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La batalla de Shiloh, Tennessee (1862), fue una de las batallas más célebres de la Guerra Civil estadounidense, ya que en ella salió triunfante el bando que pugnaba por eliminar la esclavitud en Estados Unidos. Sin embargo, esta batalla es también famosa por un enigmático fenómeno: luego del enfrentamiento, las heridas de muchos soldados tenían un tenue resplandor azul verdoso por la noche, ¡eran fluorescentes! Además, para sorpresa de los médicos, las heridas que brillaban sanaban más rápido que las que no brillaban.
Casi 140 años después de la batalla, dicho fenómeno fue finalmente explicado por los jóvenes estudiantes Bill Martin y Jon Curtis durante una feria de ciencias en 2001. Bill Martin tuvo la idea cuando su madre, que era microbióloga, trabajaba con bacterias luminiscentes que viven en el suelo. Luego de enterarse de que las heridas de los soldados brillaban, preguntó a su madre, Phyllis Martin, microbióloga del Servicio de Investigación Agrícola del USDA en Beltsville (Maryland), si la bacteria Photorhabdus luminescens con la que ella estaba trabajando podía ser la responsable del fenómeno visto en los soldados de Shiloh años atrás. Su madre le respondió a Bill que lo experimentara y averiguara; así fue que Bill Martin se asoció con su amigo Jim Curtis para iniciar su investigación.
Durante sus experimentos descubrieron que la bacteria P. luminescens no puede sobrevivir a temperaturas corporales humanas normales. Pero, dado que los soldados estaban heridos y habían permanecido en el campo de batalla hasta que llegaron los médicos dos días después, habrían experimentado hipotermia; las temperaturas nocturnas de principios de abril eran relativamente bajas debido a las lluvias, lo que redujo la temperatura corporal de los soldados y creó las condiciones perfectas para que prosperara la bacteria P. luminiscens.
Las heridas de los soldados podrían haberse infectado fácilmente con la bacteria al quedar expuestas a la suciedad y escombros contaminados. Afortunadamente, la bacteria no es infecciosa para el ser humano, por lo que los soldados no sufrieron ningún daño. Al contrario, esta bacteria libera sustancias químicas que matan otras bacterias y microorganismos, actuando básicamente como un antibiótico muy eficaz, lo que explica por qué las heridas fluorescentes sanaban más rápido que las heridas sin la bacteria fluorescente. Seguramente, esta bacteria salvó la vida de varios soldados.
Pasados los años, la bacteria P. luminescens continuó siendo objeto de estudio de distintos investigadores y, a la fecha, no ha dejado de sorprendernos. Resulta que la salvadora de soldados participa en unas de las asociaciones de cooperación más sorprendentes del mundo natural. La bacteria P. luminescens vive dentro de unos pequeñitos gusanos parásitos llamados nemátodos que, a su vez, viven en los vasos sanguíneos de las larvas de los insectos y se las comen por dentro. La bacteria y los nemátodos mantienen una relación simbiótica, forman una alianza en la que ambos socios se benefician de comerse a los insectos desde sus entrañas. Una vez que los nematodos penetran en las larvas de los insectos, expulsan las bacterias de sus intestinos. La bacteria produce entonces sustancias químicas que suprimen y matan a todos los demás microorganismos junto con su larva huésped. Entonces, los gusanos y la bacteria se alimentan de la larva desde dentro, lo que les permite crecer y reproducirse masivamente sin resistencia del insecto: de un sólo cuerpo de oruga en descomposición por la infección de la unión bacteria-nemátodo se producen más de 100 mil pequeños nemátodos y también un número grande de bacterias. Cuando la larva se vacía, los nematodos se tragan de nuevo las bacterias y las dejan recolonizar dentro de su intestino. Pronto, su bioluminiscencia atrae a otros insectos proporcionándoles una nueva fuente de alimento a este par de socios.
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En matemática, los pitagóricos demostraron que: la suma de las medidas de los ángulos interiores de un triángulo es 180°.
La realidad es más compleja de lo que la ciencia sabe de ella y nos damos cuenta.
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Escrito por Citlali Aguirre Salcedo
Maestra en Ciencias Biológicas por la UNAM. Doctora en Ecología por la Universidad de Umeå, Suecia.