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Para algunos analistas de la escena mundial, el pasado 24 de febrero, cuando se inició la operación militar rusa en Ucrania, marcó la entrada de una nueva era geopolítica y afirman que Occidente —con América Latina incluida— enfrenta una situación nueva desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Lo que estos estudiosos omiten es que la competencia estratégico-militar entre las potencias multiplicó los conflictos que hoy son llamados “guerras invisibles”, como la que padece Yemen, en Medio Oriente.
Yemen está en medio de la peor catástrofe humanitaria; y aunque esta calamidad se gestó hace décadas, es invisible para la prensa corporativa porque obedece al injerencista plan occidental de remodelar Medio Oriente conforme a sus intereses. Este país del sur de la península arábiga se quitó el pesado lastre del control británico hasta 1967 y cuando en los años 90 unificaba su territorio el secesionismo desató una guerra civil.
Todo empeoró con la mal llamada primavera árabe y sus manipuladas manifestaciones que inducían a imponer un modelo político occidental. En 2011 los yemeníes sufrían la pobreza, el desempleo y los males que acarreaban las prácticas políticas de un gobierno cleptocrático.
En una crisis de gobernabilidad y desconfianza se dio la confrontación entre hutíes –una comunidad independentista de mayoría chiita– y el gobierno. En 2014, ese grupo independentista dio un golpe de Estado y alcanzó Saná, la capital yemení y el estratégico mar Rojo, pues sus fuerzas sumaban entre 100 mil y 140 mil efectivos.
Este cambio en el status quo de Yemen implicó una nueva guerra civil y un desafío al liderazgo regional de Arabia Saudita, la monarquía petrolera sunita adversaria del chiismo, la otra vertiente del Islam que profesa Irán. Fue así como el movimiento de resistencia hutí, el otro coloso político del mundo musulmán, se enfrentó con el gobierno.
Arabia Saudita respaldó al presidente yemení Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, quien resultó electo sin tener ningún contendiente. Desde 2014, Saná ha sido bombardeada por la coalición de países árabes que dirige Arabia Saudita y los yemeníes sufren el férreo bloqueo que impide todo ingreso de alimentos y otros bienes básicos.
El conflicto, que ya dura seis años, ha convertido a Yemen en el Estado más pobre del Medio Oriente, a pesar de situarse en una región que integra riquísimas monarquías petroleras y precarias democracias.
De los 30.5 millones de yemeníes, 17.4 millones requieren ayuda para alimentarse y sobrevivir, mientras 20 millones carecen de atención médica básica. El 50 por ciento de su economía colapsó, pues sus exportaciones de hidrocarburos cayeron el 80 por ciento y acumula pérdidas por 126 mil millones de dólares (mdd).
El extraño conflicto en el Golfo Pérsico
Yemen se sitúa en una región considerada “encrucijada estratégica” porque controla las rutas comerciales entre Asia, la región del Golfo y Europa. Para EE. UU. la emergencia del movimiento hutí significó el temido retorno de los musulmanes chiitas a la escena. Es decir, que más allá de la relación religiosa con ese grupo, era evidente el respaldo político de la República Islámica de Irán. Así Washington explota a su favor la tradicional rivalidad geopolítica entre Arabia Saudita e Irán con el giro bélico que los rebeldes hutíes dieron a Yemen.
En la órbita del conflicto de Yemen es necesario tener una mirada geopolítica que obliga a ver a la Península Arábiga como zona de contacto con el Cuerno de África. Es decir, una región estratégica con plenitud de puertos, pozos de petróleo, y donde transitan todo tipo de mercancías –incluidas armas– y poblaciones multinacionales.
La guerra en Yemen es un “extraño conflicto”, como lo denomina la analista Fatiha Dazi-Heni, en virtud de que los sauditas pretenden dictar su línea de conducta a sus vecinos árabes. Para ello cuentan con un influyente grupo de presión en las cúpulas políticas de EE. UU. Quienes no concuerdan con ese liderazgo u olvidan quién fue potencia hegemónica regional durante el Siglo XX, pagan las consecuencias, como sucedió con Qatar, recuerda Dazi-Heni.
La pandemia de Covid 19 aceleró la pobreza, el hambre y las enfermedades que conlleva el conflicto militar. Más allá del desastre económico, la escalada de la violencia guerrera se ceba sobre los civiles. Si en enero se agotaba el combustible, hoy las misiones humanitarias no logran llevar alimentos básicos a 1.8 millones de niños.
Ésta es la situación de un país con el que México estableció relaciones diplomáticas el 11 de diciembre de 1975. Entonces la República Árabe de Yemen (también llamada Yemen del Norte) se unió con la República Democrática Popular del Yemen (Yemen del Sur). Nuestro país mantuvo vínculos con el Estado reunificado.
Tras la guerra entre hutíes y la Coalición que lidera Arabia Saudita, México contribuyó con 225 mil dólares para luchar contra la epidemia de cólera que afectó a la población en pleno conflicto armado. Esos recursos fueron entregados a través de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Guerra perpetua
La guerra civil en Yemen es el amargo saldo de la rivalidad geopolítica entre Estados Unidos (EE. UU.), la Unión Europea (UE) y las monarquías árabes por un lado e Irán y sus aliados hutíes por el otro. Este análisis de buzos sobre el conflicto obedece a la urgencia de subrayar que México debe tener presente la fuerte convicción antiimperialista de los rebeldes hutíes.
Organismos humanitarios internacionales han alertado que uno de cada tres muertos en el conflicto son civiles. Enero fue el mes más sangriento desde que la coalición que lideran los sauditas lanzó su ofensiva sobre los hutíes.
La organización que rastrea las cifras de esa confrontación, Yemen Data Project, registró 139 muertes y 280 heridos civiles como consecuencia de los bombardeos saudíes. Desde 2015 han sido asesinados unos 20 mil civiles, luego de que, en octubre de 2021, el Consejo de Derechos Humanos (CDH) de la ONU puso fin al mandato de expertos que vigilaban contra los abusos.
En ese contexto, el gobierno estadounidense de Joseph Robinette Biden complicó más la situación al confirmar la clasificación de “terrorista” a la organización de los hutíes, con lo que extendió las sanciones a ese Estado e impidió el arribo de ayuda humanitaria.
En lo que no hay restricciones es en la abierta intervención de Washington, Londres, París, Ottawa y Berlín en esa guerra “olvidada”. En septiembre de 2019, excepcionalmente, el informe de la ONU hizo responsables de intervencionismo criminal a estos países de Occidente en la crisis de Yemen.
Potencias impiden la independencia
1839. Gran Bretaña convierte a Yemen en colonia.
1962. Una revolución concluye el régimen del imanato en Yemen del Norte y anuncia la creación de la República Árabe de Yemen (RAY).
1967. Tras ocho años de guerra civil se impone la experiencia socialista de la República Popular y Democrática de Yemen (RPDY) que entra en conflicto ideológico y militar con Yemen del Sur (RAY).
1990. Se unifican la RAY (Yemen del Norte) y la RPDY (Yemen del Sur) y crean la República de Yemen (RY).
Seis de agosto de 1990. En el Consejo de Seguridad de la ONU Yemen se abstiene de votar en la acción militar contra Saddam Hussein. EE. UU. percibe esta decisión como pro-iraquí y pone bajo la lupa al gobierno de Saná.
2000. Yemen y Arabia Saudita pactan definir sus fronteras.
2015. Arabia Saudita y las monarquías árabes apoyadas por EE. UU. y sus aliados bombardean objetivos de las guerrillas hutíes. El conflicto escala y no cesa tras siete años.
2017. Arabia Saudita rompe relaciones con el Emirato de Qatar, al que acusa de apoyar el terrorismo y participar en actos de desestabilización con Irán. Los saudíes y Emiratos Árabes Unidos cierran su espacio aéreo y marítimo, así como la única frontera de la península qatarí por la que transita el 90 por ciento de sus productos.
Saldo de guerra: 377 mil personas han muerto en la guerra de Yemen y 4.3 millones de personas han huido de sus casas.
El informe que redactó el CDH de la ONU, a cargo de la experta independiente Melissa Parke, y que la prensa occidental ocultó, señalaba que los países que suministran armas y apoyo logístico a la coalición liderada por el gobierno de Riad –Arabia Saudita– contribuía al sufrimiento y la hambruna de la población yemení que vive en situación de guerra.
El análisis, producto de 600 entrevistas con víctimas y testigos, consultas a documentos e investigación de casos particulares, concluyó con estas palabras: “Está claro que el continuo suministro de armas a las partes en conflicto perpetúa el enfrentamiento y prolonga el sufrimiento de los civiles”. En síntesis, la ONU subrayó que las armas de la coalición que integran Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, les son vendidas por los gobiernos estadounidense, británico y francés.
A tres años de ese informe, hoy los expertos coinciden en que no hay solución militar para la guerra en Yemen. El reporte del conflicto es delicado: se multiplican las líneas de frente, crecen las víctimas civiles y la inestabilidad se extiende a toda la región.
De ahí el llamado del Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, en el sentido de que “la comunidad internacional tiene el deber de ayudar a Yemen ante la aguda crisis humanitaria que experimenta”. Más aún cuando la pandemia y el conflicto en Ucrania han incrementado el costo de las materias primas.
El enfrentamiento militar ha ocasionado daños a la infraestructura de ambas partes debido a los bombardeos indiscriminados. El 25 de marzo las milicias hutíes atacaron una importante instalación de la petrolera estatal Aramco, en Arabia Saudita.
No todo el acoso es militar. En septiembre pasado un académico yemení, que el sitio geopolitics.uk cita como Mohamed Ali, denunció la nueva política de guerra saudita de provocar disgusto y resentimiento de los profesionistas yemeníes contra los hutíes. El profesor declaró que repentinamente se anunció su despido de la Universidad de Arabia Saudita en la que impartía clases.
Lo llamó el director del plantel de la ciudad sureña de Asir para informarle que debía abandonar el reino de inmediato. Tal práctica ha sido aplicada contra cientos de yemeníes profesionistas (profesores, doctores, trabajadores con residencia regular) para ser reemplazados por empleados no yemeníes.
Tal amenaza pesa sobre cientos de sus paisanos, cuyos salarios son muy elevados comparados con sus colegas en Yemen. Con estos despidos se les obliga a regresar a un país en vilo y a enfrentar epidemias, bombardeos y una guerra interminable que no reportan los canales de televisión ni los principales diarios de Occidente.
La guerra invisible de Yemen se da en lo que el editor del Harper’s Magazine, Andrew Cockburn, denomina “la zona gris” de los persistentes conflictos con los que lucra EE. UU. En su libro Los despojos de la guerra, Cockburn destaca el rol que juega la industria armamentista estadounidense promoviendo los conflictos globales que van de Yemen a Siria, Libia y Ucrania a fin de beneficiarse.
“Estoy completamente convencido de que veremos más amenazas bélicas desde Ucrania contra Rusia y que los Estados Unidos seguirán vendiendo armas a Arabia Saudita en su guerra contra Yemen para seguir masacrando a civiles. Pero nadie ve inconveniente en que las firmas armamentistas obtengan cada vez más beneficios”, declaró Cockburn.
Entretanto los yemeníes ahora no han dejado pasar la oportunidad de asumir una actitud paradójica al acoger con escandaloso “humanitarismo” a refugiados ucranianos, mientras su población padece desde hace años guerras de baja y gran intensidad, cotidianos crímenes de guerra y una crisis humanitaria que no registran los medios corporativos.
Así es Occidente, fascinado con su propio ombligo y desoyendo el grito del Medio Oriente. Esta mentalidad imperialista, según la cual lo que ocurre en Europa tiene más relevancia que lo que sucede por ejemplo en Yemen, condena al vacío de informaciones relacionadas con las crisis humanitarias, denuncia Joan Cabasés.
Sin embargo, a principios de 2022, un sector de yemeníes prosauditas anunció que buscaba una hoja de ruta para poner fin al conflicto armado, pero sin los rebeldes hutíes. Fue de este modo como en Riad empezó un diálogo intra-yemení al que convocó el Consejo de Cooperación del Golfo Pérsico, que integran Kuwait, Baréin, Omán, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita.
Su objetivo era establecer una agenda de compromisos, aunque no hay optimismo por la ausencia de los hutíes, que habrían rechazado asistir a esas negociaciones. El 30 de marzo, la coalición que combate a estos rebeldes anunció un alto al fuego unilateral para propiciar el éxito en sus consultas internas.
Y aunque la prensa dio gran relieve a ese anuncio, omitió aclarar que esa fecha se eligió precisamente porque entre los musulmanes ese día se inicia el mes de ayuno que el Islam exige se siga en plena paz.
La coalición que lidera Arabia Saudita también ha evolucionado en lo que Quentin Müller y Sebastian Casteller llaman “juego de influencias” en Yemen. Por un lado el sultanato de Omán decidió acoger a refugiados yemeníes y brindar ayuda humanitaria a través de su frontera, actos que desafían la hegemonía saudita. Por otro, los Emiratos Árabes Unidos se han consolidado como potencia militar, un proceso que tampoco agradará al reino saudita.
Para el analista Laurent Bonnefoy, cuando Arabia Saudita se ocupa de asuntos de política regional generalmente se atasca y produce fiascos. Además de Qatar y Líbano en el pasado, Yemen sería el caso ejemplar de esas intervenciones fallidas del poderoso reino petrolero. Siete años después de su ofensiva, Riad no ha logrado desmantelar al movimiento hutí, que sigue controlando la capital yemení y gana terreno.
Desde septiembre de 2020, la isla de Socora, ubicada en el archipiélago que históricamente olvidó el gobierno central yemení está bajo control de los separatistas hutíes. Este enclave geoestratégico está situado en la entrada del Golfo de Adén, donde fluye el tráfico entre los mares Pérsico, Rojo e Índico.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.