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Eran tratados peor que bestias. Los animales tenían más privilegios que cualquier esclavo que ocupara un lugar en los siniestros barcos de la muerte. Vituperados, golpeados, humillados y asesinados sin remordimiento alguno por sus “legítimos dueños”; los millones de hombres negros que salían de las costas de Luanda o Whydah, en Angola y Guinea, con destino a América, no valían más que un cerdo. Mientras eran trasladados a los puertos de Liverpool o Bristol, en Inglaterra, sólo eran “piezas de indias”. Con este nombre se distinguía a los millones de africanos que eran arrastrados de su tierra natal a las cada vez más demandantes plantaciones azucareras. Una vez desembarcados en Brasil su precio aumentaba y se convertían en “manos y pies” del amo blanco, término con el que se designaba a los esclavos que, para su propia desgracia, lograban llegar con vida a suelo americano.
Durante más de trescientos años, es decir, durante todo el período colonial, África fue el coto de caza de Europa Occidental y, durante el último siglo, de los Estados Unidos. La riqueza de las “naciones desarrolladas” se multiplicaba gracias a la sangre vertida por millones de indígenas americanos y de esclavos negros a los que no sólo se les despojaba de su tierra y sus riquezas, sino que ellos mismos pasaban a convertirse en herramientas, en instrumentos con los que se extraían millones en plata y oro, que engrosaban las ya repletas arcas occidentales mientras dejaban yerma la tierra y la vida de las naciones colonizadas. Fueron más de once millones de africanos los que, entre 1501 y 1867, pisaron suelo americano. Sin embargo, al menos el triple debió salir de las costas africanas sin completar el mortal trayecto. Los historiadores occidentales pretenden que el tráfico de esclavos llegó a su fin al publicarse, en 1883, la “Slavery Abolition Act” (Acta de abolición de la esclavitud). Legalmente estaba, en efecto, abolida la esclavitud. Realmente, sólo se había metamorfoseado. Hace apenas un siglo que la trata de negros dejó de ser un negocio para Occidente. Sin embargo, el saqueo y despojo del pueblo africano continúa casi en las mismas condiciones que en los siglos anteriores. Si cada día miles de africanos llegan a las costas de Europa occidental es porque siguen el rastro de la riqueza que les fue y les es todavía arrebatada.
Este es el contexto en el que debe entenderse la retirada de las tropas francesas de Níger el pasado 24 de septiembre. Estamos presenciando la descolonización, el inicio del fin de la tragedia del pueblo africano. Casi medio milenio de opresión, miseria y humillación parecen llegar a su final. Níger no es una excepción. «En los últimos tres años ha habido ocho golpes de Estado en países de África, la mayoría de ellos en países que son ex colonias francesas: en Mali, agosto 2020 y mayo de 2021; en Chad, abril de 2021; en Guinea y Sudán, octubre de 2021; en Burkina Faso, enero de 2022; Níger, julio de 2023 y Gabón, agosto de 2023» (Reblion.org). A pesar de que tanto Francia, como gran parte del bloque occidental, continúa tratando a las nuevas autoridades como “golpistas”, el respaldo popular en cada una de estas naciones otorga más legitimidad que el reconocimiento de las potencias en decadencia. “Nuestro pueblo – señaló el pasado 13 de agosto en Moscú el coronel Sadio Camara, ministro de Defensa de Mali– ha decidido volver a tomar las riendas de su destino y levantar su autonomía con socios más de fiar” (Le Monde Diplomatique).
Este discurso antimperialista y descolonizador ha sido repetido por otros jefes de Estado, y parece ser la tónica de la oleada de levantamientos en el continente. «¿Qué pasará mañana en ese nuevo mundo libre por el que luchamos, un mundo sin injerencia en nuestros asuntos internos? Tenemos las mismas perspectivas. Espero que esta cumbre nos brinde la oportunidad de fortalecer los lazos entre nuestras naciones». Fueron las palabras del Presidente interino de Burkina Faso, Ibrahim Traore, en la II cumbre de San Petersburgo.
¿Estamos presenciando una arbitraria sucesión de “Golpes de Estado” en África? ¿Responden los recientes levantamientos únicamente a la inestabilidad y el desgobierno que por siglos ha caracterizado a la región? Parece ser que no. El simple hecho de que la prensa occidental no califique las rebeliones en el continente como una nueva “Primavera Africana”, tal y como lo ha hecho con aquellos levantamientos que parecen adecuarse a sus intereses, muchos de los cuales promovidos e instigados por ellos mismos, es un claro indicio de que las rebeliones que presenciamos son auténticas e históricas, síntoma de una transformación estructural que poco a poco deja menos lugar a dudas. La falta de reacción por parte de Occidente, la retirada a regañadientes de las fuerzas francesas del Sahel y el sospechoso silencio de los Estados Unidos, que parece tener problemas más serios en puerta, son otro claro indicador de que la fuerza del imperio no es la de antes y, más aún, que el ascenso de nuevas potencias, como China y Rusia, imposibilitan el poner en práctica el viejo modus operandi. Los tiempos de Libia quedaron atrás.
No podemos garantizar, dado que la historia no funciona con vaticinios, la solidez y resistencia de los nuevos gobiernos en el continente. Lo único que nos es dado decir es que la tendencia histórica en la que se encuentran los movimientos sociales africanos es radicalmente diferente a la que hace algunas décadas reinara en la región y en el planeta entero. La posibilidad de lograr una verdadera independencia; de romper con cinco siglos de esclavitud; de reivindicar a todo un pueblo que conoce de la vida solo miseria y sufrimiento, se presenta por primera vez en la historia moderna del pueblo africano. El renacer de este continente va de la mano con la decadencia occidental y el ascenso de nuevos bloques políticos que empiezan a evidenciar la crisis definitiva de un imperialismo que, sin embargo, no rendirá la plaza sin pelear.
Cuando los movimientos políticos que detentan el poder económico han intentado todo y no han sometido “por las buenas” al pueblo organizado, entonces recurren a las amenazas, a las intimidaciones, a los golpes y al terror.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).