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Diana Itzel Lugo Sánchez/Jaime Mondragón/Victor Vilchis Castillo
Evan piensa que otros niños la están pasando mal “porque no pueden salir de la casa, están encerrados; solo tienen trabajo, tienen que estar en la casa, sin nada”. Lulú, de 12 años, observa que no todos sus compañeros pueden mantenerse en casa porque deben acompañar a sus mamás al trabajo o, como su amiga, que tiene que ir al médico.
Éste es el contexto de confinamiento familiar en el que millones de niños mexicanos viven desde que, el 27 de febrero de este año, el Gobierno Federal –vía su vocero en este rubro, Hugo López-Gatell, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud– reconoció la existencia del Covid-19, pandemia que hasta el 10 de mayo había causado oficialmente la muerte de tres mil 465 personas, enfermado a 35 mil 22 más y mantenido bajo sospecha de infección a otras 19 mil 939.
Pero más allá de estas cifras, día a día en alza exponencial, organizaciones como Amnistía Internacional advierten que, en México, hay grupos sociales con mayor vulnerabilidad al contagio de Covid-19: las personas de la tercera edad, los pacientes de enfermedades degenerativas, el personal de salud, los indigentes, los migrantes y la población originaria, la mayoría pobre y marginada.
Frente a esta situación de desigualdad socioeconómica, David Cotacachi y Ana Grigera, especialistas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), explican que las medidas estandarizadas aplicadas por la Secretaría de Salud (SS) del Gobierno Federal no consideran la diversidad cultural que hay en México, ni el bajo acceso a los servicios básicos de gran parte de la población nacional.
Fue por esta razón que, recientemente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) informó que el Covid-19 reveló y destacó las desigualdades sociales que hay en el mundo, así como las deficiencias institucionales para combatirlas. En el caso de México, la pandemia expone, además de la extrema iniquidad socioeconómica, varias limitaciones en la educación básica, uno de los sectores más afectados por la emergencia sanitaria
Entre esas limitaciones destaca el hecho de que menos del 50 por ciento de la población carece de acceso directo a tecnología digital, apenas un poco más de la mitad dispone de Internet; y aunque el 92 por ciento tiene televisión, la mayoría de los maestros y alumnos no tienen la “alfabetización digital” que requiere la educación en línea o a distancia.
Pero estos no son los únicos problemas de los educandos mexicanos: en su actual confinamiento habitacional, los infantes de kínder, primaria y secundaria están sometidos a altos niveles de estrés por el teletrabajo, además de la incertidumbre laboral y económica de sus padres, ya que la mayoría pertenece a sectores sociales de nivel económico bajo.
“Me la paso en mi casa estudiando y dibujando”, cuenta Evan, de seis años, mientras que su hermano Fabián, de 10, señala que extraña a sus amigos, maestras y un “poco menos” el estudio.
Aunque hoy disponen de más tiempo para ver la televisión, jugar y descansar, ambos hermanos reconocen que se hallan aburridos, como ocurre en otros niños que tienen el privilegio de formar parte de una familia cuyo hogar cuenta con telefonía fija, servicio de Internet y continúan con sus clases a distancia.
Evan y Fabián forman parte de un sector limitado de los 32 millones de alumnos de educación básica y que, por esta situación, acceden a la enseñanza en línea y pueden considerarse “sujetos de derecho” de la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (LGDNNA) y la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) que el gobierno de México suscribió en 1990.
Sin embargo, Evan y su hermano Fabián, quienes estudian en una escuela pública de la Ciudad de México (CDMX), sienten que la cuarentena resulta aburrida y que el encierro implica más trabajo para su mamá, quien desafortunadamente no puede darles el tiempo ni la atención necesaria porque debe pensar en la situación económica.
Por ello, Juan Manuel Pérez García, director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), considera que “los problemas que tenía la niñez antes de la pandemia, van a profundizarse con todas las medidas que se han tomado en torno a la pandemia”, indicó a buzos.
“Me refiero al cierre de escuelas, al confinamiento, que si bien en el caso mexicano no está como obligatorio, sí con la urgencia de cumplirlo y con la pérdida de empleos de las personas adultas que son proveedoras de las familias”, agregó Pérez García, quien también es coordinador de Tejiendo Redes Infancia, proyecto que financia la Unión Europea (UE) para defender y promover los derechos de la niñez y la adolescencia en América Latina y el Caribe.
El especialista identificó tres problemas en la infancia de México, que la cuarentena ha expuesto: El primero se refiere a la invisibilidad de los infantes pese a que representan el 30 por ciento de la población nacional; este problema, explicó, se debe a que no hay una estrategia de comunicación articulada entre el Gobierno Federal y los estatales.
El segundo consiste en que el debate sobre la estrategia de educación emergente está pensada desde el mundo adulto; y el tercero se relaciona con el alza de la “violencia en casa”, ya que el 63 por ciento de las personas en este país utilizan los golpes con fines disciplinarios.
Emily Dánae, profesora con tres años de experiencia en la región sur de la CDMX, afirmó que el uso de la violencia es resentida por los infantes, no solo por el maltrato directo que reciben de sus familiares, sino también por las agresiones que hay entre los adultos; la percepción de que viven al día y de que en cualquier momento pueden padecer la falta de un techo.
En el webinar Desafios del sistema educativo y el derecho a aprender en el confinamiento por la pandemia de Covid-19, realizado el pasado 29 de abril mediante del ciclo #NiñezPrimero, iniciativa de Tejiendo Redes Infancia, el abogado venezolano José Ángel Rodríguez, del Comité de los Derechos del Niño (CDN) de la ONU, advirtió que los Estados no solo tienen el compromiso de defender la educación, sino también la dignidad del niño, como lo establece el Artículo 29o del CDN, del cual forma parte México.
Educación “a mucha distancia”
Cuando la Secretaría de Educación Pública (SEP) anunció la suspensión de las actividades educativas presenciales a partir del 20 de marzo y mantener las clases a distancia mediante el uso de las tecnologías de comunicación modernas, atendió puntualmente una de las recomendaciones de Christian Skoog, representante del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Sin embargo, en la aplicación de estas medidas, la SEP soslayó una de sus varias limitaciones: que solo la televisión, con un 92.5 por ciento de cobertura a nivel nacional –según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi)– se aproxima a satisfacer los requerimientos de la “educación a distancia” de escolares de nivel básico.
De acuerdo con el Inegi, solo el 44.3 por ciento de los hogares en México disponen de una computadora y el 56.4 tienen conexión a Internet. Por ello, Rodrigo González, profesor investigador del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), precisó a buzos que la migración a las clases en línea solo exhibió la desigualdad y marginación que existe en los sectores sociales, entre los cuales hay “grises muy finos, grises en alfabetización y en acceso a oportunidades”.
El también investigador de la cátedra UNESCO-AMIDI, destacó: la “falta de alfabetización digital por parte de maestros, administrativos y padres, la cual genera una ausencia de convergencia en la educación a distancia, ya que estamos muy lejos de la educación mediada y mediadora por tecnologías digitales”.
Según el especialista, quien tiene más de ocho años de experiencia en educación a distancia, afirma que, a la fecha, en México solo 44.6 por ciento de los usuarios de Internet dan un uso escolar y que la mayoría son jóvenes y adultos, razón por la que la migración de clases presenciales a en línea genera problemas entre los infantes.
De acuerdo con las cifras ya mostradas, apenas la mitad de la población cuenta con conexión a Internet y menos de esa mitad posee una computadora en sus hogares. Esto se debe a que 70.1 por ciento de la población de seis años es usuario de Internet y 75 por ciento usa teléfonos celulares.
El diagnóstico del investigador Rogelio González es constatado por varios de los entrevistados por buzos.
Lulú estudia el primer año de secundaria; a pesar de que tiene acceso a la educación en línea, confiesa que enfrenta dificultades todos los días: “el Internet es muy lento y ahorita todas las plataformas se están saturando”. A este problema se suma otro no menos incómodo, que manifiesta a modo de queja:
“Me están dejando más tareas de lo que normalmente dejaban en la escuela. Eso me desespera porque no puedo repartir bien el tiempo para hacerla; en ocasiones me faltan algunas o me impiden hacer lo que me gusta. Todo el día es tarea, tarea”.
Y mientras para Lulú la educación en línea –al igual que en Evan– se ha convertido en más trabajo escolar, en Fabián significa más descanso, porque no tiene que estar presente en su escuela. Las diferencias de percepción sobre la “migración” educativa, depende de cada alumno, cada maestro y cada familia.
En efecto, para los padres y las madres de familia –especialmente para ellas– la cuarentena generada por la pandemia resultó un desafío no solo por el reacomodo de actividades, horarios y espacios al interior de sus casas, sino también por el uso de la computadora o el celular para recibir y enviar las tareas solicitadas por los maestros.
Elah, madre de María José, de ocho años, cuenta que fue difícil planear otra rutina porque, primero, era solo un mes; pero como “se aumentó el confinamiento nos mandaron un link para revisar las calificaciones y empezaron en televisión los temas que deben estudiar según el grado; a Elah le toca a las dos de la tarde”.
Algunos profesores insisten en que los alumnos se conecten a la misma hora para la clase, porque al carecer de “alfabetización digital”, como asegura Pérez García, no comprenden que la educación a distancia es asincrónica y precisa de otros criterios de evaluación que, naturalmente, desconocen.
“Estamos enfrentando maestros y maestras que tienen que interactuar en un territorio que no conocen y que criminalizaron. Recordemos que todavía antes de la pandemia se confiscaron teléfonos y tabletas a niños, porque tienen una cultura que criminaliza lo digital y están en un terreno que están obligados a usarla para cumplir con su trabajo”, comenta el coordinador de Tejiendo Redes Infancia.
En la educación a distancia impartida por televisión se ha detectado un problema que Paula, de 12 años y estudiante de Tláhuac, explicó así: “ver una y otra vez la misma lección y hacer un reporte que uno no sabe si revisarán produce tedio”.
La docente Emily Dánae, egresada de la Benemérita Normal de Maestros, sostiene que uno de los grandes problemas generados por la cuarentena se halla en que la educación a distancia fue implementada para impartirse en delegaciones céntricas y no en las periféricas, asunto que no es nuevo, porque proviene del viejo centralismo burocrático imperante en México.
Educación en línea, deuda del Estado
El 27 de marzo de 2020, día en que el titular de la SEP, Esteban Moctezuma, anunció el protocolo de las clases en línea y la activación de ayuda psicológica por teléfono para evitar el estrés y otros síntomas ocasionados por el confinamiento, indicó que los maestros serían capacitados a través del portal MéxicoX.
Pero Emily Dánae, quien imparte clases en Santiago Tulyehualco, cuestiona esta capacitación, porque el programa utilizado no está al alcance de todos los maestros. “Lo único que nos han dado es la parte de Classroom y G Suite; yo pensé que estaban padres; sin embargo, yo no las voy a ocupar porque tengo niños que no tienen esos recursos y me tengo que adaptar a ellos”, explicó.
O sea que las clases en línea solo sirven a los pocos maestros que están alfabetizados digitalmente, mientras el confinamiento acentúa varios de los problemas que ya existían. Por ello Pérez García, el director de REDIM, considera que esta práctica educativa es hoy una deuda del Estado hacia la infancia mexicana, con la que además se profundiza otra igualmente difícil de superar: la falta de diálogo intergeneracional:
“Las personas adultas, en general, tenemos que asumir nuestra dificultad de diálogo intergeneracional y ésa es una deuda, porque no estamos escuchando de manera horizontal, auténtica y de forma comprometida a niños, niñas y adolescentes. Escucharlos y establecer relaciones horizontales, democráticas, en las familias y en las escuelas”. Por ello, puntualizó, es urgente que el Estado cree “mecanismos de participación que permitan que niñas y niños sean tomados en cuenta”.
Una petición, en este sentido, surgió en abril pasado por cuenta de Change.org y Camila Ollin Pérez Murcio quien, a través de la clave #evaluaciónjustaparalos estudiantesdeeducaciónbásicaymedia superiorenMéxico llamó a Esteban Moctezuma Barragán, Marcos Bucio Mújica y Enrique Graue Wiechers a considerar la situación de los niños, niñas y adolescentes en la cuarentena, porque se hallan expuestos a situaciones de estrés debido a los problemas generados al acceder a la tecnología digital.
“No se puede castigar dos veces; una con la falta de oportunidad durante el confinamiento; y dos con la suspensión y repetición cuando reabran las aulas”, escribió Camila, quien asimismo exculpó de esta situación a los docentes, ya que la mayoría carece de este tipo de docencia especializada, incluso convocó a sumarse a su petición.
Y no le falta la razón a la activista, pues los sentimientos más comunes en muchos niños de educación básica son el aburrimiento, el pesar y el hartazgo que les producen tantas tareas dictadas en línea o por televisión mientras permanecen confinados en sus casas.
Así lo confiesa Paula, estudiante de secundaria de una escuela pública de la región oriental de la CDMX, mientras que María José, de ocho años, con residencia en otra parte de la capital, extraña sus paseos en la plaza y advierte que lo único abierto en su colonia es el supermercado. Para ellas, el Covid-19 es un “bichito, verde, redondo y travieso”.
Lulú, de 12 años, desea ver a sus profesores más allá de una pantalla y resiente la falta de interacción con ellos. Paula se pregunta por qué la educación ahora solo tiene materias de estudio en libros, pantallas y teclados y extraña sus lecciones de baile, de arte y cultura.
Estos testimonios sobre el confinamiento en casa deben ser compilados y bien estudiados, recomienda el doctor Rodrigo González, porque los procesos sociales se están moviendo y “no vamos a regresar a la misma escuela”, como se evidenció el pasado 30 de abril, cuando en la conferencia “Pregúntale al Dr. López- Gatell”, éste no brindó las respuestas idóneas que esperaban los niños que integraron ese diálogo infantil.
Para el coordinador de la organización Tejiendo Redes Infancia esa conferencia fue armada solo para “cumplir con el día” y no formó parte de una estrategia de comunicación específicamente diseñada para brindar las respuestas esperadas por los infantes y adolescentes que participaron en ella.
buzos recogió, entre sus entrevistados para este reportaje, algunas de las recomendaciones de cuarentena que otros estudiantes hicieron a padres de familia y maestros:
Fabián: “Recomiendo pasar más tiempo con sus hijos, jugar con ellos, ver la tele...juegos de mesa, juegos, que puedan platicar, que aprovechen este tiempo para estar con ellos (...) que se desahoguen con sus lágrimas, respirar; escuchar música también tranquiliza, tienes que tomarte un poquito de tu tiempo para sacar el enojo”.
Evan: “Ayudarlos a hacer la tarea, jugar con ellos... jugar un juego en la tablet o el teléfono y comunicarse en el juego para jugar juntos. Dibujar, llorar porque es lo que hago yo”.
María José: “Es que jueguen con ellos... obviamente los niños sí van a querer jugar porque a ellos les gusta un buen juego; pero yo les recomiendo que jueguen, que hagan cuentos y jugar rompecabezas. (...) manualidades con cosas reciclables... saltar la cuerda (...) tranquilizarse, hacer otra cosa para que respiren y se les pase el enojo, brincar la cuerda, ver la tele, escuchar música, relajarse”.
Lulú: “Si pudiera cambiar algo sería que no nos manden tantos trabajos. A mis profesores les diría que mandaran las tareas poco a poco, porque las mandan en un solo día y se te acumulan todas; creo que deberían de mandar la cantidad de tareas que normalmente dejan”.
Paula: “Me gustaría que me dejaran la misma cantidad de tarea que cuando estaba en la escuela, porque no tienen en cuenta el estrés que vivimos y que nuestros papás nos ayuden y hagamos cosas juntos”.
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Escrito por Contratiempo MX
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