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AMLO, de Presidente de México a “jefe de campaña”
La incongruencia, la mentira y simulación son lo de hoy; quienes desde la oposición satanizaban el abuso de poder, ahora hacen gala de lo mismo: el propio Presidente abandonó su cargo para convertirse en coordinador de campaña.
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Durante años, quienes se autodenominaban de izquierda y militaban en partidos como el extinto Partido Socialista Unificado de México (PSUM), Partido Comunista (PC), Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y que en 1989 derivaron en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), o incluso quienes militaban en el Partido Acción Nacional (PAN); se inconformaban airadamente y reclamaban el desvío de recursos públicos, por las muestras de apoyo institucional e incluso cuestionaban el papel de los encargados de organizar las elecciones y vigilar los actos gubernamentales para beneficiar al candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), pero las cosas ya cambiaron.

Años de intenso debate y lucha de los partidos opositores llevaron a diversas reformas electorales, siendo la más importante la de 1977, que se le atribuye a Jesús Reyes Heroles, dando paso así al pluripartidismo y posteriormente el acceso a través de representación plurinominal al Congreso. Vino después otro cambio legal de trascendencia acontecido en 1996, cuando se dio autonomía a los órganos encargados de organizar las elecciones y dando por primera vez la posibilidad de elegir democráticamente al gobernante de la capital del país, con ello se logró mayor impulso a la alternancia partidista, consumándose la llegada de Cuauhtémoc Cárdenas a la Jefatura del Gobierno de la capital del país.

Posterior al arribo de la izquierda al poder, vino la alternancia en la Presidencia de la República, llegando Vicente Fox Quesada del, PAN, y dando con esto fin a más de 70 años de priismo; a partir de ello, el recambio de partidos en las gubernaturas de los estados ha sido constante. Tales cambios en la vida pública dieron lugar a la participación de diversos actores de oposición en los distintos niveles de gobierno y con ello se esperaría que desaparecieran los cuestionamientos sobre el desequilibrio en las elecciones.

Nada de eso aconteció, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ocupó el Gobierno de la Ciudad de México de 2000 a 2006 y posteriormente se convertiría en candidato de oposición de la izquierda; la tónica de su campaña fue repetir una y otra vez que el origen de los males era la corrupción del partido en el poder y que debía darse una transformación profunda de la vida pública del país. Como todos sabemos, en 2006 se enfrentó al panista Felipe Calderón Hinojosa, resultando vencedor el panista, por un reducido margen, y dando con ello inicio a las impugnaciones y a la batalla callejera que llevó a establecer un plantón indefinido en el Paseo de la Reforma. La historia es de todos conocida, una y otra vez se reclamaba el recuento de voto por voto, se cuestionaba la intromisión del Gobierno Federal y se denunciaba la complicidad del órgano electoral ante los agravios a la democracia.

La victimización fue la estrategia durante años, la acusación de inequidad, la descalificación de las instancias electorales y el cuestionamiento al uso de recursos públicos de parte del otrora candidato opositor y su camarilla; se convirtió además en una tónica generalizada que al ganar una elección se hablaba de democracia y cuando los resultados no les favorecían se alegaba fraude.

En 2018, la llegada al poder de AMLO a la Presidencia trajo consigo también el recambio en varias de las gubernaturas; las elecciones futuras dieron paso a la conquista de nuevas posiciones hasta sumar 22 gobiernos estatales, la mayoría en el Congreso y el control de varias de las legislaturas locales, una mayoría a favor del partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y que cualquiera pensaría que replantearía el problema y desaparecería las acusaciones de fraude o malversación de recursos con fines electorales, pero nada de eso, cuando le favorecía el resultado, todo era felicidad; pero ante una derrota se repetía la estrategia de descalificación, una absoluta incongruencia.

Hoy el fenómeno alcanza dimensiones absolutamente contradictorias; AMLO está inmerso en los procesos electorales, pues todos los días en su conferencia matutina, durante más de tres horas, fija postura sobre los temas de su interés, descalifica, orienta y a pesar de que en teoría tiene licencia de su militancia partidista, en la práctica está presente y es un hecho conocido que es el gran elector. Y a decir de él cumple el papel de politizar al pueblo y concientizarlo sobre los problemas de la patria, pero ya alcanza tonos absurdos, pues según dio cuenta la periodista Azucena Uresti en su noticiero de Milenio, el 23 de mayo en la mañanera aconsejó a la oposición sobre la forma de conducirse, sugiriéndole hacer planas a la usanza de la primaria donde debían escribir 100 o 200 veces: “ el pueblo sí existe”, “debo respetar al pueblo”, “la democracia sí existe”, “nadie es superior a otro”, “tenemos que ser consecuentes”, “no debemos ser hipócritas”, “tenemos que predicar con el ejemplo” y no podía faltar la clásica “no robar, no mentir, no traicionar al pueblo”.

La recomendación carece de lo mismo que aconseja, varias interrogantes saltan a la vista, si es tanta la preocupación por el pueblo, ¿porque se le dio manga ancha a López Gatell y sus medidas irresponsables en tiempos de pandemia?, ¿los niños enfermos de cáncer que sufren la carestía de medicamentos no son pueblo?, ¿se respeta al pueblo cuando se eliminan programas como Estancias Infantiles, 3x1 o Fondo Minero? No robar… ¿y Pío López Obrador?; no traicionar, ¿cerrar los ojos ante el derramamiento de sangre por la violencia no es dar la espalda a la gente? Así le podríamos seguir con los cuestionamientos, pero con lo dicho comprobamos la intromisión en los asuntos electorales del primer mandatario y de paso recordamos sus muchas incongruencias.

Ítem más. El pasado 1º de junio, la comisión de quejas y denuncias del Instituto Nacional Electoral dictaminó sobre más de 297 quejas contra Morena y ordenó cesar los actos anticipados de campaña de Marcelo Ebrard Casaubón, Claudia Sheiunbam, Adán Augusto y Ricardo Monreal, consistentes en la pinta de bardas, la colocación de espectaculares, la realización de eventos públicos disfrazados de foros o encuentros con la militancia que tienen más connotación de autopromoción personal de las llamadas “corcholatas presidenciales”; la respuesta hipócrita de los aludidos consistió en negar rotundamente su participación en las acciones, atribuyéndoselas a la sociedad, que expresa su respaldo voluntariamente. Nadie en su sano juicio (salvo un fanático) podría creer tal aseveración y la sospecha sobre el desvío de recursos desde las poderosas secretarías de Gobernación o de Relaciones Exteriores y más aún de la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México saltan a la vista. Pero al recibir cuestionamientos los susodichos o AMLO solo tienen por respuesta: “no somos iguales”, “no somos corruptos” y la duda persiste, pues no se sabe de dónde provienen las carretadas de dinero para autopromoción, ¿son del erario o tienen procedencia ilícita?, la respuesta está en manos de ellos y será imposible conocer la verdad. Un dato más: en el pasado proceso electoral en el Estado de México y Coahuila se hizo recurrente la denuncia sobre la llegada de gente y apoyos en especie para favorecer a los candidatos morenistas; en el colmo del cinismo, en algunos casos ni siquiera retiraron la propaganda institucional de los estados gobernados por Morena.

La incongruencia, la mentira y la simulación son lo de hoy; quienes desde la oposición satanizaban la antidemocracia y el abuso de poder, hoy hacen gala de lo mismo: el propio Presidente encabeza la promoción de los suyos, abandonando el papel de jefe de Estado para convertirse en coordinador de campaña; y los aspirantes no se ruborizan ante la nauseabunda propaganda que satura el paisaje urbano con su nombre.

Es hora de que el pueblo tome conciencia de ello, pues el acceso a un programa gubernamental no sacia todas las carencias de vestido, vivienda o educación; tampoco podemos cerrar los ojos ante el crecimiento en espiral de la violencia. Las cosas en México no andan bien, por ello la tarea urgente es aglutinar una gran fuerza social que desenmascare a los falsos redentores, hoy vestidos de guinda para que el pueblo tome en sus manos el destino de la patria y cambie la situación en beneficio de la mayoría, ahí está el reto.


Escrito por Osvaldo Avila Tizcareño

Colaborador


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