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¿Quién mató al republicanismo español en 1936?
Muy pocos Estados del mundo fueron partidarios abiertos de la resistencia republicana. Los más notables fueron México, Checoslovaquia y la Unión soviética.
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La guerra civil de 1936 destruyó a la joven República española (1931-1939), llevándose consigo a más de medio millón de personas. Comenzó con la sublevación del ejército español en contra de su gobierno, cuyas medidas progresistas habían barrido a las castas monárquico-dictatoriales de la política, que dirigían a España desde los días de la derrota de Napoleón en 1814. El republicanismo facilitaba condiciones de vida relativamente mejores para los trabajadores; y, aunque éstas eran insuficientes –pues las protestas obreras masivas de los treinta fueron duramente reprimidas por las guardias republicanas–, lo cierto es que las mayorías vivían acaso el mejor escenario de la historia hispana. 

Ese progreso ocurría, sin embargo, en la medida en que era restringido el alcance de viejos poderes. Estaba arrancándose la tradicional preeminencia de los militares y de la iglesia católica en las esferas política e ideológicoeducativa, respectivamente. De ahí que estos sectores, inconformes, desataran la virulencia intestina que masacró gente sin piedad entre 1936-1939 y, después, durante la dictadura de Francisco Franco. 

La rebelión, apadrinada por el clero y los sectores ultraconservadores de la sociedad española, comenzó en julio de 1936. Desde entonces se fijó el objetivo de recuperar lo preexistente y, bajo la bandera de defender valores de unidad nacional o religiosa, tal fin se materializaría como la supresión física –total y sin negociaciones– del poder republicano, así como la erradicación de los hombres y mujeres socialistas, anarquistas y, sobre todo, comunistas. Sin embargo, el cumplimiento de estas metas no fue sencillo, pues los sectores progresistas resistieron. Fueron contados los militares que mantuvieron fidelidad a la República. Más bien, la defendieron sus guardias civiles, y especialmente los trabajadores de la ciudad y del campo que, militarizados, resistieron en las provincias y en las principales capitales. 

No obstante, el gobierno español no imaginó que sus vecinos y, supuestamente, aliados “democráticos”, Francia e Inglaterra, colaborarían en la asfixia efectuada por los franquistas. Londres y París promovieron acuerdos internacionales de no intervención, en los cuales participaron, entre otros, Berlín, Roma, Washington y Moscú. Con esto se mostraban diplomáticamente “imparciales” e instaban a la no intervención de países fascistas (Alemania e Italia) y comunistas (URSS). Desgraciadamente, tal movimiento fue una farsa. Los aliados franco-británicos “se hacían de la vista gorda” cuando los nazis y los fascistas transitaban por el Mediterráneo (bajo control británico), llevando aviones, tanques, armamento y tropas para los rebeldes. Sin esta ayuda, por ejemplo, Franco, jefe de las tropas expedicionarias de Marruecos, nunca habría podido atravesar el mar para ingresar a la Península a masacrar republicanos; sin ella, los sublevados no habrían podido eliminar las 11 mil vidas destruidas por los bombardeos de aviones y pilotos italianos y alemanes (la aviación republicana y soviética causó apenas cerca de mil 100 muertes).

Todo eso y muchos elementos más están magistralmente expuestos en la exitosa obra introductoria España partida en dos. Breve historia de la guerra civil española (Crítica, 2022) del historiador Julián Casanova. Muy pocos Estados del mundo fueron partidarios abiertos de la resistencia republicana. Los más notables fueron México, Checoslovaquia y la Unión soviética. Esta última protestó repetidamente contra la violación de los acuerdos internacionales por parte de Hitler y Mussolini; después, ante la indiferencia de Francia e Inglaterra, decidió intervenir. Además de dotar con armamento y asistencia militar a la República, los soviéticos desplegaron una campaña internacional que llevó a muchos progresistas del mundo a tomar las armas en favor de las famosas Brigadas Internacionales. 

Finalmente, frente al recurso mayoritariamente inexperto de las milicias populares en armas, que formaban el grueso de los combatientes de la República, se impuso la superioridad militar de los sublevados. En un primer momento, Francia, Inglaterra y Estados Unidos colaboraban ocultamente con el fascismo franquista, facilitándole combustible, mercancías, suministros y amplios créditos. Después lo hicieron de forma bastante abierta, aprobando la anexión de los Sudetes checoslovacos por los nazis (1938). De esta manera, podría apuntarse que fue el Occidente democrático el que mató la democracia republicana de España. Ésta es la suerte de las naciones que confían en ese género de aliados “liberales”. 


Escrito por Anaximandro Pérez

Doctor en Historia y Civilizaciones por la École de Hautes Étus en Sciences Sociales (EHESS) de París, Francia.


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