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Este libro es autobiográfico, pero las actividades intelectuales y políticas de su autor –San Luis Potosí, 1893-México, 1975)– fueron públicas y de tal magnitud que gran parte de lo que cuenta está relacionado con varios de los episodios históricos más relevantes del país en la primera mitad del Siglo XX. Silva Herzog fue uno de los protagonistas secundarios más importantes del gobierno del expresidente Lázaro Cárdenas del Río (1934–1940), toda vez que participó en varias de las decisiones políticas de mayor trascendencia adoptadas en ese periodo histórico, entre ellas la expropiación petrolera y el reparto a campesinos pobres de los grandes latifundios agrícolas y ganaderos que entonces aún existían. En 1938 tuvo a su cargo la auditoria contable que el Estado mexicano ordenó sobre las ganancias de las compañías extranjeras que explotaban el petróleo nacional y se negaban a aumentar salarios a sus trabajadores con el argumento de que no disponían de los recursos necesarios para satisfacer esta demanda.
En su relato hay múltiples sorpresas agradables sobre su infancia, adolescencia y primera juventud en San Luis Potosí. Una de ellas es la revelación de que desde sus años de secundaria escribió poesía, que siempre la cultivó y que llegó a imprimir un par de libros de poemas; sin embargo, esta vocación comenzó a pasar a segundo plano en 1914, cuando fue enviado por un periódico local a cubrir como reportero la Convención de Aguascalientes, es decir, la reunión de los triunfantes revolucionarios de 1910-1913 que recientemente habían destruido la dictadura de Victoriano Huerta e intentaban conciliar sus programas de reforma política, social y económica. Esta labor emergente, realizada a los 21 años, fue decisiva para reorientar los pasos del inquieto joven potosino, quien a partir de esa época conoció y entró en relación personal con varios de los personajes más atractivos del Siglo XX.
Por ello en Una vida en la vida de México se hallan trazos rápidos pero detallados de figuras como José Vasconcelos y los generales Francisco Villa, Eulalio Gutiérrez y Álvaro Obregón, entre otros. De Villa resalta su severa y desconfiada mirada, además de un rasgo poco citado por sus múltiples biógrafos: que en su modo de hablar el castellano usaba muchos “cuatros”, es decir pronunciaba de modo incompleto e incorrecto las palabras, debido a que había nacido y crecido en áreas serranas de Durango y Chihuahua, donde predominaban varias lenguas indígenas. De Obregón, otro de los personajes de mayor calado histórico, dice que fue un gobernante progresista, pues alentó la organización sindical y el agrarismo, pero que su mayor defecto fue asesinar a sus rivales políticos. Aclara asimismo que la frase “nadie soporta un cañonazo de 50 mil pesos” no fue dicha por Obregón con respecto a su presunta afición al dinero público, sino para denunciar que el medio centenar de generales que en 1923 se levantaron en armas para apoyar a Adolfo de la Huerta y rechazar la candidatura de Plutarco Elías Calles pudieron ser financiados por el gobierno de Estados Unidos, entonces empeñado en evitar las reformas sociales en México.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural