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El pasado domingo 14 de abril en la mañana, unos tres mil antorchistas marchamos pacíficamente por las calles del centro de Chilpancingo y llevamos a cabo un acto político cultural en la plaza Primer Congreso de Anáhuac para, cumplido un año del salvaje asesinato de nuestros compañeros Vladimir Hernández Martínez, de seis años de edad, su joven madre, Mercedes Martínez Martínez y su también joven padre, Conrado Hernández Domínguez, exigir la justicia a la que tienen derecho constitucional ellos, sus familiares y sus compañeros.
Vale la pena informar a todos los que no estuvieron presentes ni pudieron ver la transmisión del evento por las redes o mediante una filmación, que el acto, como todos los que realiza el Movimiento Antorchista, fue único en su tipo, no se pareció a ningún otro. No digo que sea mejor, digo solamente que es único, el que lo haya visto o lo vea, porque todavía se encuentra a la disposición del público en las redes sociales, si gusta, le pondrá alguna calificación. Para mí, la calidad de los números artísticos que se presentaron y la forma y el contenido de los pronunciamientos políticos que escuchamos fue extraordinario.
El Ballet Nacional del Movimiento Antorchista entregó una impresionante ejecución de una danza azteca, extenuante, enérgica, con un vestuario maravilloso, difícil de ver en otro grupo. Nunca he visto ni me he enterado de que algún partido político –de esos que son de interés público y reciben muchos millones de pesos para poder existir– tenga un grupo dancístico parecido. El Movimiento Antorchista, por su parte, a través de su Comisión Nacional Cultural, muy laboriosa y realizadora, impulsa, también, un Grupo Nacional de Música y Canto que se presentó esa mañana; escucho todavía su nostálgica Rosas en el Mar y su oportuna selección de No nos moverán. Se declamó Pido castigo, poesía elocuente y conmovedora escrita por Pablo Neruda y se pronunciaron cuatro discursos, veraces sin tacha, claros y valientes; “no queremos venganza, exigimos justicia”, dijo el compañero Homero Aguirre Enríquez, que habló en nombre de toda la Dirección Nacional.
No creo que sea ninguna sorpresa para nadie, si digo que casi todos los participantes en el escenario, incluidos los dos Maestros de Ceremonias, eran muchachos muy jóvenes. Pero lo que sí creo que llame la atención es saber que la inmensa mayoría de los disciplinados marchistas y atentísimos asistentes al acto político cultural en esa Plaza Primer Congreso de Anáhuac, eran también muchachos y muchachas, algunos de los cuales, fácil se echaba de ver, no llegaban a los veinte años. Una idea sencilla y superficial lo explicaría recordando que los asesinados eran dos jóvenes padres de familia y un niño que no llegaba a los seis años y que, por tanto, los dolientes tendrían que ser jóvenes también. Puede ser.
No obstante, intuyo que la explicación es más trascendente. En los días que corren, las principales víctimas del odioso sistema de la ganancia, aquellos a los que cada día es más evidente que no tiene nada que ofrecerles esa obsoleta forma de producir y de repartir la riqueza, son los que empiezan a vivir y, por tanto, sólo necesitan una sencilla invitación amistosa para lanzarse a la calle a colectar el dinero necesario, viajar muchas horas y dormir y comer mal, marchar gritando consignas que censuran al régimen y disfrutar de bailes, cantos, lecciones políticas para su vida y, más que nada, de la compañía de gente buena.
¿Le parece a usted una señal poco elocuente y alarmante saber que muchos muchachos se están quitando la vida? Todavía a fines del siglo pasado ésos eran sucesos extraordinarios que dañaban a familias muy lejanas y desconocidas y de los que sólo se sabía de cuando en cuando por la televisión, el radio o el periódico. Ahora ya sucede con conocidos, con amigos, con familiares cada vez más cercanos y la estremecedora noticia corre rápidamente de boca en boca. Sucede lo mismo con los homicidios, ahora ya hay –no muertos por lamentable accidente– ejecutados de doce, trece y catorce años y hasta de menos, como nuestro pequeñísimo Vladi de sólo seis años. ¿Qué clase de monstruo –me pregunto– engendró el sistema, que tuvo la sangre y las garras heladas para estrangularlo? Nada pues tienen que agradecerle al sistema los recién llegados a la vida, nada tiene que ofrecerles ese sistema brutal que tolera la violencia y la impunidad; hacen bien en salir a la calle, protestar por lo que viven y tratar de cambiarlo.
Bueno, diría algún observador atento, pero el gobierno de la “Cuarta Transformación” y Andrés Manuel López Obrador, su principal inspirador y dirigente, están muy mortificados y son muy generosos con los jóvenes, deberían éstos, entonces, estar y mostrarse agradecidos, salir a la calle a hacerlo patente, es de buen corazón ser agradecido. Pero resulta que no he visto ni sabido, ni creo que nadie haya visto ni sabido de una manifestación de jóvenes agradecidos con las realizaciones de su presidente y su partido y eso que les tiene instrumentados varios programas para su bienestar, a fines del sexenio ya deberían estar disfrutando de mejoría notable.
Beca de Educación Básica para el Bienestar “Benito Juárez” (920 pesos mensuales para cada niño); Beca para el Nivel medio superior (920 pesos mensuales para cada adolescente); Beca para el nivel superior (dos mil 800 pesos mensuales para cada universitario); Jóvenes construyendo el futuro (seis mil 310 pesos al mes para cada joven que ni estudia ni trabaja); Becas Elisa Acuña (los montos varían según el programa); Programa para el bienestar de niñas y niños, hijos de madres trabajadoras, Universidades del Bienestar Benito Juárez (con 203 sedes en operación) e incontables conciertos gratuitos de grandes artistas en plazas públicas. Todo un abanico de apoyos para los niños y jóvenes. Cabe informar que hasta la fecha no existe una sola evaluación oficial del impacto de tales ayudas en la educación y la conducta de las nuevas generaciones.
Existe, eso sí, una interesantísima investigación de un académico muy serio y responsable, Don Julio Boltvinik, algunos de cuyos resultados acaba de publicar en su columna de La Jornada el 29 de marzo pasado. Ahí se demuestra que a nivel nacional y usando el Método de Medición Integrada de la Pobreza, es decir, el método oficial durante el gobierno de Claudia Sheinbaum y el de Martí Batres en la Ciudad de México, si se compara el grupo de la tercera edad (mayores de 60 años), con los jóvenes y niños (el grupo de cero a 17 años) de todo el país, resulta que, para el año 2022, la medición para la tercera edad arroja que vivían en pobreza el 58 por ciento de nuestros abuelitos, es decir, 10.6 millones de personas, mientras que el 86.7 por ciento de los menores, es decir, 32.3 millones de niños y jóvenes, casi nueve de cada 10 menores de 17 años, vivían en la pobreza.
No hay misterio: a los adultos mayores, la humanista “Cuarta Transformación”, les dedicó el 71 por ciento del gasto total en transferencias monetarias sociales en 2022, mientras que a los de 17 años y menores sólo les asignó 6.5 por ciento. ¿Por qué? No hay que ir muy lejos para hallar la verdad: porque los de 17 años y menos no votan. Nos encontramos con que el famosísimo lema de “primero los pobres” se ajusta en los hechos con, “sí, pero primero los pobres que votan”. Se trata, pues, sin duda alguna, de una despreciable política pública electoral para conservar el poder para la élite que lo detenta. Ya no es ninguna novedad que las ayudas directas entregadas por la mano del Supremo son extorsión electoral. Nadie, por tanto, debe sorprenderse de que los jóvenes, los recién llegados a la vida, muestren su indiferencia y hasta su rechazo a los falsos transformadores de la patria y se sumen a una organización popular cargada de presente y, con ellos, pletórica de futuro. Un abrazo inmenso, conmovido, a todos los jóvenes y niños que sumaron sus esfuerzos a la lucha por la justicia para Vladi, Meche y Conrado y al combate por un mundo mejor.
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".