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Cuando aparezcan publicadas estas líneas, el Presidente de la República ya habrá realizado su viaje a Estados Unidos y creo, siguiendo a algunos analistas expertos, que poco o nada habrá cambiado para nuestra patria, habrá habido, sin duda alguna, notas periodísticas impactantes y declaraciones sonoras, pero la crisis seguirá avanzando como consecuencia del SARS-COV2, del mal gobierno que ya padecíamos desde antes de la grave contingencia y, como consecuencia de la escasísima y muy mala intervención gubernamental durante las fases más altas y peligrosas de la pandemia.
Los delicados problemas que afectan a gran parte de la población, seguirán su marcha. Entre ellos, me ha llamado poderosamente la atención la declaración de la Secretaría de Educación Pública que hace unos cuantos días advirtió que, como consecuencia de la pandemia que padecemos, unos 800 mil jóvenes ya no entrarán a la educación media superior. Esto es un mundo de jóvenes. No se trata de falta de entusiasmo de los muchachos o de falta de ganas de progresar en la vida, tenga usted por seguro que la explicación de este fenómeno habrá que buscarla en la dramática situación económica de sus familias.
El Presidente de la República considera que es su obligación ineludible sembrar el optimismo en la población sin importar que se le digan exageraciones o mentiras abiertas y lo hace con extremada frecuencia. “Todo indica que ya tocamos fondo y vamos hacia la superficie, vamos a emerger, vamos a crecer económicamente. Ya tenemos elementos para decir que ya pasó lo peor en términos económicos”, destacó recientemente en una de sus conferencias de prensa matutinas. Pero hay quien tiene “otros datos” y su opinión no es despreciable.
En este momento, según el reporte de abril del Inegi, ya hay 12 millones de mexicanos desempleados y sin ingresos, es decir, si contamos a los del empleo formal que rebasan el millón y si contamos a todos aquellos que se ganaban la vida en el empleo informal, la cifra llega a esos 12 millones y esto no es estar emergiendo de ninguna manera. ¿Y los jóvenes? Junto con las mujeres, son los más afectados. La verdad es que hay análisis serios que indican que educarse, sobre todo cursar la educación media superior, repercute cada vez menos en una mejora de ingresos y resulta cada vez más difícil cursar ese nivel educativo. Ahora se ha puesto de moda, como la solución de soluciones, organizar los cursos en línea. Pero aquí, como en el simple “quedarse en casa” que se recomendó durante las fases iniciales de la pandemia, hay problemas importantes para los jóvenes que desgraciadamente no están muy fácilmente a la vista.
Para concentrarse y trabajar recibiendo una cátedra en línea, porque de eso se trataría, se necesita una computadora individual con un buen servicio de Internet, una habitación apropiada en la que no haya otras personas transitando, hablando o haciendo ruido y se necesita tiempo. ¿Cómo andamos en esos pequeños detalles? Antes de la pandemia, ya en pleno Siglo XXI, muy pocas familias podían tener una computadora para cada uno de sus hijos en edad de estudiar, ahora, con los estragos que ha causado el agresivo virus, muchos de estos dispositivos han ido a parar a la casa de empeño (¿ya se fijó usted las colas que hay últimamente en esos establecimientos?) y no hay suficientes recursos para pagar la Internet.
¿Y las viviendas? Según datos oficiales, muy pocas cuentan con una habitación que se pueda acondicionar para recibir clases en línea, pues ello sería contar con una habitación “de sobra” que no se use para otra cosa, ya que, como queda dicho, se trata de atender a una cátedra durante varias horas. Pero en su gran mayoría, los mexicanos no cuentan con esos lujos, todavía hay muchos que viven hacinados, no tienen luz o habitan (incluso en zonas urbanas) en donde no llega ninguna señal de Internet. No hay, pues, las condiciones mínimas para trabajar en casa.
Estoy enterado de que muchas escuelas “terminaron” el año lectivo con actividades en línea y, para ello, los muchachos se las ingeniaron para recibir tareas y enviar trabajos (solo eso), no en computadoras, sino en teléfonos celulares (trate usted de revisar un trabajo escrito a mano, fotografiado con un celular y enviado por WhatsApp). Dice un amigo director: “la situación en la zona indígena es difícil, ya que no se puede trabajar en línea, solo el 10 por ciento cuenta con servicio de Internet y computadora en sus hogares, un 70 por ciento cuenta con teléfono celular, pero los aparatos no tienen capacidad de almacenamiento para instalar las aplicaciones de las plataformas virtuales y los alumnos no cuentan con el recurso para contratar un plan mensual, solo lo hacen mediante recargas de 10 o 20 pesos que no son suficientes para realizar sus actividades académicas en línea; el 20 por ciento restante no cuenta con ningún medio para trabajar”.
Todo ello, suponiendo que la situación familiar no los haya arrojado a buscar algún empleo. Tengo el ejemplo de unos muchachitos de secundaria y bachillerato que, en ciudades relativamente grandes, se emplean en trabajos para ayudar a la economía de sus hogares, desde hacer aseos en oficinas, cortar pasto en jardines, cargar bolsas en comercios o emplearse para pintar líneas viales en carreteras. Y el caso de otros más “afortunados”, que ya trabajan de peones en la pizca de fresa en un negocio que se encuentra a no menos de una hora y media de su casa y al que los llevan amontonados en camionetas que llegan a las cuatro de la mañana y los regresan a las cinco de la tarde ¿a hacer tarea?, ¿a preparar trabajos escolares?
Pero ahí están las Becas Benito Juárez, programa estrella para la juventud que ha merecido muchos y muy encendidos discursos del Presidente de la República. Solo que nada más llegan a 800 pesos al mes, un equivalente a menos de lo que están ganando con su trabajo de empleados y peones durante una semana y, lo que es peor y más indignante, no se han pagado desde el mes de marzo (al inicio de la contingencia) y, en otros casos, desde el mes de febrero. Hay una página de Internet a la que acuden los muchachos (otra vez la computadora y la Internet) en la que hay que inscribirse y obtener un código, pero, refieren, o la página no abre y proyecta un letrero que dice que está en “mantenimiento” o dice que no hay dinero para el pago o de plano les espeta que no tienen pago pendiente; el dispositivo no da más explicaciones ni plazos. Así están empezando su vida nuestros jóvenes. ¿Sabe usted cuándo se les va a olvidar en qué los transformó el régimen de la Cuarta Transformación?
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Escrito por Omar Carreón Abud
Ingeniero Agrónomo por la Universidad Autónoma Chapingo y luchador social. Autor del libro "Reivindicar la verdad".