de Venezuela. A la vez mantiene a Europa muy dependiente de su provisión de gas natural. Por ello Washington no escatima sanciones contra Moscú.

En su mejor momento

Rusia y China, con sus respectivos modelos de capitalismo de Estado, ofrecen al mundo un modelo alternativo de cooperación al de la supuesta democracia y libre mercado occidental. El coloso asiático y el gigante euroasiático aportan sustancial poder económico y militar al nuevo orden global. Su intercambio, por ejemplo, supera ya los 108 mil mdd.

En el Foro Económico Internacional de San Petersburgo, donde los presidentes de China, Xi Jinping, y de Rusia, Vladimir Putin, anunciaron medidas para contrarrestar la política restrictiva de EE. UU.  Al aludir su nexo bilateral Jinping expresó una frase para la historia: “Paso a paso hemos sabido llevar nuestras relaciones al más alto nivel de su historia. No hay límites para profundizarlas. Serán solo mejores y mejores”.

En esa “cumbre de cumbres” del cinco de junio, Jinping y Putin rechazaron “la dictadura política y el chantaje” en lo comercial y económico. Condenaron la aspiración de algunos países de “arrogarse el derecho a decidir los parámetros de cooperación entre otros Estados”; rechazaron “la dictadura” del dólar en el comercio y decidieron desarrollar tecnología conjunta de quinta generación (5G) que desafía el veto estadounidense.

El tándem China-Rusia sabe que EE. UU. ya no es la potencia hegemónica en la zona Asia-Pacífico. China está por rebasarlo en lo militar, financiero, comercial y tecnológico, según el Índice de Poder en Asia 2019 del Instituto Lowy de Australia, que el pasado 31 de mayo dictaminó: “En la mayoría de escenarios, a excepción de una guerra, es improbable que EE. UU. detenga el avance del diferencial de poder entre sí mismo y China”.

Para Pekín, su relación con Moscú va al alza y esa convergencia estratégica entre Putin y Xi anticipa gran potencial, describe Shannon Tiezzi en The Diplomat. La de hace una semana fue el octavo viaje (y cuarta visita de Estado) de Jinping a su vecino del norte desde que asumió la dirección china en 2013.

En San Petersburgo, el gigante tecnológico chino Huawei pactó el desarrollo de tecnología 5G con la mayor operadora rusa de redes. Así se tradujo la nueva cooperación estratégica de alcance inédito.

Diplomacia y sanciones

Podría pensarse que el bloque ruso-chino sería más atractivo para los europeos, quienes se hayan enfrascados en hostiles choques comerciales con el gobierno de Trump. Pero no es así, porque muchos hablan del “peligroso” aumento de la influencia de China y Rusia, la primera en el plano económico y la segunda en el plano militar-energético.

Naciones milenarias y líderes del Siglo XXI

RUSIA: Nación con más de mil años. Tras el colapso de la URSS en 1991 heredó su protagonismo mundial y hoy es una de las mayores economías mundiales por su producción de crudo y gas, agricultura, producción forestal, pesca y manufacturas. Es gran exportador de armas, solo rebasado por EE.UU.

Rusia ostenta el segundo lugar del Índice de Poder Global por ser el país más grande del planeta, con 17 mil 98 kilómetros cuadrados; compartir fronteras con más de una docena de países; su PIB es de 1.6 trillones de dólares e ingreso per cápita de 27 mil 893 dólares; su población es de 144 millones 495 mil personas.

CHINA: Su historia se remonta al menos a tres mil 500 años. La gobierna el Partido Comunista de China (PCCh) desde 1949. Las reformas de Deng Xiaoping en 1979 instauraron una economía basada en el mercado con visión socialista y hoy es ya la segunda economía mundial. Con Xi Jinping, el PCCh se ha propuesto llegar al desarrollo y abatir la pobreza en este quinquenio.

China ostenta el tercer lugar del Índice de Poder Global por su PIB de 12.2 trillones de dólares e ingreso per cápita de 16 mil 696 dólares; su población, de mil 386 millones 395 mil personas, que habla unas 300 lenguas, aunque el idioma oficial sea el mandarín; y su superficie de nueve millones 595 mil 960 kilómetros cuadrados.

Es cierto que ambos utilizan magistralmente su creciente poder suave (softpower), aunque analistas opuestos al multilateralismo como Michael Mandelbaum (Foreign Affairs, marzo/abril 2019) piden a Occidente (Europa y EE. UU.) una nueva “estrategia de contención”.

La excepción es Alemania, cuya canciller, Ángela Merkel, se ha aproximado “vigorosamente” a China y mantiene su buena relación con Rusia. Le preocupa que Trump cancele el Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias, firmado en 1987 entre EE. UU. y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Sin ese tratado, Europa queda expuesta al giro nacionalista de la política exterior de EE. UU.

Sabotaje profundo

Corporaciones y gobiernos neoconservadores impiden el flujo de crudo ruso a Europa. En marzo se contaminó el petróleo que el oleoducto Druzhba, de la empresa Transneft, distribuye a Hungría, Eslovaquia, Polonia, Hungría, Bielorrusia, Alemania, Letonia, Lituania, República Checa y Croacia. Bielorrusia debió retirar un millón de toneladas de ese crudo, alterado con hasta 300 partes por un millón de cloruros orgánicos y sus pérdidas que ascendieron a 100 millones de dólares.

Rusia perderá hasta mil millones de dólares, sin contar multas, por el retraso en la entrega, costos legales y tratamiento técnico al crudo afectado. 

En San Petersburgo, Putin acusó a EE. UU. de “competencia desleal bajo pretextos políticos”, por impedir que opere el gasoducto Nord Stream-2, pues pretende exportar su gas de esquisto a Europa. Con ese gasoducto Moscú podrá surtir 55 mil millones de m³ anuales; más gas de Rusia significa menor precio para el gas estadounidense. Se anticipa una nueva crisis, pues el contrato de la rusa Gazprom para que su gas pase a Europa por Ucrania vence en 2019.

Rusia provee más de un tercio del gas que consume Europa. Sus clientes, según Sputnik, son:

Finlandia             125%     Turquía 58.9

Bielorrusia          110         Dinamarca          53.1

Bulgaria               106.7     Lituania                45

Grecia   96.4       Ucrania 44.6

Moldavia             85.7        Macedonia         40          

Eslovaquia          84.1        Estonia               40

Letonia 76.5       Italia      38.3

Eslovenia            62.5        Francia 37

Alemania            61.9        Reino Unido       23.4

Polonia 64.2       Bosnia Herz        22.2

Hungría 64.1       Holanda               12.5

Rusia ha denunciado que la paulatina ampliación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a las exrepúblicas soviéticas presiona sus fronteras. Eso trae nuevas tensiones, advierte el académico del Instituto para los Estudios Alemanes Contemporáneos, Dieter Dettke.

Esto se evidenció en la reciente crisis generada por el despliegue armado de Kosovo ante Serbia, supuestamente para combatir la delincuencia. Serbia, principal aliado ruso en los Balcanes, puso en alerta a sus fuerzas de seguridad. Para el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, la OTAN y la Unión Europea (UE) están detrás del empeoramiento de las relaciones entre Belgrado y Pristina.

Ante la estrategia hostil de Washington, el Kremlin avanza en el territorio Asia-Pacífico. Su hábil diplomacia está por dejar a EE. UU.  sin Japón, su principal aliado regional. Moscú y Tokio se han comprometido a resolver, definitivamente, el litigio por las islas Kuriles, que mantienen tras la Segunda Guerra Mundial. Para Japón, cuatro de las islas Kuriles forman parte de su territorio norte y para Rusia el archipiélago es de su dominio integral desde la época del zarismo.

Hasta ahora, ambos plantean desarrollar actividades económicas conjuntas en esa zona (pesca, turismo, sanidad y medio ambiente), así como expedir visas para exresidentes nipones. El progreso se verá en la reunión entre el presidente ruso Vladimir Putin y el primer ministro japonés Shinzo Abe, en la cumbre del G-20 de Osaka.

Para Washington, la presencia rusa en Siria es “temeraria e inaceptable”, declaró el Departamento de Estado tras el apoyo de Moscú al ejército sirio contra los radicales. Por ello, 400 de los 545 legisladores de la Cámara de Representantes escribieron a Donald Trump para que EE. UU. siga involucrado en ese conflicto con base en su “preocupación” por el extremismo en ese país.

En San Petersburgo, Xi Jinping y Vladimir Putin reiteraron su llamado al diálogo inclusivo en Venezuela. Ambos tienen grandes intereses económicos en ese país y el Kremlin se ha ofrecido como mediador en la crisis interna. En esa ocasión, los mandatarios desafiaron también la alianza EE. UU.–Israel, al “apoyar la creación de un Estado palestino independiente, viable y soberano”, delimitado por las fronteras que había en 1957 y con capital en Jerusalén Este”.

 Irán es otro gran diferendo entre la visión multipolar de Rusia y China con la unipolaridad de EE. UU. Teherán ha pedido a Moscú y Pekín tomar medidas concretas que contrarresten las sanciones estadounidenses, toda vez que fueron signatarios del acuerdo nuclear de 2015.

Sin embargo, Trump rechaza la diplomacia y amplía sus sanciones. Al acusar a Rusia de violar las leyes de no proliferación de armas de destrucción masiva en Irán, el 21 de mayo, vetó a la fábrica de maquinaria Avangard, a la Oficina de Diseño de Instrumentos de Tula y al Centro de Entrenamiento Militar de las Fuerzas Antiaéreas. El Kremlin replicó que esto fue en venganza por su ayuda al fortalecimiento de la defensa aérea de Siria.

Y si bien estas sanciones, más los altibajos económicos, impactan en el nivel de bienestar de la población, la situación macroeconómica rusa se mantiene estable, reconoció el vocero del Kremlin, Dmitri Peskov. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que el producto interno bruto (PIB) ruso crezca, pues la inflación va en descenso.

Todo apunta a que el contraataque China–Rusia será un juego de “ganar, ganar” no solo para las dos potencias, sino para el avance hacia un mundo multipolar.


Escrito por Nydia Egremy

Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.


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