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Desde Michoacán, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, anunció el “Programa Estufas Eficientes de Leña para el Bienestar” el pasado cinco de abril. El Programa pertenece al Plan de Justicia para el pueblo Purépecha en Michoacán que también fue inaugurado ese día. Pero este proyecto aleja cada vez más a los mexicanos de las energías limpias, fomenta la tala ilegal en las zonas boscosas y arriesga la salud de la población.
El último censo disponible del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) evidenció que más de 3.36 millones de viviendas en México utilizan leña o carbón como principal combustible para cocinar. Esta cifra, aunque pueda parecer menor, se traduce en una grave crisis de salud pública. El gobierno actual incluso dilapida el uso de energías limpias y su aplicación en los hogares mexicanos.
Hace 42 años, Sheinbaum realizó estudios de campo en Cherán Atzicuirín (Cheranástico), municipio de Paracho, Michoacán, para explicar su tesis sobre estufas agroecológicas. Por lo que, con la contribución de las estufas de leña se “materializa” su trabajo académico años después, tema central de su tesis universitaria; pero lo hace sin contemplar las condiciones actuales en la zona, donde existen cada vez menos bosques y la tecnología ha avanzado; y ahora existen las energías limpias, incluso el uso eficiente de gas.
El programa nacional busca reemplazar los fogones tradicionales, perjudiciales para la salud en Michoacán, al menos 123 comunidades aún dependen de este medio de calentamiento doméstico.
Estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que la exposición al humo generado por la quema de biomasa en interiores es responsable de aproximadamente 4.3 millones de muertes prematuras al año en el mundo; las mujeres y los niños resultan ser los más vulnerables. El hecho de que millones de hogares en México y cientos de comunidades en Michoacán aún utilicen fogones tradicionales, con los consecuentes daños a la salud respiratoria y al medio ambiente, evidencia una posible falta de atención prioritaria o de implementación efectiva de soluciones previas por las administraciones anteriores, incluyendo el inicio de la actual.
Aunque la conexión personal de la presidenta con la región de Cherán Atzicuirín, donde realizó su investigación hace más de cuatro décadas, podría interpretarse como un compromiso genuino, también podría ser visto como un enfoque particularista de una problemática que requiere una atención integral y a escala nacional. La meta de un millón de estufas, si bien ambiciosa, podría resultar insuficiente ante la magnitud del problema que afecta a más de tres millones de viviendas.
La promesa de que el 72 por ciento de la inversión se quede en la zona mediante la compra de insumos locales resulta positiva para la economía regional. Sin embargo, la sostenibilidad a largo plazo aún es cuestionable. Es crucial asegurar la transparencia en la adquisición de estos insumos y la calidad de las estufas para evitar posibles actos de corrupción o la ineficiencia del programa.
La iniciativa de las estufas eficientes tiene, además, un lanzamiento tardío, su alcance es limitado y la necesidad de garantizar una adecuada implementación y sostenibilidad motivan cuestionamientos sobre la efectividad y la priorización de las políticas públicas del gobierno en relación con las comunidades vulnerables y la salud colectiva.
Más allá de la inversión inicial, la persistencia del gobierno en la promoción de estufas de leña plantea interrogantes a las comunidades. Las primeras voces de la sociedad civil ya señalan posibles irregularidades en los procesos de licitación y contratación, lo que agrega desconfianza sobre si los recursos realmente llegarán a quienes más los necesitan o si se diluirán en la opacidad burocrática. La señora Francisca, habitante de una comunidad indígena cercana a Paracho, compartió a buzos sus inquietudes.
“Desde que tengo memoria, hemos cocinado con leña. El humo nos hace toser mucho a mis nietos y a mí. Si estas estufas nuevas ayudan a que ya no respiremos tanto humo, será una bendición. Pero oímos que a veces el dinero no llega completo... esperemos que esta vez sí sea diferente”, explicó.
Su testimonio refleja la esperanza de muchas familias que anhelan la alternativa más saludable y segura para cocinar y calentarse. Sin embargo, también demuestra una innegable desconfianza, producto de experiencias pasadas cuando los programas sociales no cumplían sus promesas.
La primera etapa del programa pretende instalar 16 mil 500 estufas en hogares michoacanos; esto ha generado que en comunidades como Cherán Atzicuirín acudan técnicos de los gobiernos Federal y estatal, que han comenzado los censos y las evaluaciones de las viviendas para determinar las necesidades y las condiciones para instalarlas.
Don Rafael, líder comunitario de la región, comenta: “hemos tenido reuniones informativas. La gente está esperanzada, pero también hay dudas. Queremos que las estufas sean de buena calidad y que la instalación sea adecuada. También es importante que nos enseñen a usarlas correctamente y a mantenerlas”. Su preocupación subraya uno de los desafíos cruciales para el éxito del programa: la capacitación y el acompañamiento a las familias beneficiarias.
Las estufas de leña o biomasa, a pesar de ser una fuente de calor accesible en muchas comunidades, presentan diversos inconvenientes, entre ellos, la emisión de contaminantes como monóxido de carbono, hidrocarburos aromáticos policíclicos y dióxido de nitrógeno, que generan problemas respiratorios, enfermedades y, en algunos casos, cáncer. Además, el uso ineficiente puede llevar a un mayor consumo de leña y a la deforestación, con lo que impactan negativamente al medio ambiente.
La adopción generalizada de estas estufas depende de factores socioeconómicos y culturales. La inversión inicial, aunque subsidiada, puede ser prohibitiva para algunas familias. Además, los hábitos de cocina y las preferencias culturales pueden influir en la aceptación y el uso continuo de estas tecnologías. Resulta fundamental efectuar un análisis exhaustivo de tales factores para asegurar que el programa sea verdaderamente viable y equitativo.
Carlos Escobar, ingeniero ambiental, analizó para buzos tres aspectos negativos del uso de estufas de leña; en primer lugar, la eficiencia de las estufas, aunque superiores a los fogones tradicionales, no eliminan por completo la emisión de partículas finas y otros contaminantes. Estudios recientes muestran que, en condiciones reales de uso, la reducción de emisiones no siempre alcanza los niveles esperados. Esto significa que la exposición a contaminantes, especialmente en hogares con ventilación deficiente, se mantiene como un riesgo para la salud respiratoria, particularmente en niños y adultos mayores.
Un segundo problema radica en la dependencia continua de la leña como combustible, con lo que se plantean desafíos significativos en términos de sostenibilidad. La presión sobre los bosques locales persiste y la recolección de leña, a menudo realizada por mujeres y niños, se vislumbra como una tarea ardua que consume mucho tiempo. Si la fuente de biomasa no se gestiona de manera sostenible, el programa podría inadvertidamente contribuir a la degradación forestal y a la pérdida de biodiversidad a largo plazo.
Un tercer inconveniente, explicó Escobar a este semanario, tiene que ver con el ciclo de vida completo de las estufas: la producción, distribución y eventual desecho de los materiales utilizados dejarán una huella ambiental que debe ser evaluada. ¿Se están utilizando materiales de bajo impacto ambiental? ¿Existe una estrategia clara para la disposición final de las estufas una vez que cumplan su vida útil? Cuestionó. Las preguntas resultan cruciales porque deben abordarse integralmente de cara a la sostenibilidad del programa.
Si bien las estufas eficientes de leña representan un “avance” en comparación con los métodos tradicionales, el programa no está exento de desafíos ambientales y sociales. Es imperativo realizar un seguimiento riguroso de su impacto real, invertir en fuentes de energía más limpias y sostenibles a largo plazo y considerar las particularidades de cada comunidad para garantizar que las soluciones implementadas sean verdaderamente benéficas para el medio ambiente y la salud de la población.
Un análisis crítico y una visión a largo plazo son esenciales para evitar que una solución pensada para el bien genere consecuencias no deseadas.
Una de las alternativas con mayor potencial en la región es la estufa solar. Michoacán, con sus abundantes horas de Sol al año, ofrece un escenario ideal para la adopción de esta tecnología. Según datos de la Secretaría de Energía (Sener), en promedio, el estado recibe entre cinco y seis kilovatios-hora por metro cuadrado de radiación solar diarios. Esto significa que una estufa solar bien diseñada podría satisfacer las necesidades básicas de cocción de una familia sin generar emisiones contaminantes, desechando el consumo de leña.
El testimonio de María López, habitante de una comunidad rural en la Meseta Purépecha, ilustra los beneficios potenciales: “he visto en otras comunidades cómo usan el Sol para cocinar. Dicen que la comida queda igual de rica y ya no tienen que ir al monte por leña. Para nosotras las mujeres, eso sería una gran ayuda, porque a veces caminamos horas para encontrar suficiente madera”. Su testimonio destaca no solamente el ahorro de tiempo y esfuerzo, sino también la reducción de la carga que implica la recolección de leña, una tarea que recae principalmente sobre las mujeres y los niños.
Otra alternativa viable es la estufa de gas LP de bajo consumo. Si bien el gas LP no es una fuente de energía renovable, su combustión es mucho más limpia que la de la leña, reduciendo significativamente la emisión de partículas finas y otros contaminantes perjudiciales para la salud respiratoria. Organizaciones como el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) han documentado la elevada incidencia de enfermedades respiratorias en comunidades que utilizan leña para cocinar, especialmente entre niños y adultos mayores.
Un programa de subsidio para la adquisición de estufas de gas eficientes y cilindros podría tener un impacto inmediato en la salud de miles de familias michoacanas.
Además, el impulso de proyectos de biogás a pequeña escala representa una oportunidad para fomentar la economía circular y la autosuficiencia energética en las comunidades rurales. Los residuos orgánicos, como desechos agrícolas y estiércol animal, pueden servir para generar biogás, un combustible limpio, útil para cocinar y calentar agua. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha implementado con éxito proyectos de biogás en diversas comunidades rurales de América Latina, demostrando su viabilidad y los beneficios ambientales y económicos implícitos.
El ingeniero agrónomo Javier Pérez, quien ha trabajado en proyectos de energías renovables en Michoacán, señala: “El potencial del biogás en este estado es enorme. Muchas comunidades tienen acceso a recursos orgánicos que podrían transformarse en una fuente de energía limpia y constante. Esto no sólo reduciría la dependencia de la leña, sino que también generaría empleos locales y fortalecería la economía de las familias”.
La inversión de 500 millones de pesos (mdp) en estufas de leña del Gobierno Federal parece una oportunidad perdida para impulsar una transición energética justa y sostenible en Michoacán. En lugar de perpetuar una tecnología obsoleta con graves consecuencias para la salud y el medio ambiente, el gobierno morenista pudo haber destinado estos recursos a programas integrales que promuevan el acceso a estufas solares, estufas de gas eficientes y proyectos de biogás, y sentar las bases para un futuro más limpio y saludable ante las comunidades michoacanas.
La adopción de tales alternativas no solamente aliviaría la presión sobre los valiosos recursos forestales del estado, sino que también mejoraría significativamente la calidad de vida de sus habitantes.
El “Programa de Estufas Eficientes de Leña para el Bienestar” no representa una oportunidad significativa para mejorar la calidad de vida de millones de mexicanos que aún cocinan en condiciones precarias. Su conexión con la investigación académica de la Presidenta le otorga un simbolismo particular. Sin embargo, el camino hacia un futuro sin el humo perjudicial de los fogones tradicionales es largo y requiere algo que no se aprecia en este programa: un compromiso sostenido, una planificación cuidadosa y una colaboración estrecha entre el gobierno, las comunidades y la sociedad civil.
El lanzamiento del “Programa de Estufas Eficientes” es la “materialización” de un antiguo interés académico de la Presidenta, pero no servirá para mitigar los daños a la salud causados por los fogones tradicionales y llega en un contexto donde la magnitud nacional del problema sugiere una posible respuesta gubernamental históricamente lenta o con recursos insuficientes.
La focalización inicial en Michoacán, si bien comprensible por la trayectoria de la Presidenta, plantea interrogantes sobre la estrategia para abordar las necesidades similares en otras regiones vulnerables del país.
En última instancia, el éxito de un programa de este tipo no sólo se mide por el número de estufas instaladas y la inversión local generada, sino por su capacidad para escalarse efectivamente y de forma sostenible en México, demostrando un compromiso gubernamental integral y oportuno con la salud y el bienestar de las comunidades más necesitadas; pero sobre todo que se incluya el uso de nuevas tecnologías, en este caso, energías limpias.
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Escrito por Laura Osornio
colaboradora