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Trump, los dichos, los hechos y la objetividad
Ante la segunda llegada de Donald Trump a la Casa Blanca se han desatado pasiones a favor y en contra.
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Ante la segunda llegada de Donald Trump a la Casa Blanca se han desatado pasiones a favor y en contra, lo cual es lógico, debido a la singular personalidad del magnate neoyorkino y a lo que genera con sus incendiarias declaraciones, las cuales, a menudo, suelen ser la primera instancia de una negociación dura, que a continuación desescala, para cerrar, finalmente, un acuerdo.

Sin embargo, cuando se analizan las palabras y las acciones de Donald Trump, frecuentemente se hace desde los sentimientos positivos o negativos que genera su estilo. Como contracara a esto, la objetividad podría brindarnos las herramientas para evaluar los actos así como las expresiones del nuevo presidente, lo que nos permitirá imaginar posibles escenarios futuros, de manera más acertada, aunque esto siempre es difícil con el republicano. 

Sobre su nueva administración podemos decir que, debido a lo que ya se vislumbra y a los desafíos que tiene por delante en lo interno y en lo externo, será mucho más compleja que la primera, durante la cual carecía de la experiencia y de un equipo de gobierno leal, dos cosas que hoy parece poseer. En 2017 se rodeó de algunos “halcones”, como John Bolton, quien lo indujo a cometer varios errores en política exterior, al cual despidió del cargo de asesor de seguridad nacional, criticando su carácter belicista al decir: “si lo escuchara, estaríamos en la Sexta Guerra Mundial”. 

Durante su primer mandato se desató la pandemia de Covid-19, lo cual condicionó el desempeño de la segunda mitad de su gobierno. También planteó la necesidad de la reindustrialización del país y la mejora de la calidad de los empleos de los estadounidenses. Por último, creo que lo más destacable de la administración Trump (2017-2021), es el hecho, casi inédito, de no haber iniciado ninguna guerra, tal como lo destacó Tulsi Gabbard, excongresista demócrata y futura directora nacional de inteligencia, al expresar las razones por las cuales le daba su apoyo a Donald Trump, sosteniendo que: “durante su primer mandato en la presidencia cuando no sólo no comenzó ninguna guerra, si no que tomó medidas para reducir y prevenir guerras, ejerció el coraje que nosotros esperamos de nuestro comandante en jefe al agotar todas las medidas diplomáticas. Tener el coraje de reunirse con adversarios, dictadores, aliados y socios por igual en la búsqueda de la paz, ver la guerra como último recurso... ésta es una de las razones principales por las que me comprometo a hacer todo lo que pueda para enviar al presidente Trump de regreso a la Casa Blanca”. Estas palabras de Gabbard, exmilitar y veterana de la guerra de Irak, muy crítica de las políticas guerreristas de su antiguo partido desde la era Obama, representa a una gran parte de los integrantes de las fuerzas armadas de Estados Unidos (EE. UU.), que son, justamente, los que mueren en las guerras que hacen los políticos que trabajan para el complejo militar industrial, además, claro, de los civiles de los países atacados.

Por éste y otros motivos es que considero que Donald Trump es una anomalía en el sistema político estadounidense, ya que tanto republicanos como demócratas han sido belicistas, siendo los últimos, sin duda, los más guerreristas. Esto no significa que Trump sea pacifista, pero sí quiere decir que no es un belicista, a pesar del prejuicio ideológico que frecuentemente altera nuestra percepción de los hechos y de la realidad, impidiéndonos diferenciar entre un adversario geopolítico, como sin duda será el EE. UU. de Trump para China y Rusia, por ejemplo, de lo que es un enemigo mortal, dispuesto a llevarnos a toda la humanidad al borde de una guerra mundial, como ciertamente lo fue el gobierno de Biden.

Hasta ahora, a tan solo un par de días de su llegada al Salón Oval, vamos a repasar algunas expresiones y hechos concretos que nos permitan imaginar posibles escenarios futuros o cómo podrían ser algunos trazos de la administración Trump para los próximos cuatro años.

Antes de juramentarse, Trump consiguió concretar un alto al fuego y el comienzo de la liberación de rehenes en Gaza, tras quince meses en los que ni la vida de los civiles gazatíes, ni la suerte de los israelíes secuestrados parecía importarles demasiado a Biden, a Netanyahu y mucho menos a Hamás. A tal punto pareció ser esto una prioridad para el republicano, quien amenazó a la organización terrorista con una “lluvia de fuego” si no se sentaban a negociar, y al premier israelí, que parece más atento a la estricta observancia del Sabbat que a la vida de los rehenes, a lo cual el negociador enviado por Trump, Steve Witkoff, le informó a los asistentes de Netanyahu, que podían hacer con el día de descanso judío y lo obligó a reunirse con él, el sábado temprano para cerrar el acuerdo.

Respecto a la guerra civil en Ucrania, comenzada por la administración Obama-Biden en 2014 y profundizada por el binomio Biden-Harris en 2022, sin duda muestra un final cercano, con negociaciones de paz realistas que permitan garantías de seguridad mutuas para Moscú y Washington, escenario imposible de imaginar durante el periodo demócrata, en el transcurso del cual la escalada no hacía más que crecer, con amenazas existenciales cada vez más graves para el gobierno ruso y su pueblo.

Con China seguramente serán cuatro años de tensiones, como es normal entre las dos principales potencias comerciales, a pesar de lo cual, esto no impidió el envío de una delegación de alto nivel encabezada por el vicepresidente de china a la asunción del magnate neoyorkino, o una cordial llamada telefónica entre Xi y Trump, durante la cual el presidente estadounidense habría manifestado su intención de visitar Beijing en los primeros cien días de su mandato, todas señales positivas para el futuro de las relaciones sino-estadounidenses, de las cuales ninguno de los dos Estados puede prescindir.

En lo que se refiere al continente americano, sin duda Trump buscará consolidar a EE. UU. como el centro de su polo, en un mundo multipolar que, intuyo, ya sabe que no tiene vuelta atrás; y son debido a eso las rimbombantes declaraciones sobre Canadá como el quincuagésimo primer estado de la Unión, la compra de Groenlandia, el Canal de Panamá y México. Creo que lo de Canadá, tiene más que ver con el placer del republicano por humillar a Justin Trudeau que con una aspiración real, del mismo modo que seguramente asistiremos a más “ajustes de cuentas” con otros líderes, especialmente europeos, tan globalistas y wokeístas como el canadiense. El tema acerca del Canal de Panamá es la exigencia máxima en la “negociación” para terminar obteniendo tarifas especiales para el comercio marítimo estadounidense y tal vez una exención para su Armada. La frontera sur y los cárteles sin duda son temas de seguridad, centrales en la agenda de Trump, sin embargo, para tener éxito en el control migratorio, deberá revisar la relación de EE. UU. con los países de Iberoamérica; de lo contrario, difícilmente podrá detener este fenómeno causado por las mismas políticas de Washington. Así mismo, tendrá que tomar medidas contra el consumo de drogas y afinar la puntería en la lucha contra las redes de narcotráfico dentro de EE. UU., cosa que casi siempre se soslaya, culpando solamente al país donde se producen los narcóticos; y el gobierno de Claudia Sheinbaum posiblemente deba revisar cuan exitosa fue la política de AMLO de “abrazos, no balazos”, en una lucha tan compleja como es la que implica a cárteles prácticamente militarizados. Curiosamente, considero que sí son muy serias las intenciones de sumar Groenlandia a EE. UU., aunque no volvió a hablar del tema.

Para ir finalizando, a mi modo de ver, los poderes que representa Donald Trump son opuestos y mejores que aquellos que expresaba Joe Biden, lo que no quiere decir que sean la mejor opción para el futuro del mundo, ni mucho menos. Pero claramente el globalismo financiero y corporatocrático es enemigo de la humanidad, sin dudar en llevarnos al riesgo mortal de una guerra nuclear por la ambición de prevalecer, lo cual, hasta ahora, ha sido evitado por la paciencia de Vladímir Putin y la posibilidad cierta del triunfo de Trump, quien representa otra fuerza en pugna, integrada por una oligarquía industrial nacionalista y sectores de la inteligencia y de las fuerzas armadas. Afortunadamente hay una tercera fuerza que, simbólicamente, podemos caracterizar con los BRICS, que representa al mundo multipolar liderado, fundamentalmente, por Rusia y China.

Por lo tanto, a mi entender, asistimos a una confrontación en la cual tres fuerzas se oponen, pero dos podrían coexistir, el nacionalismo trumpista y los BRICS, mientras la tercera, el globalismo corporatocrático, es enemiga jurada de ambas.

Para que Trump logre ejecutar con éxito los planes que tiene para EEUU, deberá enfrentar decididamente y derrotar para siempre a sectores muy poderosos. Posiblemente esto está relacionado con la decisión que tomó de desclasificar los archivos sobre los asesinatos de Martin Luther King y de John y Robert Kennedy, sabiendo que los poderes que ejecutaron estos hechos lo pueden volver a hacer; y su nominado secretario de Salud, Robert Kennedy Jr. siempre sostuvo que la CIA estuvo detrás de los asesinatos de su padre y su tío.

La presencia de Tulsi Gabbard como directora de inteligencia nacional y de Kennedy Jr., enfrentando a los lobbies de las farmacéuticas y de la alimentación, generan buenas expectativas, junto a otros miembros de su gabinete con abiertas posturas anti-OTAN o contrarias a la relación de corrupción endogámica entre el Pentágono y las armamentísticas.

Las dudas que tengo son si realmente tendrá la fuerza y la decisión para dar esta pelea, entendiendo que la única opción es la derrota total y para siempre del globalismo, cuya cara, como símbolo, podría ser la de George Soros, y si le alcanzará el tiempo para semejante tarea. 


Escrito por Christian Lamesa

Analista geopolítico, fotógrafo y escritor. Autor del libro La paternidad del mal. Los cómplices de Hitler.


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