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¿Cuál es la importancia histórica de Lenin? Para responder a esta pregunta hay al menos dos caminos posibles. El primero es histórico y consiste en identificar el impacto de las acciones y pensamiento de Lenin en el desarrollo histórico real, desde la muerte del líder bolchevique hasta nuestros días. Por supuesto, para honrar a Lenin, esta labor tendría que hacerse desde la concepción materialista de la historia. Esto implica eludir la tentación de hacer un relato heroico, donde las grandes personalidades y sus ideas, en este caso las de Lenin, son el motor de la historia. Habría que hacer, en cambio, una historia marxista de los Siglos XX y XXI, identificando puntualmente, en sus justos términos e interrelación dialéctica, el impacto de Lenin y su partido, considerando en todo momento las condiciones objetivas del desarrollo histórico.
Sin embargo, hay otra forma, no menos importante, de entender la relevancia histórica de Lenin. Este segundo camino consiste en comprender lo que su obra puede aportar para las acciones presentes y la historia en curso. El pasado nos trajo aquí y marca las tendencias del desarrollo ulterior. Pero el presente es el momento de la acción y es donde podemos transformar el mundo. Por eso, aunque es indispensable conocer el pasado para comprender el presente y desentrañar las tendencias del desarrollo histórico, es igualmente necesario saber cómo construir y asimilar ese conocimiento para el análisis concreto de las situaciones concretas del presente. Esta segunda forma de valorar la importancia histórica de la obra de Lenin es la que intentaré esbozar.
Valuar la obra de un revolucionario tan prolífico como Lenin es difícil, tanto por su extensión como por la variedad de temas que abordó. Lenin tuvo una vida breve: poco menos de 54 años. Sin embargo, sus Obras completas en español abarcan 55 tomos, cada uno con varios cientos de páginas. Aquí se encuentran sus libros, artículos, folletos, discursos, pronunciamientos, cuadernos de notas y correspondencia. En estas obras, Lenin analizó muchos temas, incluyendo discusiones filosóficas, sociológicas, políticas y económicas, aunque siempre desde un punto de vista militante, tratando de emplear el conocimiento científico como guía para la acción. De hecho, y en tanto representante del socialismo científico, esto es lo que da unidad a toda su obra.
Lenin y el socialismo científico
El socialismo científico es la piedra angular de la acción política marxista y es lo que da unidad a la obra de Lenin. Pero ¿en qué consiste el socialismo científico? Hoy en día la palabra socialismo está bastante asociada al marxismo. Pero no todos los socialistas son marxistas. Y en el Siglo XIX esto era muy claro. En términos generales, el socialismo es cualquier postura teórica y política que tenga como objetivo anteponer el bienestar de la sociedad por sobre otro tipo de intereses particulares, por ejemplo, por encima del interés del capital y la burguesía.
El problema es que distintos grupos sociales tienen diferentes formas de entender a la sociedad y lo que es bueno para ella; esta comprensión siempre está sesgada por intereses políticos y de clase. Por eso surgen diferentes formas de socialismo, muchas de ellas representando, en realidad, los intereses privados de clases sociales particulares. Algunos socialistas, por ejemplo, interpretan que el bienestar de la sociedad está en volver a las comunidades tradicionales o a la vida feudal. Otros piensan que la solución está en hacer borrón y cuenta nueva y edificar desde cero sociedades más solidarias, pero utópicas. Algunos, incluso, han llegado a combinar la religión con el socialismo, considerando que el objetivo es, de alguna forma, realizar el reino de Dios sobre la Tierra.
El socialismo científico también busca anteponer el bienestar de la sociedad y las personas por sobre otros intereses. Sin embargo, no propone volver al pasado ni perseguir una utopía. A diferencia de otras formas de socialismo, el socialismo científico afirma que, si queremos actuar en beneficio de la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es conocerla a profundidad y de manera rigurosa. Este conocimiento científico de la sociedad real, de los seres humanos reales, nos permitirá comprender por qué el mundo es como es, cuáles son sus tendencias de desarrollo, hacia dónde se mueve y cómo puede superarse la realidad actual. Por eso Marx y Engels, en La Ideología alemana, sostuvieron que, para ellos, “el comunismo no es un Estado que deba implantarse, un ideal al que haya que sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual”. Y por eso mismo es que Marx, en lugar de dedicarse a escribir cómo podría llegar a ser el comunismo, se abocó a desentrañar la lógica y tendencias internas del modo de producción capitalista, pues consideraba que este conocimiento era indispensable para definir la acción política de los comunistas.
Aquí cabe aclarar una cosa más: los socialistas científicos también tienen algunos criterios o principios que orientan su lucha. En términos generales, buscan acabar con todas las formas de opresión, dominación y explotación para construir una sociedad donde todas y cada una de las personas puedan desarrollar de manera plena sus capacidades y satisfacer a cabalidad sus necesidades. En términos filosóficos, diríamos que los comunistas, en tanto socialistas científicos, buscan superar todas las formas de enajenación y crear condiciones para el libre desarrollo de las fuerzas esenciales humanas. De aquí se desprende que los socialistas científicos buscan una sociedad próspera, con un desarrollo alto de las fuerzas productivas, donde no haya clases sociales ni explotación ni aparatos de dominación estatal y donde todas las personas puedan involucrarse consciente y democráticamente en las decisiones públicas. Sin embargo, por más bonitas que suenen estas ideas, en general no es posible traducirlas en acciones políticas concretas sin pasarlas por el tamiz de un análisis científico riguroso. En este sentido, los principios nos dicen cuál es el horizonte, pero la ciencia nos dice cuál es el camino. Ésta es la gran diferencia con otras formas de socialismo que persiguen utopías o guían sus acciones con base en principios abstractos.
Como dijo Lenin en su texto La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, “la tarea consiste, como siempre, en saber aplicar los principios generales y fundamentales del comunismo a las peculiaridades de las relaciones entre las clases y los partidos, a las peculiaridades del desarrollo objetivo hacia el comunismo, propias de cada país y que es necesario saber estudiar, descubrir y adivinar”.
Ciencia para la Revolución
La obra de Lenin está atravesada por las ideas del socialismo científico. Esto es muy claro, por ejemplo, en las múltiples luchas que mantuvo con los populistas rusos. Este grupo de socialistas partía de al menos tres supuestos generales: primero, asumía que no existía razón alguna para creer que, necesariamente, todas las sociedades estuvieran destinadas de antemano a pasar por el capitalismo; segundo, consideraba que, en Rusia, de hecho, no había capitalismo o éste era muy incipiente y su desarrollo imposible; y, tercero, pensaba que la comunidad tradicional rusa, que era una forma de organización campesina y comunal, podía servir como base para el desarrollo del comunismo. Consecuentemente, los populistas tenían un programa anticapitalista, pero que abogaba por la defensa de la pequeña propiedad comunal.
Lenin, siendo un socialista científico, decidió estudiar a fondo la estructura económica de Rusia. Para eso, entre 1895 y 1899, mientras estaba en la cárcel y después en Siberia, escribió El desarrollo del capitalismo en Rusia. En este libro, Lenin analiza los postulados económicos de los populistas y los contrasta con la teoría de Marx, específicamente en lo que se refiere a la posibilidad del desarrollo económico y la formación de un mercado interno. Pero no sólo eso, sino que trata de conseguir los mejores datos disponibles sobre el desarrollo de la producción agrícola, la manufactura y la industria rusa durante la segunda mitad del Siglo XIX. El objetivo de su libro era conocer si existía desarrollo capitalista en Rusia y cómo se habían modificado las relaciones sociales de producción durante las últimas décadas. Algunas de sus principales conclusiones nos dicen que la comunidad tradicional rusa, sustentada en la pequeña propiedad comunal y en la pequeña producción, experimentaba un proceso de descomposición, donde la mayoría de los campesinos comenzaba a participar cada vez más en la venta de su fuerza de trabajo, mientras los grandes propietarios producían cada vez más para el mercado, con ayuda de maquinaria y recurriendo a la contratación de trabajo asalariado. En este contexto, ciertamente, la comunidad tradicional no había desaparecido, pero había sido absorbida en gran medida por relaciones sociales capitalistas. Por supuesto, Rusia no era una gran potencia industrial como Inglaterra. Pero, dadas sus condiciones y tendencias reales, no era viable seguir la política de los populistas. Era necesario, en cambio, luchar por organizar y concientizar al creciente proletariado para su lucha por la toma del poder.
Lenin escribió varios otros textos en su lucha contra los populistas. Sin embargo, El desarrollo del capitalismo en Rusia es de particular interés porque en él se puede apreciar todo su rigor teórico y metodológico. El libro es exhaustivo en su tratamiento de los datos y crítico en su análisis teórico. Lenin deja muy claro que la teoría no es un dogma que hay que seguir. No es posible derivar sólo de la teoría un análisis concreto de la realidad. Para hacer esto es necesario al menos contar con tres cosas: una orientación teórica sólida y crítica, los mejores datos sobre la realidad que sea posible obtener y mucho criterio metodológico. Además, en este libro se pueden apreciar con toda claridad los esfuerzos de Lenin por sustentar científicamente un programa de acción política.
Cuando Lenin afirma que sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario, lo que está haciendo es afirmar una de las tesis centrales del socialismo científico. Por eso Lenin siempre trató de avanzar en su conocimiento de la realidad. Esto es muy claro no sólo en sus debates con los populistas, sino también en sus investigaciones sobre el imperialismo, en sus constantes y agudos análisis políticos, en su lucha por la construcción del socialismo y en su interés por el estudio de la filosofía.
La formación del partido
Lenin dio muchas batallas políticas y sería imposible reseñarlas todas en este espacio. Sin embargo, hay una que es indispensable mencionar y que atraviesa gran parte de su obra: la formación del partido.
En 1898 se fundó el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), del que Lenin formó parte. Sin embargo, dicho partido sólo existía formalmente, pues en la realidad, las distintas agrupaciones que lo conformaban estaban disgregadas y operaban con una coordinación prácticamente nula. Para Lenin, esto era un error. El partido del proletariado debía ser una agrupación profesional y disciplinada, dedicada de tiempo completo a la lucha revolucionaria, capaz de accionar y replegarse de manera ordenada, contundente y decidida, dedicándose, entre otras cosas, a una permanente labor de difusión y agitación popular, organizando y educando a las masas trabajadoras. Este partido sería la vanguardia organizada del proletariado.
Este partido no tendría la función de hacer por sí mismo la revolución. En tanto vanguardia, el partido tendría la tarea de ponerse a la cabeza del movimiento revolucionario. Este matiz es muy importante porque el partido, para existir como vanguardia y cabeza del proletariado, necesita estar estrechamente vinculado con este último y, además, ser reconocido, comprendido y apoyado como tal vanguardia. Esto lo tenía claro Lenin. Son los pueblos quienes hacen las revoluciones. Por supuesto, Lenin sabía que el reconocimiento, la comprensión y el apoyo de las masas es fluctuante, cambia de un momento a otro. Pero también sabía que es necesario persistir en mantener una relación estrecha con ellas, por lo que el partido se vería siempre obligado a cumplir un papel pedagógico, explicando pacientemente. Esto último es indispensable, pues el apoyo popular no debe ser ganado con demagogia y charlatanerías. Es necesario que el pueblo se forme una opinión verdadera y racional sobre la realidad, que amplíe y perfeccione su comprensión del mundo. Por eso, nuevamente, es indispensable que el partido recoja la bandera del socialismo científico: porque si el partido habla con la verdad, y la gente lo entiende, entonces se convencerá de la justeza de sus posiciones políticas.
Éstas son algunas de las ideas que Lenin quería transmitir a sus compañeros de partido. Pero la labor no era fácil. En 1902, y aprovechando los planes de celebrar el segundo congreso del POSDR, Lenin publicó uno de sus libros más famosos, ¿Qué hacer? En esta obra analizó y discutió varios de los temas y problemas que estaban en boga dentro del partido, la mayoría de ellos de carácter organizativo. El libro aborda una gran variedad de temas, sin embargo, hay al menos dos ideas que están en el centro de la discusión.
La primera de estas ideas indica que es necesario entender que las personas no desarrollan una conciencia científica de la realidad de forma espontánea. La ciencia requiere estudio y disciplina. Si esto no existe, nuestra conciencia tiende a ser dominada por el inmediatismo, pues las personas somos proclives a prestar mayor atención y a considerar solamente aquellos aspectos de la vida con los que estamos más directamente relacionadas. El problema con esto es que, en política, el inmediatismo representa un obstáculo, pues cada uno ve sólo por sus intereses más urgentes y se desentiende no sólo de los intereses de los demás, sino de sus propios intereses cuando éstos no son tan evidentes. Para Lenin, ésta era la razón de que muchos sindicatos se concentraran en la lucha por reivindicaciones económicas, pero se olvidaran de la lucha política. Era preciso, entonces, combatir el inmediatismo y el espontaneísmo y, para eso, era necesario que los militantes del partido dedicaran grandes esfuerzos a estudiar, comprender y difundir las ideas del socialismo entre los trabajadores.
La segunda idea era sobre la necesidad de profesionalizar y unificar al partido. En la lucha política hay riesgos, a veces mortales. Esto había quedado muy claro con el ejemplo de la Comuna de París, donde el gobierno reaccionario de Adolphe Thiers había masacrado a miles de comuneros revolucionarios. Para Lenin, si queremos prevenir y reducir los riesgos de la lucha, es necesario contar con una estructura organizativa bien unificada, disciplinada, consciente y eficiente. Pero esto no sólo serviría para prevenir los riesgos de la lucha de clases. Un partido con estas características también estaría en mejores condiciones de lograr sus propósitos, no sólo en el nivel local, sino en el nacional. Pero para que esto ocurra, el partido tiene que estar compuesto por cuadros especializados y dedicados de tiempo completo a su labor.
Después de ¿Qué hacer?, Lenin escribió muchos otros libros donde discutió cuestiones organizativas relevantes. Sin embargo, éste es uno de los documentos clave de la teoría leninista del partido. Por supuesto, construir un partido no es una tarea sencilla, sino una labor permanente. Por eso, en toda la obra de Lenin y hasta sus últimos días es posible encontrar análisis orientados a corregir y mejorar el funcionamiento del partido. Es importante notar dos cosas: primero, que la teoría del partido no fue una ocurrencia, sino una conclusión derivada del análisis de experiencias de lucha precedentes; y, segundo, que en dicha teoría se considera en todo momento la necesidad de la ciencia y la teoría para guiar correctamente la lucha revolucionaria y poder organizar al proletariado.
A manera de conclusión
Sobre las luchas de Lenin y su partido habría mucho más que decir. Así, por ejemplo, tras la Revolución de 1917 y la toma del poder por parte de los bolcheviques, la tarea central del partido era ahora la construcción del socialismo. Pero esto no sería sencillo y menos si consideramos que Rusia, recién superada la Primera Guerra Mundial, entraría en una guerra civil que se prolongaría hasta 1922. Durante estos años y hasta su muerte en enero de 1924, Lenin, a la cabeza del partido, se abocaría, primero, a superar la guerra y, después, a la recuperación económica de Rusia. El partido tendría que encontrar la manera de desarrollar la economía y mejorar sustancialmente el nivel de vida de las masas trabajadoras, al mismo tiempo que continuaba su incansable labor de educación y organización política y buscaba apoyar la revolución internacional. En todas estas luchas, Lenin procuró, más que nunca, orientarse como un socialista científico. Esta actitud era imprescindible, pues el partido se enfrentaba a una experiencia nunca vista, por lo que no había nada escrito. Los bolcheviques y el pueblo ruso tendrían que construir su propio camino.
Es precisamente éste el punto que debe rescatarse como conclusión de este trabajo: las ideas del socialismo científico son centrales en la obra de Lenin. Esto es lo que le permitió posicionarse a la cabeza de su partido y contribuir grandemente a mejorarlo y a orientar sus acciones políticas, muchas veces de manera acertada y victoriosa. Esto es también lo que da unidad a la obra de Lenin y donde se encuentra su importancia para los tiempos presentes. De Lenin, así como de todos los grandes marxistas, es posible sacar enseñanzas muy importantes para el presente, ya sea en materia de economía, filosofía, política o sociología. Sin embargo, no hay que leer a Lenin con el objetivo de encontrar en él todas las respuestas para el presente. Esas respuestas debemos darlas nosotros. Por eso, a Lenin, así como a Marx o a Engels, hay que estudiarlo siempre tomando en cuenta su contexto y con el objetivo de aprender, con su ejemplo, el método de conocimiento y de acción del socialismo científico. Es este método el que, acercándonos a la verdad, nos permitirá conocer y superar cada nuevo problema, ayudándonos a avanzar en el camino de la revolución y la construcción socialista.
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Escrito por Pablo Bernardo Hernández
Licenciado en psicología por la UNAM. Maestro y doctor en ciencia social con especialidad en Sociología por el Colegio de México.